Cromosomas X e ideología de género

Por Carlos de Bustamante

( Mujer en la cocina, hacia 1925. Óleo sobre lienzo de María Blanchard) (*)

Un artículo de D. Benigno Blanco, hasta hace poco Presidente del Foro Español de la Familia, titulado “En torno a la ideología de género” me pareció tan interesante que me quedé con ganas de escribir al respecto, aunque ya lo he hecho en estas páginas varias veces sobre este tema, sobre todo en relación con lo que disponen nuestras –me refiero a los militares- reformadas RR.OO. en las que se incluye, entre otras, la expresión género y orientación sexual objeto de posibles discrepancias. El artículo 73 (capítulo II), titulado “Convivencia en su unidad” recoge: “Velará por la convivencia entre todos sus subordinados sin discriminación… por razón de…género, orientación sexual …”

Para explicar qué es la ideología de género, creo necesario distinguir entre feminismo e ideología de género. El feminismo es un movimiento histórico que, con sus aciertos y sus errores, pretendía algo que, en principio, es justo: lograr la igualdad de la mujer con el varón en la vida social, superando tantos prejuicios históricos que habían llevado a excluir a la mujer de la cultura, de la vida profesional, económica, etc.

La ideología de género es algo distinto, aunque surja en el seno del movimiento feminista. Es una ideología, que permitiría diagnosticar la raíz de todos los conflictos y, en consecuencia, proponer la solución a todos ellos. Como toda ideología, ésta cree que conoce toda la realidad y es capaz en consecuencia de dar con la clave última de todo lo malo que sucede y se siente legitimado para proponer “la” solución a nuestros problemas.

El ideólogo se siente un dios omnisciente capaz de recrear el mundo feliz que el Dios verdadero no consiguió hacer. Por eso son tan peligrosas y engendran tanto violencia y destrucción como nos enseña la historia del siglo XX.

Empieza a hablarse de género a finales de los años sesenta, en el ambiente intelectual que marcó el Mayo del 68 francés, de exaltación de la sexualidad y de un cierto anarquismo que se siente capaz de recrear las estructuras sociales sobre nuevas bases. En este marco, una serie de feministas muy influidas por los planteamientos de la francesa Simone de Beauvoir dice que la mujer no nace, sino que se hace. Para esas nuevas feministas, que ya no hablan de sexo sino de género (artículo 73 RR.OO), la liberación de la mujer sólo se alcanzará el día en que se haga desaparecer la distinción entre hombre y mujer.

La ideología de género, en sus iniciales planteamientos intelectuales, se va extendiendo desde el ámbito anglosajón al resto del mundo. Estamos en el contexto de la crisis moral del mundo como consecuencia del conflicto de identidad de la Iglesia católica en el postconcilio Vaticano II; es el tiempo de la comercialización de la píldora anticonceptiva, la época de la revolución sexual, de las primeras revueltas —Praga, Varsovia— contra el régimen comunista en el bloque soviético, etc. Se diría que de repente todo Occidente entra en crisis; todas las seguridades tradicionales se ponen en duda. Para algunos —los niños ricos de Occidente— parece que se puede reconstruir un mundo sobre otras bases. Es el Mayo del 68 francés: «Haz el amor y no la guerra», la revolución hippie…Sostienen que el planteamiento tradicional del feminismo no ha conseguido nada, porque la esclavitud histórica de la mujer es algo más profundo que una privación de derechos, y hacen el siguiente análisis: feministas de género trasladan este enfoque a la lucha entre sexos que, según ellas, subyace al conflicto planteado en términos económicos, entre la clase opresora que son los varones y la clase oprimida que son las mujeres. Toda la historia de la humanidad —nos vienen a decir— está transida por un conflicto estructural en las relaciones más íntimas entre los seres humanos. Donde la historia ha visto amor y ternura en el matrimonio, estas nuevas feministas ven lucha de clases, estructuras de poder y opresión. Se empieza así a politizar la familia, pues es en la familia, según este planteamiento ideológico, donde surge la primera opresión, el primer conflicto social, el que enfrenta a hombres y mujeres.

