Algunas cosas raras que hacemos los humanos

Por Javier Pardo de Santayana

( Acuarela de Álvaro Castagnet) (*)

“Mira lo que he soñado” me dice mi mujer al ver que me despierto. Y me cuenta una historia sin pies ni cabeza. Reflexiono. Hace unos pocos días escribí un artículo sobre los pulpos en el que me referí a la configuración física del hombre, y mi conclusión llevaba a que el aspecto de los seres humanos no es sino una sabia solución de la naturaleza para que nuestro modelo funcione en un planeta como el nuestro y en el medio peculiar en que nos desenvolvemos normalmente. Podría, por tanto, concebirse – concluía entonces – que fuéramos de otra manera diferente si hubieran cambiado las circunstancias. Para ello bastaría con que se modificaran determinadas condiciones ambientales.

Por otra parte, ustedes saben que tengo cierta predisposición para el asombro; es más, que una de las cosas que más me lo producen es lo poco que solemos asombrarnos, puesto que hay muchos motivos para hacerlo y algunos se refieren a comportamientos cotidianos; detalles y situaciones que deberían chocarnos ya de entrada por nuestra condición de seres racionales.

Así sin ir más lejos, tienen ustedes el hecho sorprendente de que cada veinticuatro horas nos excluyamos voluntariamente de ella y pasemos a una curiosa situación como de vivos-muertos. Y de que tal cosa no sea considerada extraordinaria pese al inmenso porcentaje de hombres y mujeres que en cada momento se ausentan de la acción y la razón y pasan a un estado cataléptico. Incluso en países que se hallan enzarzados en la guerra, donde un alto porcentaje de los actores implicados permanecerán durante muchas horas fuera de combate, inermes pese a la amenaza. Seres humanos que en todo caso se mostrarán ajenos a su circunstancia viviendo una aventura diferente, real por cuanto por ellos la tomarán en serio y porque ocurre en un momento cierto, mas que se construye en sus cerebros como un relato imaginario que es apariencia sin pies y sin cabeza, imagen misma de un absurdo tenido por real durante el sueño.

Así que ahora mismo, cuando ya fuera de la cama suena el despertador y establece conexión con noticias de una resolución del Tribunal Constitucional de España, no puedo dejar de imaginar la situación de sus señorías a esta hora, cuando ya vencidas por el sueño, caen en sus camas para vivir de nuevo una situación como la que he descrito. Y mi imaginación no me traiciona, pues no se tratará de una entelequia sino de la realidad más que probable de que a estas horas todos esos señores y señoras importantes se encontrarán ya fuera de circuito y desconectados del mundo de los vivos, es decir, del pensamiento y de la lógica; inmersos en un limbo de ensoñaciones que el absurdo domina y creyéndoselo además a pies juntillas: renunciando a su condición de seres responsables para cargar las pilas de tan insólita manera. Situación ésta que, de ser percibida desde fuera, les sumiría de hoz y coz en el ridículo; algo así como si viésemos a estos señores – y a otros cualesquiera dignatarios merecedores por cierto del mayor respeto por no decir admiración en este caso – recién levantados de la cama en calzoncillos o prendas similares. Y conste que ni se me ocurre ridiculizar a nadie y menos a unos señores que además de pegarse una paliza lo han hecho muy bien según parece.

Otra cuestión es el descanso que el ser humano necesita y que está en el origen de tan curiosa transformación de nuestra especie. Porque podría ser que nos bastara con reponer los alimentos precisos para que la fábrica que es en realidad el cuerpo humano los procesara y así obtuviera la energía y la substancia necesarias, mas no es así, porque el hombre y la mujer también “se cansan” y necesitan no dar golpe durante un largo rato: nada menos que una tercera parte de su vida. Y lo harán en la postura de tumbados en vez de permanecer en pie; otro detalle que no debiera dejar a nadie indiferente cuando nos referimos a comportamientos.

Luego están otros convencionalismos instaurados por la sociedad en que vivimos, fruto de la convivencia entre representantes de la misma especie; normas que cambian con el tiempo y con la moda originando a veces situaciones inauditas para quienes se acostumbraron a algo que más tarde pasa a ser visto como improcedente. Recuerdo, por ejemplo, que para mis abuelas “hacer el amor” significaba “hacer la corte”. Pueden ustedes imaginarse los equívocos a que nuestras predecesoras darían dar lugar en nuestras días al utilizar una expresión que entonces era, sin embargo, tan corriente.

Así que no sería extraño que con el tiempo llegaran a producirse situaciones como la que en este instante me viene a la memoria: algo que suelo atribuir no sé si falsamente a la imaginación de André Maurois, quien, en el curso de una supuesta conversación sobre las cosas de la vida, pone en los labios de uno de sus personajes la evocación de un país imaginario en el que comer delante de la gente se tendría por comportamiento inadecuado – cosa que se comprende si vemos deglutir una hamburguesa doble o uno de esos pinchos que acumulan varios platos – mientras que hacer en público el amor sería admitido socialmente.

Quiero decir con esto que, vistos los ejemplos que hoy aduzco y muchos otros que de seguro usted añadiría, llegamos a la conclusión de que, a poco que las analicemos, muchas de las cosas que damos por naturales en cuanto a comportamiento o estilo de vida de los hombres, o son bastante raras o parecen impropias de quienes, como los humanos, alardeamos de nosotros mismos.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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