Ideología de género. XX. Educación sexual ideológica

Por José María Arévalo

(Acuarela de Lola Catalá en lolacatalá.com)

“Los menores, ese oscuro objeto de deseo. II. Educación sexual ideológica” es el título del capítulo 21 del libro “Cuando nos prohibieron ser mujeres… y os persiguieron por ser hombres. Para entender como nos afecta la ideología de género”, editado en 2016 por la digital Titivillus, que estamos reseñando en esta serie, y del que es autora Alicia V. Rubio – titulada en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca y profesora de educación física en un centro público de Madrid durante veinticinco años.

“Como ya se ha explicado –comienza el capítulo 21-, para la implantación final de esos neoderechos con origen en la ideología de género, los colectivos implicados, esos «vendedores de tela mágica» consideran imprescindible el acceso a los menores para inculcarles una serie de principios que faciliten la posterior aceptación de unos valores acordes con la ideología de género y una moral que les lleve a comportarse de una forma favorable a los objetivos últimos de esa doctrina.

El acceso a los menores se hace a través de dos vías: la comunicación audiovisual y los centros escolares, y se facilita mediante leyes que permitan tanto la ideologización solapada como esquivar el tejido protector que es la familia. La acción directa sobre los niños y adolescentes implica a escuelas, colegios e institutos ya sea mediante cursillos impartidos por personas que se introducen sin permiso expreso de los padres, o mediante el adoctrinamiento previo de un profesorado sin demasiados prejuicios para tratar, a su manera, unos temas que implican la vida privada del menor y su escala de valores.

La educación sexual se ha establecido como algo muy importante, necesario para el desarrollo y la felicidad posterior de los púberes y adolescentes. Y ese es el problema: que la sexualidad es un tema importante que va a afectar, y mucho, la vida de los menores según cómo y quién enfoque el asunto. Por ello, el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus valores, convicciones y principios, es una traba para los ideólogos del género, una cortapisa a su imposición educativa que poco a poco van vulnerando a base de manipulaciones y de leyes, es decir, por las buenas o por las malas.

Lo primero que hay que tener claro es que los padres tienen todo el derecho a transmitir, en la educación de sus hijos, los valores que han dado sentido a sus vidas y les han hecho felices. Es evidente que una vez adultos, ellos elegirán y que, muchas veces, no sólo es la educación sino el mismo ejemplo que ven en sus padres el que les va a decantar por una elección u otra en su vida afectiva y sexual. Sin embargo, lo que no se puede admitir son intromisiones en un derecho humano fundamental y básico.

Lo segundo que hay que tener claro es que la escuela y los poderes públicos no pueden, ni deben, entrometerse en ese derecho y, en todo caso, pueden afianzar de forma subsidiaria una educación afectivo-sexual, que es también ético-moral, elegida por los padres previamente, con cursos o aportaciones: jamás con mensajes contradictorios o simplemente opuestos. Y esto es lo que está sucediendo gracias al ansia de los «vendedores de la tela del género» por hacerse con las mentes y las vidas de las nuevas generaciones.

Esa intromisión en las mentes de los menores saltando por encima de los padres, sus derechos fundamentales, el respeto por la enseñanza ético-moral que ellos les han inculcado e introduciendo personas ajenas a la familia que hablan a los menores de temas para los que no tienen autoridad, y muchas veces ni preparación, se basa en varios argumentos en los que, o se insulta a los padres o se reconoce la utilización de sistemas propios de totalitarismos. Estos argumentos son:

La incapacidad de los padres para educar adecuadamente. Un argumento que podría resumirse en la frase «Tú no sabes hacerlo».

La reprobación y desautorización de determinadas elecciones morales privadas o «Tú eres tonto, lo que piensas está mal y no vale para tus hijos. Vale lo que otros decidan».

La presunta dejación de funciones de algunos padres. El hecho de que haya padres que por incapacidad o dejadez no cumplan sus obligaciones, no implica pensar que todos lo hacen y actuar en consecuencia. Es el argumento que defiende que «Como uno no se lava, ducha para todos».