El análisis de la vida sexual que hace la nueva ideología subraya que en materia de sexualidad no hay nada que sea natural: todo es una construcción cultural e histórica y, por tanto, cambiable a voluntad. Los hombres hemos inventado lo femenino para oprimir, — poniendo a nuestro servicio lo que llaman la «función reproductiva»— a la mitad de la Humanidad; esclavizamos a la mujer inventando lo femenino para tener hijos. Igual que Marx decía que para superar la lucha de clases económica no bastaba con dar derechos a los proletarios sino que era imprescindible suprimir las clases sociales. Las feministas de género dicen que para liberar a la mujer no basta con darles derechos, hay que suprimir esas dos clases sociales: tienen que desaparecer los hombres y las mujeres, hay que articular una sociedad en la cual lo femenino y lo masculino no tengan relevancia, donde no haya hombres y mujeres sino libertad sexual, diversidad afectivo-sexual desvinculada de los dos sexos clásicos.

Estos son los planteamientos de Simone de Beauvoir en Francia, de algunas de las primeras feministas que más han influido en la concepción de género, como Sulamith Firestone, Alison Jagger o Germaine Greer, y, llevados a extremos radicales, son también los de Judith Butler, una de las feministas de género hoy de moda. Judith Butler dice lo siguiente sobre la condición femenina y el fin del feminismo:

Comprender el género como una categoría histórica es aceptar que el género, entendido como una forma cultural de configurar el cuerpo, está abierto a su continua reforma, y que la «anatomía» y el «sexo» no existen sin un marco cultural. Términos como masculino y femenino son notoriamente intercambiables; los términos para designar el género nunca se establecen de una vez por todas, sino que están siempre en el proceso de estar siendo rehechos.

Por tanto, ni hay masculino ni hay femenino, sino que nos encontramos ante un producto cultural que va cambiando continuamente. Otra frase de esta última feminista que he citado, Judith Butler, es aquella repetida tantas veces de que se puede ser mujer con un cuerpo de hombre o con un cuerpo femenino y se puede ser hombre con un cuerpo de mujer o con un cuerpo masculino: es indiferente porque cada uno se construye su orientación afectivo-sexual sin que haya ninguna base natural ni ética previa.

¿Qué pretende el feminismo de género? Fundamentalmente, acabar con lo femenino a través de la supresión de la distinción entre hombre y mujer en todos los órdenes de la vida: en el lenguaje, en la moral, en el Derecho, en las relaciones familiares, etc. Ya no hay hombres y mujeres, hay —sin más— géneros, orientaciones afectivo-sexuales que uno va creando libremente como le apetece y que puede cambiar a lo largo de su vida. Y para acabar con la diferencia entre hombre y mujer, es imprescindible acabar con el matrimonio y la familia configurados tradicionalmente como estructuras de opresión de la mujer según esta ideología. Así la vida privada, familiar, se politiza, pasa a ser el centro de la estrategia política de la nueva ideología. ¿Por qué no puede haber un matrimonio como institución específica para la unión entre el hombre y la mujer? Porque no existen el hombre y la mujer, y por eso el matrimonio debe pasar a ser una institución para la unión de cualesquiera dos adultos, sea cual sea su orientación afectivo-sexual. Ya no hay diferencia: puede ser la unión de un hombre y una mujer, de dos hombres o de dos mujeres. Este es el significado, por ejemplo, de la reciente reforma hecha en España en materia de matrimonio, que, como es conocido, ha suprimido el matrimonio al equipararlo a la unión de dos personas del mismo sexo.

Así se pretende —en la terminología del feminismo de género— alcanzar una sociedad sin clases de sexo. El feminismo de género procede de idéntica manera que el marxismo, cuyo objetivo final era llegar a una sociedad liberada, tras la desaparición de las clases sociales.

En el caso del feminismo de género, no se sabe cómo se va a concretar esa aspiración de alcanzar una sociedad en la cual desaparezcan los hombres y las mujeres, sustituidos por una única humanidad con las orientaciones afectivo-sexuales que cada uno se quiera construir, pero donde nada distinga al hombre de la mujer.

Para conseguir esta finalidad, por inconcreta que sea, el feminismo de género se afana en una labor que las propias representantes de esta tendencia denominan «deconstrucción»: se trata de cambiar el significado del lenguaje, de reescribir la historia, de rehacer la ética y el Derecho y, por supuesto, de rehacer la sexualidad. Con estos argumentos como base, se empieza a interpretar la historia como la crónica de la lucha entre los hombres y las mujeres.

