Sangre sudor y lágrimas

Por Javier Pardo de Santayana

( Cartel de la película “El instante más oscuro”)

Buena película. En España se titula “El instante más oscuro” – y no “La hora más oscura” como sería la traducción más literal – por evitar, según parece – una repetición formal.

Trata este film de tan sólo unos intensos días de la Historia; de un momento clave para el futuro de Inglaterra en el que el grueso de los ejércitos británicos se encuentra situado entre la espada y la pared: con el mar en la espalda y frente a unas victoriosas fuerzas alemanas que en esos días culminan su ofensiva con la ocupación de Bélgica y de Francia. Cae el gobierno, y el nuevo primer ministro – con más rechazo que predicamento por su papel en el fracaso de Gallipolis – no goza de un claro respaldo de sus señorías; su única baza es ser el solo miembro del partido que la oposición aceptaría. Por otra parte, el gobierno saliente se encuentra a punto de iniciar contactos con los vencedores por intermedio del italiano Mussolini y pactar la vergonzante paz de los vencidos. Aún se está lejos de un deseable apoyo norteamericano.

Mas cuando el nuevo premier, Winston Churchill, presenta su programa al Parlamento, no hablará de componendas con los vencedores; sólo dirá que hay que afrontar la situación con dignidad aun a sabiendas de que todo lo que de la situación puede esperarse es un sombrío futuro de sangre, sudor y lágrimas. Y la asombrosa reacción es un profundo silencio de sorpresa.

Podría decirse que lo que transmite la película es, sobre todo, soledad. La soledad de un hombre frente a sus compañeros y adversarios políticos; la soledad de un rey magistralmente recogida por las cámaras; la soledad de un pueblo necesitado de alguien que les transmita su esperanza. Hasta la frágil secretaria de sir Winston, casi niña, parece ser su único apoyo en el trabajo. Bien puede decirse que los ánimos llegan tan sólo a Churchill de su esposa, toda una gran señora. Y él, en su fuero interno, reconoce que en su discurso-arenga se ha pasado intencionadamente de confianza para transmitir un ánimo imposible a sus conciudadanos los ingleses.

Tan es así la situación que llegará un momento en que el primer ministro se verá forzado a considerar la propuesta de intentar un entendimiento con los orgullosos invasores mientras se busca la manera de salvar parte del ejército amenazado y sitiado al otro lado del Canal. Para ello decidirá la movilización de cuantas embarcaciones se encuentren disponibles para evacuar las tropas. No necesariamente barcos militares; pesqueros, paquebotes, y medios de toda clase. Y rogando a Dios, naturalmente, por que el cielo se cubra y evite que en la retirada la improvisada flota sea una fácil presa para los aviadores enemigos.

Pero es entonces cuando la firmeza y la palabra de sir Winston producen el milagro. Basta con recordar una frase de Cicerón que él guarda en su memoria y le recuerda que ha de contar sobre todo con el apoyo su pueblo. Así llega el momento quizá más emotivo de toda la película: cuando Churchill toma el metro para encaminarse a Westminster, e, identificado por los viajeros, tantea su parecer con el resultado de una entusiasta unanimidad en las respuestas. Hasta los niños se pronuncian en favor de la voluntad de resistir a toda costa: efectivamente, su vibrante palabra ofreciendo sangre, sudor y lágrimas, que dejó mudos a los parlamentarios, había causado efecto en los ingleses, y esto era lo de verdad importante. Hasta el Rey, a quien se venía preparando para un precipitado traslado al Canadá, se presenta inopinadamente en el numero 10 de Downing Street para decirle que siga adelante, que Inglaterra no cederá ante la amenaza, que está preparada para el sufrimiento.

Y la lluvia empieza a abrir paraguas y el cielo se cubre a tiempo, y el director de la película dejara Dunkerque para que otro compañero suyo se ocupe de un nuevo argumento. Y Churchill volverá a hablar ante el Parlamento, y ahora la firmeza del primer ministro y de un Rey que se pone en cabeza de su pueblo, más la presión de éste, convencido por el mensaje de firmeza, y el poder de la palabra del primer ministro, como oportunamente musita el más tenaz de los políticos que hasta entonces se oponían a sus tesis, obrarán el milagro de ver un Parlamento en pie y agitando con entusiasmo sus pañuelos: dando fe de que Inglaterra está dispuesta para el sacrificio.

A mí esta película de base histórica me parece una bella y acertada lección para los gobernantes. Una lección que, además, es de naturaleza permanente: una invitación a la firmeza cuando está en juego el futuro de la Patria, el ser o no ser del propio patrimonio común fraguado por la Historia. Cuando sólo vale un liderazgo que, superando el temor a una obsesiva “corrección política” basada en el relativismo o en un “buenismo” a ultranza, exprese claramente y con voz fuerte la voluntad de un pueblo unido; en este caso bajo la emblemática figura de un Rey que representaría tanto el patrimonio común como la propia Historia. Que así sería posible aquella voluntad de resistencia que permitió sobrellevar los onerosos costes del esfuerzo: las lágrimas, el sudor, y, como entonces se haría necesario, hasta el tributo de la propia sangre.

PS: Entre los títulos que suelen explicarnos cómo terminó la historia cuando el argumento se basa en hechos reales, uno me pareció particularmente interesante en este caso: el que informa al espectador que el señor Churchill – que acabaría librando a su país de la destrucción y la vergüenza – fue derrotado en las siguientes elecciones.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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