Reflexiones sobre el panorama actual de la Semana Santa

Por Javier Pardo de Santayana

( Agrupación Coronacion de espinas, de Cartagena. Acuarela de Manuel Gómez Balsalobre en gomezbalsalobre.es) (*)

En estos días de despiste generalizado en los que, según leí hace unos días, “suena la cacofonía de un tiempo desquiciado”, me parece más que oportuno reflexionar siquiera un momento sobre lo que está siendo la Semana Santa dentro del ambiente general de esa sociedad “del bienestar” en la que se supone que vivimos.

Oigo, por ejemplo que anuncian escapadas a países exóticos y otros lugares atractivos para no aburrirse en este tiempo libre: un tiempo en el que las familias organizarán toda clase de programas de entretenimiento en los que se gastarán un buen dinero: planes de todas clases que evocarán cielos azules y playas soleadas pero que olvidan el origen de este tiempo libre, ya que la razón de detener nuestro trabajo en estos días no es otra que la celebración de un acontecimiento que se inserta nada menos que en la Historia del Hombre y que nos debería hacer reflexionar. Estamos, efectivamente, haciendo referencia nada menos que a la Historia de la Salvación: ese hecho cierto que añade a nuestras vidas la posibilidad de comprender el sentido de la existencia humana y que de ser vivido como debe nos aportará un motivo de esperanza.

Pero no suele ser así en la mayor parte de los casos. De ahí que debamos destacar aquellos puntos de nuestra geografía en los que las familias y los ciudadanos viven abiertamente en las iglesias y las calles, sin tapujos, la belleza y la emoción de la Cuaresma según una arraigada tradición de cristianismo vivo que superará el ambiente general.

Lo digo porque, según parece, para la mayoría de unos españoles educados en el relativismo más mastuerzo, cualquier expresión de fe de los cristianos es considerado un vestigio del pasado, una reliquia extemporánea y en vías de extinción que contrasta con el tono de desmarque que empapa casi todo empezando por los medios de comunicación y los guetos políticos en que promueven y alientan estas actitudes según los cuales un hecho tan trascendental como el que vive la celebración de la Pascua cristiana no es sino una bella exhibición pasada de moda, como empiezan también a serlo las corridas de toros y otras actividades representativas de un pasado de manifestaciones de carácter artístico, social o religioso que hasta hace poco fueron exponentes del alma de nuestras tradiciones y costumbres. En suma, de nuestra idiosincrasia; hoy vista por demasiados compatriotas nuestros como retratos rancios de nosotros mismos, siendo así que siempre fueron explosiones espontáneas caracterizadas por su variedad y por su fuerza como autorretratos de nuestra personalidad; como algo que configuraba todo un mundo de sentimientos compartidos de formas diferentes pero que, lejos de enfrentar a las regiones, nos enriquecía a todos. Un acervo que a todos aportaba bajo la consideración común de una cultura propia.

El problema es que todo esto está en peligro. Hoy mismo el telediario nos proporcionaba algunos datos significativos: por ejemplo, que en España sólo tres bodas de cada diez son religiosas, o que el número de los católicos considerados “practicantes” – un veintiséis por ciento – es ya el más bajo de la historia. Y que esta es la tendencia actual; que así marchan las cosas. Que hasta este punto hemos llegado.

No es de extrañar, por tanto, que la Semana Santa se haya convertido en un espacio de ocio más que de reflexión – algo muy alejado de lo que fue en aquellos nuestros años juveniles – pero muy en el mismo tono de lo que hoy dicta el ambiente en el que nos hallamos sumergidos, cuando, desgraciadamente, nada parece servirnos de asidero en un mundo que ya es considerado “líquido”. Así careceremos incluso de silencio y de momentos propicios para hacer balance de nuestra propia vida, con lo cual nada de examen de conciencia y nada parecido a los propósitos de enmienda. Y, naturalmente, nada tampoco de plegarias. Seguiremos moviéndonos sin rumbo, sin oír la voz de Dios ni de nuestra conciencia; oyendo sólo esa “cacofonía de un tiempo desquiciado” en la que cada ruido servirá para aislarnos aún más de nuestra propia alma y de la trascendencia que tranquiliza nuestro espíritu.

Así que, insatisfechos, desorientados y exigiendo permanentemente a los demás lo que nosotros tampoco somos capaces de alcanzar – movidos simplemente por la ambición o por la envidia y arrastrados por un “el qué dirán” como respuesta a la omnipresente “corrección política” sentada por las autoridades dominantes – caminaremos desnudos de esperanza y de sentido de la vida a menos que, recordando las palabras de Juan Pablo II, la voz de los cristianos responda ya definitivamente al imperioso “¡Non abbiate paura!” y arrastre con su fuerza y su capacidad de sacrificio, tal como fue capaz de hacerlo en otros tiempos, a una humanidad sumida en la ignorancia precisamente de lo que más importa.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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