La obligación del Estado de velar por los ciudadanos aún contra su voluntad, en toda situación, como si el ciudadano fuera un menor al que hay que proteger ante su incapacidad de hacerlo por sí solo. Es «papá Estado» que debe cuidar de los que no saben elegir lo que les conviene.

El «presunto derecho» del Estado a modelar las conciencias de los menores para hacerlos «buenos ciudadanos» es decir, dóciles y acríticos (argumento de corte totalitario únicamente establecido en regímenes políticos de triste recuerdo).

Es verdad que hay padres que pueden encontrarse poco preparados o incapaces de afrontar ese derecho y obligación, y también hay casos de padres poco responsables, pero no se puede suponer que la totalidad de los padres están en esa situación. Y, desde luego, lo que ningún padre puede admitir es que se cuestionen los valores morales de su propia educación, que están dentro de los valores constitucionales, que el Estado tenga ninguna razón para meterse en la moral de sus ciudadanos y mucho menos que se imponga un presunto derecho del Estado a modelar conciencias. Sin embargo, todo esto sucede y es lo que ha llevado a que en este momento una educación sexual ideológica sea la preponderante y la impuesta por los poderes públicos a los menores. […]

La guía UNESCO de Educación Sexual para la Autoafirmación de los Jóvenes, elaborada en 2009 con participación de asesores del Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Panamericana de la Salud (PAHO) y el Fondo para la Población de las Naciones Unidas (FNUAP-UNFPA), documento también llamado Directrices Internacionales para la Educación Sexual, divide a los niños en grupos de edad y recomienda que a partir de los 5 años los educadores inicien a los menores en técnicas de masturbación así como la mentalización en los roles de género y en los estereotipos de género a fin de que tengan una visión acrítica de la libre orientación sexual. De 9 a 12 años deben ser instruidos en los efectos positivos y negativos de los afrodisiacos en un contexto de relativismo sexual. A los 12 años se debe profundizar en las razones para abortar, considerando violencia de género los impedimentos; para llegar a los 15 años asumiendo el derecho al aborto y el acceso al aborto seguro. Sabedores de que están vendiendo una mentira, ofrecen «las vendas» de las heridas que semejante ejercicio libre de la sexualidad va a producir. Si las nuevas generaciones asumen el aborto con total naturalidad, todo solucionado.

Desde estos organismos, originariamente creados para temas completamente diferentes a la ideología de género y a la imposición de comportamientos sexuales en los seres humanos, se promulgan directrices, a modo de recomendaciones, que los políticos de los países se comprometen a cumplir. De hecho, una transcripción literal de esta guía fue la propuesta por el gobierno inglés, aprobada por el Ministerio de Educación y enviada a todos los profesores para ayudarles a gestionar y comprender el comportamiento sexual de sus alumnos. Se consideraba positivo el autoerotismo de 5 a 9 años (siempre que no se haga en público) y saludables las relaciones sexuales a partir de los 13 con personas de distinto o el mismo sexo, así como sexo oral y con penetración consentida. La forma de valoración en la guía sobre si se tenía una sexualidad sana al realizar las mencionadas prácticas era mediante los colores de un semáforo; el verde indicaba que era adecuado en cada etapa de edad. Parte del revuelo que supuso esta guía fue la ilegalidad de recomendar como normales las relaciones sexuales a los 13 años, en tanto la edad de consentimiento en Inglaterra está fijada a los 16 años.

Una vez perdida la neutralidad ideológica y olvidada la situación subsidiaria de los estados libres para educar a los menores en cuestiones que afectan a su ética individual y se enfrenta a visiones antropológicas perfectamente aceptables, que sería una primera objeción a la imposición de la educación sexual, la segunda objeción proviene del evidente fracaso en sus objetivos. Lo que se pretende con la imposición de esa visión de la sexualidad humana, no sólo no se consigue, sino que es manifiestamente contraproducente. Cuando los lobbies hablan de sexualidad dentro de las aulas, dicen que lo hacen para que los menores tengan una sexualidad más saludable, feliz y plena. Todos podemos suscribir ese deseo. También afirman pretender que el ejercicio de esa sexualidad no tenga consecuencias indeseadas: embarazos y enfermedades de transmisión sexual. El hecho es que no hay una sola evidencia de que con estas clases de educación sexual disminuyan los embarazos y las ETS que presuntamente se viene a evitar. Veamos la información y los mensajes que se dan a los niños y púberes.

