Manías y complejos

Por Javier Pardo de Santayana

( Anuncio de saldos)

Un día de estos, leyendo las indicaciones sobre las restricciones del tráfico a la entrada de Madrid, tuve por un momento duda de si aquéllas me indicaban lo que podíamos hacer, o, por el contrario, querían recordarme lo prohibido. Y una vez más me vino a la cabeza la maldita manía que tenemos de no decir las cosas de forma clara y explícita: algo que ya vengo observando desde antiguo. Así llegué a la conclusión de que los españoles, siendo como somos comunicativos y locuaces, intentamos sin embargo ahorrar palabras sin respeto para la gramática.

La tenemos montada sobre todo con las preposiciones. “Mantas lana”, “camas matrimonio” “ropa verano” y expresiones parecidas comenzaron a aparecer en los anuncios ya hace tiempo como si añadirles las imprescindibles “para” y “de” fuera a costarnos poco menos que la vida. Y se inició un proceso que se fue extendiendo en los letreros comerciales sobre todo. Tanto es así que un servidor de ustedes llegó a tramar una curiosa historia en forma de relato: la de una enfermedad que se extendió por el país y cuya causa era el retorcimiento intestinal causado por la acumulación de estas partículas.

Pero el afán de comerse las palabras no se reduce a las preposiciones, sino que alcanza a toda clase de vocablos. Quiero decir con esto que nuestra pasión ahorrativa nos conduce no sólo a eliminarlos, sino también a procurar que sean más cortos. Y en esto acude en nuestro auxilio el más que inevitable recurso del inglés.

En efecto, no sé si usted cayó en la cuenta de que norteamericanos y británicos pronuncian bastantes más palabras por minuto que nosotros gracias a que en su idioma domina el monosílabo. Y lo he hecho comparando los términos latinos con su versión directa en lengua inglesa. Tomemos uno al albur como “comíamos”, que es el primero que ahora se me ocurre: cuatro sílabas (co-mí-a-,mos) a las que corresponden como mucho solamente dos – “we ate” – en la versión británica, y eso que incluyo el pronombre en este caso. O “deberíamos”, que se pronuncia en cinco sílabas reducidas a dos – we should” – en lengua inglesa. O una frase cualquiera como “brush your teeth” – “cepíllense los dientes” – que en inglés sólo requiere tres mientras que en español requiere siete. Así que los términos ingleses están viniendo al pelo a muchos españoles aunque no sepan ni siquiera pronunciarlos. Y nos permiten decir cosas como “running“ en vez de “salir a correr por ahí” o “check” en vez de “comprobar”.

Otra modalidad de la manía consiste en traducir las expresiones del inglés, y así decimos ahora algunas cosas como “ayúdame con las maletas” en vez de usar el clásico español de “ayúdame a llevar estas maletas”; o “volvemos en cuatro minutos” como dicen en televisión los locutores en vez de, como siempre dijimos en España, “volvemos dentro de cuatro minutos”, que significan cosas diferentes como sabemos los vallisoletanos.

También intentamos el ahorro redactando avisos e instrucciones a la manera de los antiguos telegramas o de una forma aún más escueta, como si nos faltara espacio o tiempo para la escritura o para comunicarnos los mensajes. O en el empleo de un lenguaje pretendidamente técnico – administrativo que no es en realidad sino ridículo. Como uno que he leído esta mañana en un aviso luminoso que decía algo así como: “máquinas en tratamiento invernal”. ¿No quedaría más claro y mas sencillo que dijera “quitanieves en Somosierra” o “a partir de tal kilometro”? No es de extrañar que todo el mundo comience cada frase con aquello de “La verdad es que…”

Yo a veces me entretengo preguntando a quien tengo a mi lado si entendió algo de lo que oímos en la televisión, la radio o simplemente en un aviso o un letrero, y en general descubro que tampoco él llegó a entenderlo. Sobre todo a la hora de los anuncios, cuando uno a veces no sabe qué demonios pretenden endosarnos. Quizá por esa circunstancia se esté imponiendo la costumbre de repetir una frase hasta el hastío: “Compramos su coche, compramos su coche, compramos su coche…”, por ejemplo. Así hasta que ya nos ponen de los nervios.

Y digo yo que por qué no ponen en román paladino lo que en realidad quieren decir con lo que dicen, es decir, aquello que pretenden de nosotros. ¡Con lo sencillo que sería bautizar con nombres significativos a los establecimientos para saber qué cosas venden o qué servicios prestan, definir aquello que pretenden o lo que hemos de hacer en cada caso! Bastará con añadir unas palabras o utilizar las expresiones más directas y sencillas consultando si es preciso el diccionario.

Pereza es la palabra que define la actitud. Sí señor, pereza de pensar y casi siempre también cursilería, porque no es infrecuente constatar como, al confrontar lo que tenemos con las cosas de fuera, vemos lo propio como más rancio y cateto. Por poner un ejemplo, ahí tenemos el éxito de un anglicismo de adquisición reciente como “outlet”: esa palabra que tan bien queda a la hora de nombrar lo que siempre conocimos como “saldos”.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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