El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Saber o no saber es el dilema

SABER O NO SABER ES EL DILEMA

To be, or no to be, that is the question”. Quien se haya llevado a su vista (y, por ende, también a su cacumen o caletre) varias veces “Hamlet”, la tragedia más célebre y famosa acaso de William Shakespeare, seguramente no habrá olvidado lo precipuo o principal de la misma, que, en la escena primera del acto III, el renglón con las letras en negrita, el que arranca esta urdidura, es la primera línea del soliloquio que pronuncia su homónimo protagonista, el dubitativo o indeciso príncipe de Dinamarca, que se muestra y mueve vacilante entre el ser y el no ser, entre la vida (y sus pesares) y la muerte (y su misterio), entre la acción y la inacción, entre cumplir con el mandato que le hace el espectro de su padre asesinado de vengarse o rechazarlo, y entre el amor que siente por Ofelia o desdeñarlo, por considerar prioritaria su venganza. Al final, antes de morir, Hamlet logra su propósito, acuchillar al asesino de su padre, su propio tío Claudio.

Reconozco que aún recuerdo fielmente el argumento, que considero, amén de aleccionador, crucial, que le escuché proferir en varias ocasiones en clase (y fuera de ella) a fray Ejemplo, que, haciendo el esfuerzo de conocer a los demás, nos vamos conociendo también nosotros mismos, o sea, que el ajeno conocimiento externo se ve complementado con el interior propio; y otro tanto acaece a la inversa, que, indagando en nosotros mismos, escrutando y estudiando cómo somos y por qué nos comportamos del modo que lo hacemos, podemos entender luego mejor a los demás, ya que lo que afirma Cremes en “Heautontimorumenos” (o “El hombre que se castiga a sí mismo”), de Terencio, es verdad irrefutable: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”, esto es, hombre soy, y considero que nada de lo humano me es ajeno.

Fray Ejemplo, que, siguiendo el consejo del gnóthi seautón (conócete a ti mismo, en griego) o del nosce te ipsum (en latín), aforismo que estaba inscrito en el pronaos del templo de Apolo en Delfos (si hacemos caso a Jenofonte, que es quien lo cuenta, el rey Creso consultó al susodicho oráculo acerca de cómo podría pasar el resto de su vida siendo dichoso, y este le respondió lo siguiente: “Si te conoces a ti mismo, Creso, realizarás la travesía felizmente”), llevó a cabo la tarea de escudriñarse y, por tanto, conocerse a sí mismo, y, como era defensor a ultranza de saber, no me resulta extraño que hubiera echado mano de su otro filósofo idealista preferido y predilecto, Immanuel Kant, para concluir lo obvio, que al hombre prudente, sensato, le conviene más saber que no saber, tras no haber echado en saco roto su recomendación del “sapere aude”, atrévete a saber. Pero no todo el mundo está preparado para conocer la verdad; la verdad puede ser dura y pesada, como quizá lo sea la losa que cubra nuestra lápida (en el supuesto de que, tras morir, seamos enterrados en una tumba, y no en un nicho o, una vez incinerado nuestro cadáver, puestas nuestras cenizas en el interior de una urna y esta, a su vez, dentro de un pequeño nicho de columbario).

Eusebio Arteaga Piérola, fray Ejemplo, no cometió nunca el delito de intrusismo, no ejerció de galeno, porque no concluyó la carrera de Medicina en ninguna universidad; ergo, no fungió de médico especialista en Neurología y Neurocirugía en ningún hospital. Se limitó a ser un magnífico profesor de lengua y literatura española, y un excelente latinista, el mejor complemento del padre camilo Daniel Puerto, mi primer y mejor profesor de latín. Pero, si lo hubiera sido, estoy persuadido de que nos hubiera puesto un ejemplo clarificador para que entendiéramos, de cabo a rabo, el caso en cuestión.

Existen congéneres nuestros, ya sean o se sientan ellas, (ya) ellos, (ya) no binarios, que, en su historial médico aparece información genética sensible, por ejemplo, la enfermedad de Huntington (llamada así porque fue George Huntington el médico estadounidense que la describió en 1872), que han optado por vivir con la duda a cuestas, sin hacerse una prueba temprana sobre si la van a padecer (la probabilidad de heredar el gen causante es del 50 %) o no en el futuro.

Abundan entre nosotros los semejantes que, en esa tesitura o trance, quieren saber a toda costa; piensan que saber la verdad les procurará paz, seguridad y tiempo para poner cierto orden en su existencia, para crear un listado de prelación, priorizando qué es lo más perentorio o urgente. Creen que saber es mejor que no saber, que el conocimiento siempre es preferible a la ignorancia (desconocen que esta regla, como casi todas, puede tener excepciones), porque no todo quisque está preparado para saber determinadas informaciones. No me extraña nada de nada que muchos, constatando que esa afilada y amenazadora espada de Damocles pende sobre sus cabezas, se hayan decantado por vivir con cierta dosis de esperanza antes que por un diagnóstico que puede devenir en una sentencia prematura de muerte (ya que dicho conocimiento puede derivar, a su vez, en un inopinado suicidio). Está claro, cristalino, que el ciclo de la vida lo inicia el alumbramiento y lo clausura la muerte, pero conocerse a sí mismos es una condición sine qua non para afrontar el paso que van a dar, al observar la lápida, laude o mole que les puede caer encima junto con la certeza del diagnóstico prematuro de una enfermedad en ciernes.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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