Para que lo trabajara y custodiase. 27. Patatales. 1

Por Carlos de Bustamante

( Junto a Laguna de Duero. Acuarela de J.M. Arévalo) (*)

Pocos cultivos son tan agradecidos como el de las patatas en terrenos como los de la ribera del Duero. Franco -arenosos, como creo haberles dicho en otras ocasiones, se adaptan `divinamente´ a ellos con producciones difícilmente mejorables. Pero ya saben lo que la sabiduría popular dice como un epitafio que el amo de turno no tuvo en cuenta: “La ambición rompe el saco”.
Habrán leído, mis amigos y probables únicos lectores, cómo en cada cultivo narrado, el susodicho “amo” al contemplar la belleza o el prodigio de cómo nacen, viven, se desarrollan y producen frutos los diferentes productos agrícolas le sugerían bien alabanzas al Señor de todo lo creado, bien oraciones en un silencio sonoroso en sus adentros, que eran oración de personas contemplativas en su mundo al que amaba, incluso apasionadamente sin ser mundanas. Y digo más, en infinidad de ocasiones entendió “divinamente”, que aquello, era medio y motivo de santificación en la vida ordinaria; de un labrador en este caso; pero igualmente, la empleada de hogar que sólo pelaba patatas en la cocina – ¿recuerdan? -; el cirujano en su quehacer habitual en el quirófano; el abogado en su bufete; el militar en el cuartel en su labor educativa con sus soldados…
Pero ¡ay!, que como nada tan cierto como que santos `aquí bajo´ no `semos´ nadie, una vez al menos -que yo sepa- se dio de bruces en el `santo suelo´. Cumplió a la letra la sentencia de la avaricia. En el caso presente no se rompió un solo saco, sino muchos -cantidad-… ¡y de patatas!
Consternado por un rotundo fracaso, que podré explicar, me tomé el atrevimiento de decirle en confidencia: “que no es santo quien nunca cae, sino el que siempre se levanta”. Lo entendió divinamente con el firme propósito de ponerlo por obra.
Era aún muy niño cuando paseaba con él (el `amo´) por el Cacho de los Carrizales. Corriendo para seguir a su lado -tales eran sus zancadas- por el camino que hacía linde con el cacho, me llegó el susurro de su voz grave que a la vez se me antojaba melodiosa. Era la voz del amor encendido por la belleza del campo cuajado de florecillas blancas augurio de una cosecha imponente en el inmenso cacho, patatal espléndido. Oración contemplativa.
Imposible recordar textualmente qué y cómo lo dijo. Sé `sólo´ que en aquel momento el templo donde la sola mirada se hizo oración, era el cacho de los Carrizales. Y que en aquel susurro aleteaba el espíritu del Señor de todo lo creado. Con la nitidez diáfana del cielo castellano, entendí `divinamente´ que en aquella contemplación orante del amo y acompañante brotaba encendida de una celda singular: el Cacho de los Carrizales en la Dehesa de Peñalba la Verde. Con la claridad razonada por el más erudito de los maestros, caló muy hondo en la mente del aún niño y para siempre, cómo la vocación que hace posible la santidad, no es privilegio de unos pocos, sino viable para el monje o eremita, sí, pero en buena medida para el hombre corriente de la calle en la gran capital o más aún, si cabe, para el labrador que, pese al error cometido, y que `a escape´ creo que verán, se levanta de su ambición y reanuda el trabajo con renovados propósitos de ofrecerlo todo para mayor gloria de Dios. Y ello, sin descuidar el honrado beneficio para la debida atención de la familia y de las de cuantos se afanaban en trabajar y custodiar la tierra con la generosidad que no tuvo la ambición del amo y que pagó tan cara.
Si en una persona mayor hay convicciones que le impactan, en la mente de un niño se le quedan tan grabadas que serán huellas indelebles para toda la vida. Aquel día aprendió con perfecta claridad lo que lleva a Dios y lo que separa de Él. Con los años, conocimiento en las artes, en el ambiente, en las modas, en las ideologías… Y en un momento determinado, con mayor claridad, si cabe, cómo las cosas buenas y rectas en sí mismas, pueden convertirse en malas para el hombre porque le separan de su fin sobrenatural: por un deseo “desordenado” de posesión, por el apegamiento del corazón a estos bienes materiales que pueden separar poco a poco o a mucho de lo que Dios creó y vio que era bueno. ¿Lo ven…cómo, con perdón, “vuelve la burra al trigo” …? Desaparece o difumina el ya referido “quid divino”. Desde esta base, lo entendió aún mejor cuando escuchó del santo de lo ordinario: “Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios, Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria” …
Ese verso heroico -escuchó el relator años más tarde- hecho para Dios lo componemos lo hombres con las menudencias de la tarea diaria, de los problemas y alegrías que encontramos a nuestro paso. Amamos las cosas de la tierra, pero las valoramos según su justo valor, el que tienen para Dios.
Y del fracaso y la avaricia ¿qué…?: mañaanaa, si Dios es servido.


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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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