Las ideas fundamentales que se imparten en estas clases son tres: «Practica sexo cuando te sientas preparado». Lo que implica dejar en manos de un menor, en proceso de formación, la decisión sobre su propia madurez para afrontar la sexualidad y sus consecuencias.

«Todo vale si hay consentimiento». Lo que implica que cualquier experiencia sexual es permisible si las partes lo desean, además de las relaciones heterosexuales; desde la pederastia (de ahí el afán de muchos lobbies por bajar la edad de consentimiento, e incluso que no exista) al incesto, del bestialismo a las parafilias, de la homosexualidad al sexo en grupo, porque la libertad individual se presenta como la única guía ética de comportamiento sexual en la implantación de la sexualidad libre.

«Todo tiene solución. La que sea. No te preocupes». Lo que implica una pérdida absoluta del miedo a las consecuencias de no poner medios para que no sucedan cosas. Es el llamado fenómeno de compensación de riesgos que se une a la percepción ya atenuada de riesgos que tienen los menores por su propia inmadurez. Estos talleres enseñan básicamente técnicas sexuales para evitar el sexo con penetración, es decir, la masturbación mutua (petting), sexo oral, relaciones con personas del mismo sexo que evidentemente no producen embarazos, medios anticonceptivos (preservativo, anovulatorios…), dosis altas de levonorgestrel (Píldora del Día Después) en caso de duda para evitar la implantación del embrión, y aborto como posibilidad última de resolver una «situación» que ha llegado «demasiado lejos».

Sin embargo, una sexualidad que termina en enfermedades de transmisión sexual, ingestión de medicamentos perjudiciales o en un aborto, no es ni saludable, ni feliz, ni plena. Y ese es el problema: que pese a la enseñanza de todas esas técnicas desde hace años, las ETS de los jóvenes y, sobre todo, los embarazos, no sólo no disminuyen, sino que aumentan, por lo que es necesario analizar qué falla en esta historia.

Para los ideólogos del género la cosa es clara: hacen falta más clases de educación sexual y a edades más tempranas: la receta falla, por lo que deciden que hay que aumentar la dosis, incapaces de analizar las razones del fracaso y de asociar el aumento de la problemática sexual de los menores con la impartición de los cursillos.

Sin embargo, lo primero que resulta evidente para un observador imparcial es que el mensaje de «sentirse preparado» es un perfecto detonante de la presión social: ¿qué adolescente no se siente preparado para todo? El que no ha tenido experiencias sexuales en un plazo determinado, que comienza tras el cursillo sexual y se prolonga a lo largo del curso escolar, es un «pardillo», no está preparado, no es adulto. Lo que antes suponía el hecho de fumar para sentirse mayor, son en la actualidad las relaciones sexuales. En un año, la mayoría de los alumnos que han recibido el cursillo se han lanzado a unas relaciones sexuales tempranas y, los que aún no lo han conseguido, viven su virginidad con verdadera preocupación, como la prueba vergonzante de su inmadurez.

Lo segundo que surge es la sospecha de que esas medidas para evitar problemas en las relaciones sexuales resulten poco eficaces. Además de ser vendidas como infalibles y no serlo, la posibilidad de que se tengan en cuenta dentro de unas relaciones adolescentes no son demasiadas. Debido a la inseguridad propia de la edad y la que toda relación íntima produce en las personas sin experiencia, sus primeros escarceos amorosos van acompañados de mucho alcohol por lo que, a la natural irresponsabilidad fruto de sus pocos años, se une la pérdida de sensatez producida por la bebida. Si a todo eso se añade la presión social de tener relaciones cuanto antes, que les hace ver cierto tipo de ocasiones festivas con alcohol como el momento de «convertirse en adultos», se comprenderá la nada descabellada comparación de que los cursillos son una forma de decir al menor que si se pone el casco no hay ningún peligro en conducir una motocicleta, y en el momento en que se le dan las llaves del vehículo, este se dirige a comprarse una botella de alcohol.

