El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Qué debo hacer con el «de ciego palo»?

¿QUÉ DEBO HACER CON EL “DE CIEGO PALO”?

¿SIN SER CON JAVIER CERCAS UN INGRATO?

Acabo de leer el último “palo de ciego” de mi querido quinto Javier Cercas, titulado “La virtud esencial”, que apareció publicado ayer en la página 74 del número 2.553 de EL PAÍS SEMANAL (EPS), correspondiente al domingo 31 de agosto de 2025. Tras advertir varias discrepancias con algunas tesis que defiende en dicho texto su prestigioso y perspicaz hacedor, me he hecho la siguiente pregunta pertinente, de rigor: ¿Qué debo hacer?, como se la hubiera formulado Immanuel Kant, en el supuesto de que hubiera estado dentro de mi piel. Y me he contestado al momento; primero, darle las gracias por haberlo escrito y, segundo, tras releerlo y reflexionar durante unos minutos al respecto (hacerme pensar), constatar que disentía de él en que el coraje sea la virtud esencial, si la susodicha te lleva a ubicarte al borde de un precipicio, a punto de perder la única vida que disponemos, por hacerle caso a esa desaconsejable facultad, aunque haya quien vea en mi argumento y la subsiguiente decisión una muestra evidente de cobardía.

Si tengo en cuenta en mi reflexión (que la tomo en consideración, sin duda), la celebérrima frase de Jean–Paul Sartre sobre la libertad, o sea, que uno puede hacer lo que quiera, a condición de que quiera lo que hace, está claro, cristalino, que la respuesta que dio “el Negro” Jorquera a la pregunta que le había formulado Salvador Allende de “Oye, Negro, no tenemos miedo, ¿no?”, llevaba implícita la misma ironía o carga hilarante en la contestación que este le dio: “No, presidente. Lo que tengo es un susto que me estoy cagando”. Ese susto, me temo, estaba exento de cualquier gusto conocido o por conocer. Puede que esa salida de pata de banco o por peteneras de “el Negro” sea reputada por algunos como desopilante, graciosa, pero si el coraje, según mi querido quinto, es “gracia bajo presión, por decirlo como Hemingway, el don de hacer reír cuando uno sabe que se está jugando la vida”, si el coraje, según el modelo que propone Cercas, Winston Churchill, “es la base, el fundamento, la condición de posibilidad de todas las demás virtudes”, o sea, un abanico completamente abierto, con su varillas diferenciadas, no estoy de acuerdo. Sí abundo o lo estoy con la diferencia que estableció el psicólogo austriaco Wilhelm Stekel entre imprudente y prudente, que leí la primera vez que me llevé a los ojos “El guardián entre el centeno”, de Jerome David Salinger: “Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella”.

No niego que una persona bondadosa pueda devenir en un canalla, bajo determinadas condiciones adversas; y que lo propio puede ocurrir a la inversa con un ingrato. Me ha venido a la memoria, verbigracia, el “ensayo de carceleros y presos”, que se refiere al experimento psicológico dirigido por Philip Zimbardo en un sótano, habilitado como fingida prisión, en la Universidad de Stanford en 1971. El estudio asignó aleatoriamente a 24 estudiantes universitarios, varones, elegidos por su estabilidad psicológica y salud mental, los roles de guardias y prisioneros en dicha cárcel simulada, revelando cómo el contexto social y los papeles asignados pueden influir fuertemente en el comportamiento humano, llevando a los guardias a volverse sádicos y autoritarios y a los prisioneros a ser sumisos. El experimento tuvo que ser interrumpido a los seis días porque se les fue de las manos, y sus hallazgos son considerados una prueba fehaciente del poder de la situación sobre las influencias individuales. Ahora bien, lo que a mí me consta es que la persona bondadosa, aun en las coyunturas más desagradables, un accidente de tráfico, por ejemplo, suele sacar lo mejor de sí misma, y que el canalla suele aprovechar esas pésimas circunstancias para especializarse en su maldad.

Y es que sigo pensando que Aristóteles estaba en lo cierto, y, por ende, que los actos de bondad tienen que ver más con el hábito, la costumbre de realizarlos, que con los preceptos o principios de ética y estética inculcados en los individuos. Uno no nace con determinada virtud, sino que esta se cultiva mediante la reiteración insistente de acciones virtuosas.

Que el holocausto existió es un hecho que no se puede objetar, refutar (que otro se está produciendo ante nuestros ojos en la Franja de Gaza, si vemos los telediarios en la tele, y los contemplamos sin decir ni mu, es otro, del mismo jaez); que muchas personas sabían lo que estaba sucediendo y no hicieron nada (dando validez a la famosa frase de Edmund Burke, de que “para que triunfe el mal, basta con que los hombres buenos no hagan nada”), también, pero hubo varias excepciones, personas que empatizaron con las víctimas, judíos, sobre todo, y les salvaron por la razón que acertó a comprimir en esta píldora o frase proverbial José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia y, si no la salvo a ella, no me salvo yo”.

No niego que lo que cuenta Cercas y adujo en esa entrevista de El Mundo, que a la autora bielorrusa Svetlana Aleksiévich le hizo Antonio Lucas, no sea cierto, pero, insisto, mi experiencia me dice que las buenas personas lo son, si no siempre, casi siempre, y que las malas personas ídem, aun habiendo excepciones a dichas reglas (que vienen, precisamente, a confirmarlas como tales), que tampoco niego, por supuesto.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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