Matemáticas electorales

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Esteban en La Razón el pasado día 29 de abril) (*)

Existe una idea bien pensante de que la ciudadanía acaba, de una u otra manera, por encontrar la solución más acertada a los problemas a los que se enfrenta, como si tuviera una especie de instinto de conjunto. Y quizá sea esto cierto: quizá lo que ahora vemos tras el resultado de las elecciones no sea tanto algo intrínseco al sistema democrático como fruto de determinados añadidos igualmente bienintencionados que, pretendiendo influir en los resultados, luego demuestran perturbarlos. Vaya por delante que no soy un experto en la materia, pero recuerdo que en un concienzudo estudio sobre el tema oí decir que en su día se introdujeron determinadas condiciones en el sistema electoral para favorecer repercusiones al parecer interesantes, y esto se habría traducido por ejemplo, en dar alas a los nacionalismos. Pero el hecho es que algo factible dentro del proceso creativo, como modificar la normativa para corregir errores detectados, se ha acabó convirtiendo en una empresa que ya es punto menos que imposible.

Y es curioso que esto ocurra con aspectos que tuvieron solución fuera de España incluso sin salir de Europa; quiero decir que en otras constituciones democráticas existen diferencias con la nuestra y no por eso son peores. Además aquí también se introdujeron en su día sucesivos cambios durante la redacción de los artículos, así que no parece que debiera haber grandes problemas en cambiar el enfoque de determinados aspectos de lo legislado. Pero existen ideologías que se beneficiaron del sistema, así que nadie espere que ahora cedan, y lo que en su origen fue factible resultará ya poco menos que imposible.

Este es el complicado entramado resultante del artilugio político en el que hoy se sustenta la complicada normativa electoral: un “producto” matizado por consideraciones de orden político y por tanto también ideológico, de modo que sigue manteniéndose un sistema sólo hasta cierto punto razonable: un conjunto de fórmulas cuya influencia y dimensiones en cualquier aspecto crecen o se contraen según datos la mayor parte de las veces escasamente convenientes. O dicho de otra forma, un artilugio cuya base aparentemente matemática se mezcla con consideraciones de apreciación política que acaban creando un sustrato argumental de una naturaleza extraña y mixta difícilmente comprensible para cualquier mentalidad exigente en el discurso lógico.

Así un mismo procedimiento es enfocado de distinta forma en un país y en otro, como si en vez de aplicarse razones de moral y de justicia en ambos se tratara de un traje a la medida de una determinada “clase política” y un determinado entorno ciudadano, o como si en estas cosas debieran tener el peso principal conceptos como la idiosincrasia o la psicología. O la idea feliz de unos pocos expertos guiados por consideraciones de orden práctico.

Sin embargo damos todo esto por normal sin poner jamás en duda la regla que aplicamos cualquiera que ésta sea; algo que me parece bien en cuanto a la disciplina ciudadana de seguir unas regla conocida y ajustarse – como debe ser – a ella, mas cuya posibilidad de modificación debiera ser tenida en cuenta por los legisladores potenciales, que – digo yo – podrían considerar la posibilidad de mejorar las cosas. Como debieron haberlo hecho en su día cuando cometieron el error de incluir en la Constitución un término cono el de las “nacionalidades”, inexistente hasta esa fecha con el sentido con que lo presentaron, y que, naturalmente, tendería a ser manipulado como lo ha sido realmente cuando algunos llevaron el agua a su molino interpretando “nacionalidad” como “nación”. Luego vendrían, como ustedes saben, los lamentos y la “mea culpa” como la que oí formular a uno de los padres constitucionales en unas conferencia sobre el tema.

Sí, señores: lo que ahora estamos viendo cada vez que votamos es que lo que impera son unas raras matemáticas que hay que tener en cuenta para ver cómo sacarlas el mejor partido. O sea que, en vez de valorar proyectos, ideas e intenciones o la personalidad de cada pretendiente o cada grupo, lo que priva es ver como sumamos cantidades de no se sabe qué como no sea el número de asientos donde posar las nalgas. Poco interesa al parecer lo verdaderamente interesante como es el destino final de la Nación. Así se pactan acuerdos que perjudican a ésta, o incluso son contra natura, sólo por cuadrar las sumas favorables si tener en demasiada cuenta lo que se encierra detrás de cada una en un absurdo despliegue de egoísmo que desprecia el futuro de una comunidad entera que es España.

Y así se cuelan, por ejemplo, partidos y personas que representan al Estado mientras intentan destruirlo: una situación incomprensible hasta tal punto que uno acaba por preguntarse si los españoles somos realmente así de inconsecuentes y suicidas.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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