Para que lo trabajara y custodiase. 1. El caserío

Por Carlos de Bustamante

( Pueblo castellano. Acuarela de José María García Fernández, “Castilviejo” ) (*)

Por circunstancias que no vienen al caso y sin ser quién para calificarlas de buenas o malas, he tenido la necesidad, salvo raras excepciones, de recurrir si no al plagio, sí de limitar la actividad propia a meras introducciones de artículos que recibo de amigos. Como parece que la racha de alifafes adecuados a un octogenario remite lentamente, de la misma forma regreso al campo.

Bien es verdad que con “Boanerges” y “Castilla tierra viva” el cupo campero podría darse por agotado. Pues va a ser que no. El porqué tiene motivos: acabo de leer el libro que ningún amante del campo y de cuantas cosas bellas encierra debería perderse: “Las cosas del campo”. Autor –que él me perdone- que nunca supe de su existencia. De José Antonio Muñoz Rojas, su creador, dijo el maestro Dámaso Alonso en misiva que le envió tras la lectura de esta obra: “Has escrito, sencillamente, el libro de prosa más bello y más emocionado que yo he leído desde que soy hombre”.

¿Qué más les va a decir este aprendiz de mucho y maestro de nada tras este encendido y justo elogio? Sólo quitarme el sombrero e insistir a mis amigos, labradores o no, que lo busquen y lo lean. Sencillez, poesía, ternura y amor al campo las conjuga José Antonio con asombrosa hermosura entresacada de las cosas del campo extremeño.

Sólo en conocimientos del medio puede haber motivo de comparanza con tan inigualable maestro: aprovecharé esta única similitud para, elegido como modelo, intentar que les lleguen noticias sencillas de los campos de Castilla y su entorno.

A falta de las poéticas cualidades de José Antonio Muñoz, ruego a mis amigos y probables únicos lectores que vean en esta nueva miniserie el empeño al menos de buena voluntad. Sólo así con la seguridad de su comprensión, me atrevo a la difícil tarea.

***

Como en la mayoría de las labranzas “fuertes” en el valle del Duero, la Dehesa de Peñalba “la Verde” tiene su caserío. Denominación que por significar con claridad el porqué de tal apelativo se adoptó como propia una expresión vasca y montañesa. Sea como fuere, inicio el atrevido intento con el caserío de la Dehesa. Historia y antigüedad, que la tiene, he de limitar este inicio a solamente lo vivido por quien se lo narra.

Debido tal vez a reminiscencias guerreras de la Reconquista o de las más recientes incursiones de bandidos como “el Musillas”, el caserío se asemeja a una pequeña (no tan pequeña) fortaleza, o, al menos como un gran recinto semiamurallado. Recinto cerrado. Cerrado, pero desbordante de vida dentro. La que al niño, joven y adolescente le marcó de por vida. Una vida, allí, sumamente bella. Cada día en él, es toda una existencia en miniatura. Recinto cerrado, semiamurallado. El cornetín de órdenes de este “bastión”, vibra al tiempo que rompe el silencio sonoro de la noche con una diana propia de la Legión o, mejor, de una unidad de Caballería. Es el despertador del caserío. El plumaje con brillos de la vestimenta de un aristócrata medieval, resalta con los tímidos amaneceres, castellanos en este caso. Los educandos de banda, aprendices de cornetín, hacen lo que pueden para emular al jefe del gallinero. Trompetas desafinadas que componen la sinfonía de cada amanecer. Por si faltara melodía en este despertar del caserío, se abre la mitad de una puerta partida en dos y el bostezo de la señá Jacinta completa la vibración –el canto del gallo- y el sonido destemplado de sus educandos.

Enseguida nace una vida nueva con los albores del nuevo día. Movimiento –ajetreo inusitado- en el caserío. Puertas y ventanas de par en par en cá el ama. En la de los pastores. En la del cachicán. En la del mulero mayor. En la del hijo del ama… Y de la cuadra larga, larga, que alberga los pares del ganado caballar, mular y vacuno, se confunden relinchos, mugidos y rebuznos con las voces del cuadrero y los muleros que, devorado el pienso, desatan al ganado para abrevar. Alineadas, casas de los amos y la del cachicán con las grandes cuadras, forman un amplio frente que recorre de este a oeste lento y majestuoso el sol naciente; la que ponen luz y vida donde poco antes hubo soledad callada. Oscuridad que enamora.