Se ataca a la familia como si fuese una institución esencial y conceptualmente represora y, de manera específica, al matrimonio monógamo propio de la tradición cristiana y occidental.

Se intenta deconstruir la educación para transformarla en un instrumento al servicio del cambio de mentalidad, para rehacer la conciencia de los chicos y las chicas desde jóvenes, con la intención de que piensen de acuerdo a las categorías propias de esta ideología. Y se reformula la sexualidad humana como algo ajeno a la dualidad hombre-mujer y desvinculado de la reproducción.

Como ejemplo de esta pretensión de deconstruir el lenguaje y alterar el significado de las palabras se propone el cambio del término «matrimonio», al que antes me refería, para que deje de hacer alusión a la unión entre el hombre y la mujer. ¿Cuál es el final al que se aspira desde el punto de vista de la agenda política de la ideología de género? La verdad es que se desconoce. Tal como ocurre con el marxismo, que nunca definió de manera concreta la teórica sociedad sin clases que resultaría de la revolución proletaria, el feminismo de género tampoco dibuja con rasgos precisos el modelo de sociedad al que quiere llegar; únicamente intenta atacar una serie de realidades positivas que considera impedimentos para alcanzar esa utópica sociedad sin clases de sexos, sin hombres ni mujeres, y que no se sabe muy bien en qué consiste. Ésta es, por ejemplo, una definición de esa futura sociedad que hace una de las feministas de la primera hornada, Alison Jagger:

El final de la familia biológica eliminará también la necesidad de la represión sexual. La homosexualidad masculina, el lesbianismo y las relaciones sexuales extramaritales ya no se verán en la forma liberal como opciones alternas, fuera del alcance de la regulación estatal; en vez de esto, hasta las categorías de homosexualidad y heterosexualidad serán abandonadas: la misma institución de las relaciones sexuales, en que hombre y mujer desempeñan un rol bien definido, desaparecerá. La humanidad podría por fin revertir a su sexualidad polimorfamente perversa natural.

No se sabe muy bien lo que quiere decir, pero lo que está claro es que ya no hay ni categorías morales, ni físicas, ni éticas; cada uno se irá construyendo sexualmente a sí mismo para que todos seamos supuestamente felices en ese teórico paraíso que algún día llegará.

Quizá la mejor valoración cultural acerca de qué significa hoy día, en los comienzos del siglo XXI, la ideología de género proceda de la pluma del entonces Cardenal Ratzinger. Primero en La sal de la Tierra, y luego en una conferencia, la definió como la última rebelión de la criatura contra su condición de tal: la última rebelión de la criatura contra su condición de criatura. Y explicaba el Cardenal que el hombre moderno, con su materialismo, rechaza su dimensión espiritual y lo que ésta puede exigir; que el hombre moderno, con su ateísmo, rechaza la existencia de una instancia externa a sí mismo, Dios, que pueda significar un condicionamiento para su propia libertad o pueda decirle algo sobre su propia verdad; y ahora —concluía — el hombre moderno, con la ideología de género, pretende liberarse de su propio cuerpo. Ya sin alma, sin Dios y sin cuerpo, el hombre moderno es una voluntad que se autocrea., Es Dios para sí mismo.

En definitiva, la ideología de género es un reduccionismo. El nazismo quiso reducir la historia y la explicación de la sociedad a un enfrentamiento entre razas; el marxismo quiso reducir la historia y la clave de explicación de la sociedad a un solo parámetro: la lucha de clases entre ricos y pobres. Ahora, la ideología de género, con el mismo simplismo e idéntico carácter limitador, quiere reducir la explicación del hombre y de la historia a un solo parámetro: el teórico enfrentamiento entre hombres y mujeres. Por eso, cuando una persona se imbuye de una ideología, en este caso de la ideología de género, se hace inmune a cualquier reflexión, a los datos de la realidad como contraste, a las razones históricas que no dan fundamento a lo que dice. Da igual: rechaza la realidad, los datos y la experiencia porque la ideología lo explica todo y está por encima de cualquier discrepancia. Ése es el peligro de las ideologías.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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