En el caso de que las cosas no se hayan hecho según el «recetario» impartido y las relaciones sexuales hayan sido completas y sin medios anticonceptivos, la concatenación de soluciones que se les ofrece crean una sensación de impunidad en unos menores que ya de por sí, como hemos dicho, carecen de sensación de riesgo real de forma general y en cualquier situación, lo que les lleva a conductas temerarias. La muerte, los problemas, son cosas que les pasan a otros. El «todo tiene solución, no te preocupes» viene a reforzar las conductas de riesgo por la situación que, en salud pública, se ha denominado fenómeno de compensación de riesgos, que sería el efecto ocasionado por las actuaciones que reducen la percepción de riesgo en la población y terminan produciendo el efecto contrario al deseado al dar lugar a una falsa sensación de seguridad con las medidas preventivas invocadas. Esto conlleva una mayor exposición al riesgo que se quiere evitar. El actual repunte de VIH que se está produciendo en la población homosexual de muchos países que ya tenían controlado el contagio, está relacionado con que la población más expuesta tiene la sensación de que hay muchas terapias que lo convierten en enfermedad crónica y no letal, produciéndose ese mismo fenómeno de compensación de riegos. En el caso de los adolescentes, es posible imaginarse el grado de responsabilidad y consciencia con los que afrontan las relaciones sexuales prematuras.

Naturalmente, pese a que los cursillos de educación sexual con este enfoque están generalizados, no hay mejora en la situación, hecho que se explica por las razones anteriores. Y si el incremento de los embarazos en menores y su correspondiente tasa casi paralela de abortos terapéuticos no ha crecido alarmantemente, es por el uso indiscriminado de la conocida como «píldora del día después» (PDD), que se usa como método anticonceptivo habitual por parte de las menores sin calibrar, y en la mayoría de los casos sin conocer, el riesgo que supone para su salud.

Este fármaco es consumido de forma irresponsable, sin conocimiento de los padres y sin ningún tipo de control sanitario. El farmacéutico no puede preguntar la edad de la usuaria, ni tener los datos de cuántas veces la ha tomado una adolescente en un año. Hay niñas, porque son niñas, que toman casi una al mes. La decisión política de expedir un compuesto con numerosas contraindicaciones sin supervisión médica, es un atentado a la salud pública que se hace necesario precisamente por la decisión política anterior de empujar a los menores a una sexualidad que, saben perfectamente, les va traer numerosas complicaciones. No hay otra razón. Si se contempla una actuación respecto a la PDD exclusivamente con mujeres adultas, se hace evidente que el principal objetivo de esta expedición sin control, receta ni estudios de incidencias a causa de una decisión política pero no de responsabilidad médica, es la «solución» de esas sabidas consecuencias en los menores: La mujer adulta que ha tenido una relación sexual que sospecha puede producirle un embarazo, acude a su médico y le solicita la receta. Su uso queda reflejado en un expediente. Si abusa, su médico puede avisar de los riesgos, asesorar y recomendar otros medios anticonceptivos. Sin embargo, el acceso de las menores a los médicos es mucho más problemático, entre otras cosas por su dependencia de los padres. Y los ideólogos del género saben que la niña no va contar a los padres el posible resultado de su último escarceo amoroso o que, si lo cuenta, va a ser tarde para que la PDD sea efectiva. Por ello, la forma de evitar el incremento exponencial de embarazos adolescentes es poner a disposición de las menores, de la forma más fácil posible, el levonorgestrel, cuyos efectos anticonceptivos se unen a unos claros efectos abortivos en el caso de que ya haya un cigoto, al impedirle anidar en el útero, y que lo hace especialmente odioso para las personas que por razones biológicas, éticas o religiosas consideran esta acción un asesinato.