Haciendo esquina con el pajar y panera donde finaliza la cuadra, las casas de los pastores se alinean en un costado del caserío sin solución de continuidad; salvo el enorme portón de las traseras, que dan entrada al caserío de carros y ganados al final de cada jornada. Desde que sale el sol hasta el ocaso.

Paredes altariconas muy largas de los apriscos forman la parte sur del caserío. Umbrosa y siempre fresca donde el musgo de filigrana estrellada tiene su campo de cultivo no sembrado.

Con el taller y fragua, junto al cuarto de los obreros, completan una parte importante del gran recinto. Para completarlo, nuevas cuadras que se interrumpen por las traseras de salida, rematan el caserío con la vivienda del mayoral de los pastores, que contiene el horno. Dependencia ésta que es un hervidero de alegría no menos de una vez por semana. Pieza fundamental que tendrá, si Dios es servido, su propia historia. Donde la belleza del corral en el caserío alcanza cotas de églogas pastoriles, es cuando los pastores sueltan los rebaños para pacer en prados, montes y riberas. Es una nueva melodía que se supera con balidos roncos de trombón en las churrillas madres y los más atiplados del clarinete en los lechazos que permanecen encerrados dentro de las teleras.

Como verán mis amigos, caserío y corral dentro de él encierra la sencillez personificada. ¿Es que acaso, digo, el amor está en lo enrevesado y extraordinario? Puede, mis amigos, que este amor no se manifestase hasta que la edad trajo la consciencia plena de dónde reside el amor y el Amor. Comprender la Creación y por qué Dios la creó, hoy me ha llevado a entender el porqué sin ser castigo antes de la desobediencia y el orgullo de ser como dioses de nuestros primeros padres, dio al traste con el sólo y gozoso encargo de para que la trabajara y custodiase sin sudor ni cansancio. Pecador y más que ellos, he vivido el sudor y la fatiga, pero no desapareció el amor a la sencilla belleza que encierra un caserío y cuanto vive en él. Tiempo habrá, D. m., de atravesar las traseras del corral y con el detalle breve primero de lo solo mentado y sin poner puertas al campo, ver en él con mayor claridad y extensión la maravillosa belleza de la herencia recibida. Narraciones sucesivas que demandan título propio. Si tras la larga pero forzosa primera exposición consigo luego aproximarme nada más a la esencia de los cuasi microrrelatos de José Antonio Muñoz Rojas, entenderán la justa alabanza de Dámaso Alonso citada al inicio. Así pues, nos vemos…si Dios es servido.

Para finalizar esta parte introductoria, una consideración necesaria: ¿Será similar la belleza que veo con los ojos del entonces niño, adolescente o joven privilegiado a la que pudieran tener aquéllos hombres recios, curtidos y encorvados a veces por fatigas mil, trabajos y sudores…? Por entonces, mucho me temo que no. Por aquello de privilegiado. Pero es que aún así, muleros, cuadrero, pastores o sencillos obreros, el alba de cada nuevo día, doy fe de que era luminosa ¡y alegre!

Hoy, tras un trabajo parecido incrementado por responsabilidades y preocupaciones, además de la experiencia y formación gratuitamente recibida, me permite afirmar “que en el dolor se manifiesta el amor” y el Amor. Y en palabras del Santo de lo ordinario: “Ésta ha sido la gran revolución cristiana: convertir el dolor en sufrimiento fecundo; hacer, de un mal, un bien. Hemos despojado al diablo de esa arma…; y, con ella, conquistamos la eternidad”. Sólo así se comprende bien – o con más y mejor sentido al menos- cómo belleza y amor creados, pueden vivirse y plasmar luego en la literatura de prosa poética al inicio referida. Pues si Dios es servido, trataré de emular en algo “Las cosas del campo”. Nos vemos…


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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