Día del Corpus en La Alberca. 2

Por Carlos de Bustamante

( Procesión del Corpus en La Alberca) (*)

Os decía mis amigos en (1) cómo `vivimos´ el día del Corpus Christi en el medioevo trasplantado al increíble pueblo charro de La Alberca. Y les decía cómo la procesión del Santísimo tuvo un inicio espectacular en la espectacular parroquia de Nª Sª de la Asunción. La Santa Custodia llevada bajo palio y con unción singular por don Alfredo, el sacerdote que, párroco del pueblo, atiende otros ocho diseminados por los encinares inmensos del campo Charro.

Con la recién estrenada silla de ruedas, hube de seguir la procesión detrás de multitud de fieles lugareños que, con vestimentas medievales, acompañaban al Señor a quien cantaban con suma piedad contagiosa: Cantemos al Amor de los amores/, cantemos al Señor/. Dios está aquí, venid adoradores/, adoremos a Cristo Redentor/. Gloria a Cristo Jesús/, cielos y tierra bendecid al Señor/: honor y gloria a Ti, Rey de la gloria/; amor por siempre a Ti, Dios del Amor//…

Desterrado todo pudor de absurdos respetos humanos, rendí honor y gloria al Señor por callejuelas increíbles, si no se ven o recorren como lo hice poniendo a prueba el Amor y la resistencia del que, con gran afecto, ejerce de ayudante en las múltiples limitaciones del vejestorio que se lo está narrando.

Cuando vislumbraba el palio allá a lo lejos en calles cuesta arriba, veía también nublarse el cielo, del que, con el fuego de un inicio de verano exageradamente tórrido, caían por millones encendidos pétalos de rosa, bendiciendo al Señor.

Lo que realmente vi, mis amigos, con los ojos del alma fue a Dios hombre caminando por las callejuelas de la Alberca. Verdadero Dios y hombre verdadero con su Cuerpo, Alma y Divinidad, adorado por el pueblo con canciones, petálos de rosas y aromas de tomillo y romero…, que se hacían canción al Amor de los Amores.

El paso forzosamente lento de los portadores del palio, hizo de pronto un parón: desde la distancia, no entendí el porqué; ¿cansancio? ¿refresco a los caballeros del medioevo…? Cuando prosiguió el Señor el paseo por los intríngulis de la Alberca, pude continuar “mi procesión” de adoración, petición y desagravio… a distancia. Un pequeño altar con un Cristo crucificado y adornado profusamente con bellezas del monte y de las balconadas albercanas, me dio la respuesta al parón mencionado. Ante el altar, frente a frente la Custodia -el Cristo real- con la sola imagen que lo representa, el pueblo entonó una vez más la canción de Amor aún más encendida, si cabe.

Recogido en silencio exterior, hice mías las oraciones que cayeron sobre el altarcito en lluvia copiosa. Como mías hice las que envueltas en fragancias de incienso, romero y tomillo envolvían a la sola imagen, mientras el Señor real proseguía su andadura por el pueblo del que, hoy más que nunca, era Hijo y Señor.

Hasta cinco veces hizo paradas la Santa Custodia frente a los altares erigidos por la Fe del pueblo castellano y charro. Y cinco veces, cinco, rezó el pueblo las mismas oraciones cantadas como repiten una y otra vez los enamorados diciendo que se quieren. Entre tanta fragancia y colorido, el que por fuerza mayor seguía al Señor de lejos, se distrajo al contemplar el bullicio de las gentes forasteras. Se le “vinon a las mientes”, si les sería o no compatible el afán de compras que, profusas, se ofrecían en infinidad de comercios en incluso casas particulares; si serían compatibles, digo, con el profundo significado religioso de tan singular festejo, tal vez único en el mundo por el entorno en que se desarrollaba.

Créanme si les digo, que no creo excesivamente importante el que el turismo se dedicara a “lo suyo”. Con que Dios estuviera aquí teniendo multitud de adoradores, aun no participando todos de similares voluntades y sentires, quiero pensar que el Señor está satisfecho del impresionante homenaje del pueblo.

Sorteando los obstáculos del gentío acumulado en la plaza donde una gran cruz de piedra preside la entrada a la Alberca, pudimos contemplar de cerca, el homenaje rendido en el quinto y último altar. Espero que nuestro artista y escritor foramontano Josemari Arévalo, les puede presentar la imagen que torpe en estas lides de fotógrafo no supe captar adecuadamente.

Dije quinto y último altar. Rápidamente lo desdigo; porque altar era la Alberca entera, en la festividad del Corpus Christi. Templo y altar por donde paseó el Señor acompañado por el fervor de este pueblo, de los que lo visitamos. Y aun con distinto entorno, asimismo lo hicieron en la mayoría de los pueblos y ciudades de España. A la que, por turismo o creencias, Nª Sª, su Madre, contemplaría agradecida.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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