Por Javier Pardo de Santayana

( La pradera del Rebaño, luz de luna. Óleo de Millet) (*)

Además de ser uno de los planetas del sistema solar, Marte es un mito. Su color rojo le define como un planeta fuerte y belicoso, quizás enamorado de nuestra hermosa Tierra, siempre engalanada por las aguas y las nubes blancas. Yo escribí en su día un cuento mínimo en el que así aparece, mientras la luna, tan ojerosa y pálida que parece una doncella entristecida, sufre de celos por la predilección de su vecino. Por eso – y he aquí la razón de ser de las mareas – se ha decidido a arrebatarnos los océanos, y tira y tira de ellos para despojarnos de nuestros colores y de nuestros entrañables tonos azulados.

Mi improbable lector sabe, por descontado, que por diversas circunstancias he vivido de cerca los avatares de la conquista del espacio; que coincidí una temporada con los responsables del asalto a la luna y que incluso tuve ocasión de ocuparme una semana entera de un avezado comandante de lanzaderas espaciales. Pues bien, cuando en razón de mi trabajo me ocupaba de cosas parecidas y coincidía en sus lugares y sus tiempos, se me ocurrió engancharme a varias revistas especializadas y entre ellas a la del “National Geographic”, de cuya sociedad fui socio fiel durante un buen número de años.

Así que, ahora que ando ordenando mis papeles antiguos y mis libros y constato que tuve una especie de síndrome de Diógenes que me hizo conservar una gran parte de mis viejos recuerdos, constato que aun conservo algunos mapas fascinantes que nos muestran, por ejemplo, el misterio de los fondos abisales o la superficie de la luna. O como usted sin duda supondrá por lo que anuncio, los entresijos del planeta Marte. Así que, a pesar de saber que estas vecindades nuestras importan poco en nuestros pagos, les invito a conocer algunas cosas sobre ellas.

Por ejemplo: ¿sabe usted si Marte es mayor o más pequeño que el planeta Tierra? Probablemente usted no está seguro o imagina una respuesta equivocada. ¿Qué es lo que produce su color rojizo? ¿Qué temperaturas habrá que soportar cuando lleguemos? ¿Encontraremos agua?¿Cuánto peso podremos levantar allí con nuestras propias fuerzas? ¿Y cuánto tiempo le lleva dar la vuelta al sol? ¿Cuanto dura su día? ¿Tendrá o carecerá de polos? Lo digo porque ya están en marcha los preparativos para llegar a él como llegamos a la luna, o sea que cualquier ciudadano de la Tierra debiera mostrar – aunque no fuera más que por la curiosidad natural de conocer a su vecino en un singular sistema compartido – cierto interés por los escollos que encontraremos, o encontrarán nuestros hijos cuando lo visiten, dado que la Agencia Europea del Espacio está ya en trance de colocar en él un artefacto como diciendo: espera, que allá vamos.

Para empezar diré que llevaba tiempo dando vueltas – y nunca mejor dicho – a aquello de que, según ha sido comprobado, todos los planetas giran en igual sentido como se hubieran sido impulsados a ello en la explosión original. Y ahora, sin embargo, leo que así es exactamente excepto en lo que respecta a Venus, cosa que resulta difícil de explicar. Bueno, pues Marte gira como la Tierra, pero su diámetro es sólo la mitad que el nuestro y el doble que el de nuestra luna; y así su superficie equivale solamente al conjunto de nuestras tierras emergidas. Otro de los datos que pudieran ser interesantes es que Marte tarda el doble que la Tierra en completar su órbita, o sea que su “año” duplica en duración al nuestro.

Rasgo distintivo de nuestro vecino es su color entre ocre y rojo en sus regiones más brillantes, que ocupan más o menos tres cuartas partes de su superficie y se acumulan sobre todo en en su hemisferio norte. Los expertos lo atribuyen a la abundancia de un óxido de hierro, y dicen que esta diferencia con las zonas que se muestran más oscuras nada tiene que ver con el relieve.

Otra cosa que nos llama la atención es la existencia de extensiones blancas en los polos muy parecidas a las de los polos del planeta Tierra que llegan hasta los 45 grados de latitud y aumentan y disminuyen a lo largo del año de tal forma que una crece en extensión mientras la otra se reduce. Su temperatura es nada menos que de unos 190º bajo cero Fahrenheit. Al parecer, la diferencia con nuestros dos polos es que éstos están formados por dióxido de carbono congelado y solo en pequeña cantidad por agua. O sea que el agua está allí, más en cantidades tan pequeñas que, si se condensara, la totalidad de la existente constituiría una capa imperceptible.

En cuanto a la atmósfera, dato esencial para quienes en su día visiten aquellos lejanos territorios, la de Marte es extraordinariamente poco densa. A lo que pudiéramos llamar “nivel del mar” es solamente como un uno por ciento de la nuestra, o sea como la que aquí tenemos a 20 millas de altitud. Pero ¿de que estará compuesta? Pues de nada que se la parezca: de dióxido de carbono combinado con pequeñas cantidades de monóxido y vapor de agua y pequeñas trazas de oxígeno y ozono.

Muy destacables en Marte son los vientos, que levantan enormes tormentas de polvo. Los más intensos, que pueden alcanzar velocidades de 190 kilómetros por hora, se producen al acercarse al sol y aumentar la temperatura en superficie. Entonces pueden durar incluso largos meses y convertirse en grandes nubes de color amarillento.

También podemos preguntarnos si habrá nubes en Marte. Y la respuesta es que sí; que pueden verse delgadas nubes blanquecinas a unas 20 millas de altitud. y que en determinadas latitudes – hacia los 40 grados – se detectan nieblas bajas que permanece allí toda la noche y sólo desaparecen unas horas después de haber salido el sol.

En cuanto a la temperatura del planeta, la media oscila entre los 32ºF – o sea los 0 centígrados – a primeras horas de la tarde, a los 135F justo antes de que salga el sol. Esto se lo digo yo para que, llegado el caso, sepa elegir usted lo que ponerse. En todo caso habrá que distinguir entre regiones, pues las zonas oscuras pueden estar más calientes que las zonas brillantes adyacentes. Y lo que es curioso: como la atmósfera es tan fina, basta con elevarse solo un pie o dos de la superficie para que la temperatura descienda… ¡unos 80 grados fahrenheit!.

Supongo que en el improbable caso de que se le hubiera pasado por la mente la idea de enrolarse en el viaje y estos someros datos ambientales no le hubieran disuadido ya de entrada, se abrigue usted bien y tome las prevenciones necesarias para evitar una doble pulmonía. Pero si aun así usted sigue empeñado en apuntarse cuando todo esté listo para hacerlo, le advertiré que que deberá andarse con cuidado a la hora de intentar utilizar la brújula, ya que el campo magnético es tan débil que difícilmente conseguirá orientarse.

Eso sí, le auguro una gozada que quizá justifique su osadía: será capaz de mover con gran facilidad pesos considerables; incluso más del doble de lo que usted pudiera manejar aquí en la Tierra.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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