De tal palo tal astilla

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Nieto en ABC el pasado día 1) (*)

Vaya por delante que cada uno es cada uno y que el hecho de que tus padres o tus ancestros hayan sido de una forma u otra no significa que necesariamente tu comportamiento siga las mismas pautas que ellos. Incluso creo que un acto de contrición puede suponer la salvación del alma como suele recordarnos el Tenorio. Pero no estando aún tocado por el “buenismo” de todos conocido y no habiéndome endosado aún la camisa de fuerza de la “corrección política” que a ultranza nos ha impuso la famosa “progresía», me permito recordar el refrán que durante siglos manejaría el español para señalar la influencia que padres, madres y familias tienden a ejercer sobre nuestras acciones y nuestras actitudes.

Dice el refrán que “de tal palo tal astilla” para recordar la impronta que la educación familiar impone y la influencia que ejercen los progenitores sobre la generación siguiente. Por ejemplo, cuando el hijo de un personaje conocido se distingue por algo que ha realizado con esfuerzo y con inteligencia, no será raro oír que lo lleva en sus genes o que las dotes por él demostradas le venían de familia.

Ignoro si usted tuvo ocasión de seguir por la televisión la sesión de investidura del candidato a la presidencia del gobierno, y si, por consiguiente, tuvo la ocasión de comprobar una vez más la degeneración sufrida por el ambiente del Congreso. Ya habíamos presenciado hace unos meses el espectáculo de unos maleducados que se besaban en la boca delante de las cámaras (debo señalarlo sin distinción de sexos porque los dos “besantes” era del sexo masculino), como también aquello de la mamá y el niño, que no venía a cuento porque la teta estaba más lejos que la tata. O el de la exhibición del torpe aliño indumentario en forma de camisas desmangadas o camisetas con mensaje. Una vez más se desbordaron los insultos y los gestos amenazadores de unos puños cerrados, y los asaltantes aparecieron en guerrilla como ciscándose en las instituciones nacionales. Pues bien, entre todas esas muestras de incivilidad y mugre, dos de sus “señorías” se distinguirían por sus coincidencias.

Me referiré primero a quien hizo de su intervención una sarta de insultos no dedicados por cierto al candidato a presidente sino a quienes permitían que la nación saliera finalmente de una situación casi imposible de bloqueo. El odio se hizo patente, no sólo en las palabras – que fue de “traidores” para arriba – sino sobre todo en la expresión del diputado, a quien su responsabilidad excede como hoy ocurre con otros muchos desgraciadamente.

Pero a lo que voy: el mozo que así se expresó en el Parlamento se apellida “Rufián”, una palabra cuyo significado ustedes ya conocen “grosso modo», pero que, según mi diccionario, debe atribuirse más exactamente a “aquel sujeto que hace el tráfico de rameras o que vive a costa de ellas”. Claro que su segunda acepción no es menos gruesa, pues, según el mismo origen, corresponde a un “hombre sin honor ni vergüenza, perverso, despreciable”.

No digo yo que esto signifique que porque en el siglo no sé cuantos su predecesor hubiera merecido tal apodo la descripción se ajuste exactamente al actual detentor del apellido, mas, además de extrañarme que en todo el tiempo que ha mediado entre aquél y éste ningún miembro de la familia solicitara el cambio, me llama la atención que con un sambenito como éste alguien se atreva a representar a un grupo de españoles y a insultar a sus respetables señorías. Ahora parece, sin embargo, que el resultado de tal incongruencia ya empieza a reflejarse en nuestros medios, pues mientras les escribo yo estas líneas algunas emisoras han comenzado a utilizar el genérico nombre de “rufianes” para referirse no sólo al susodicho sino a también a esta nueva panda de maleducados que hoy pretende gobernarnos desde el odio, lo cual es bastante significativo teniendo en cuenta la contención verbal de nuestros medios, hasta ahora temerosos de los guardianes de la corrección política que hasta hoy ponían el “Señor” por delante del “Rufián”.

El segundo parlamentario, a quien atribuyo una coincidencia parecida no ya en cuanto a su nombre y al primer apellido – que por cierto permiten hacer también algunos buenos chistes – sino en cuanto a la coherencia de sus actitudes y sus hechos con la tradición de la familia, llegó a decir algo tan duro y agresivo para sus compañeros de hemiciclo como que había “más delincuentes potenciales” dentro de éste que fuera, es decir que en la calle. Y lo hizo siendo como es hijo de un terrorista del FRAP, aquella banda que ponía bombas como ustedes recordarán sin duda.

Yo creo que, aunque admirar a los padres sea un sentimiento tan noble como natural, el buen hombre podría haberse desmarcado de un pasado tan significativo, porque dedicarse a la política en una España que ha sufrido tanto por culpa de gente como su predecesor directo resulta cuando menos llamativo y es osadía peligrosa para quien desea forjarse un futuro en ese campo. Quiero decir con ello que si se hubiera dedicado a vender electrodomésticos nada importaría demasiado, pero dar lecciones de “ciudadanía” con una mochila familiar así de sucia supone exponerse a una devastadora contrarréplica. Imaginen ustedes que ante su exabrupto alguien le hubiera aconsejado que se ahorrara buscar los delincuentes en el Parlamento teniendo uno en su casa…


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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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