Es posible que algunas adultas abusen de esta «solución» sin seguimiento médico aunque, al menos, se les puede reconocer un derecho legal a tomar sus propias decisiones, incluso erróneas; derecho que no es legalmente contemplado en el caso de menores a los que no se les admite una madurez suficiente para responsabilizarse de sus actos. Por esa inmadurez reconocida, son sus padres o tutores legales los que, hasta la mayoría de edad, son responsables de todo ello. Es curioso cómo, sin considerar a los menores responsables de delitos y crímenes hasta los 18 años, sin derecho al voto hasta los 18 años, sin posibilidad de conducir un vehículo de cierta cilindrada hasta los 18 años por considerar que no han alcanzado la madurez, en algo tan relevante como la sexualidad, se les presuponga una madurez y se les permita y facilite por parte del Estado realizar acciones peligrosas para su salud obviando a los padres. Ni los cursillos de educación sexual, ni la expedición de PDD a menores y, ni mucho menos, el aborto sin conocimiento de los padres, son decisiones políticas admisibles por parte de una sociedad madura y conocedora de sus derechos.

Lamentablemente en esto, como en otras muchas cosas, hemos sido víctimas de una manipulación previa que nos ha dejado inermes para el abuso de los ideólogos del género sobre nuestros hijos.

Las consecuencias de estos abusos en la ingestión de la PDD se ocultan (ictus cuya existencia no traspasa las puertas de los hospitales por motivos políticos) y en muchos casos se recogerán sus frutos en los próximos años en forma de tumores asociados con los funcionamientos hormonales. Tampoco se han de esperar estudios al respecto, en tanto la decisión política de convertir un fármaco nada inocuo en un «caramelo de menta» va a impedir la información de la realidad a los ciudadanos. ¿Sexualidad sana y feliz? Algún día la sociedad civil debería exigir más que explicaciones a los políticos que han propiciado todo esto.

Este esquema que se ha reproducido al comienzo del capítulo sobre los cursillos y sus consecuencias, es el más habitual en las aulas de la Educación Secundaria Obligatoria (12 a 16 años) que reciben esa educación sexual y, generalizado, en toda la enseñanza pública y parte de la concertada. Y los resultados son los expuestos: incitación a la práctica sexual, amoralidad y aumento de riesgos en una población inmadura. Si cualquier observador externo, cualquier docente, ve todo esto… ¿no es sorprendente que los que propician esta locura no lo vean? Naturalmente que lo ven. Simplemente, como en tantas cosas del género, el loable objetivo expreso, que es con el que nos venden la mercancía, y el discutible objetivo oculto y real, son muy diferentes. Como el objetivo expreso no se cumple, ni se pretende que suceda, y el objetivo real va de viento en popa, se sigue exigiendo más de la misma receta fallida. Precisamente porque no es fallida.

Los niños son lanzados a una sexualidad temprana que es evidente que sólo les va a crear problemas por su inmadurez y por su inseguridad, por su falta de percepción del riesgo y por la banalización que se ha hecho de soluciones tan extremas como el propio aborto. Y saben perfectamente cuál va a ser el resultado de sus bienintencionados consejos: niños hipersexualizados, consumidores de material sexual, de medicamentos y de abortos, cosa que no sucedería si no tuvieran relaciones sexuales. A la ampliación de la cartera de clientes de estos «productos» y la creación de unas generaciones ya adoctrinadas en esa forma de vivir la sexualidad, se une la compleja red clientelar de asociaciones y fundaciones que imparten los cursillos y talleres de forma altruista pero recibiendo cuantiosas subvenciones por su elogiable labor social.

La primera objeción que se ha de hacer a este enfoque de la sexualidad tan rentable para algunos es que si, como venden, una sexualidad temprana es mejor para los menores, afianza su personalidad, los hace más libres y más felices, si verdaderamente los menores tienen un neoderecho a la práctica sexual, o simplemente se está lanzando a conducir coches de gran cilindrada a niños sin capacidad de controlarlos y sin evidencia del riego que corren porque se les ha dicho que si se ponen casco no hay peligro pero que, si al final se chocan, siempre hay un hospital cerca.

La segunda objeción es si realmente los menores no pueden ni deben controlar sus incipientes pulsiones sexuales, por la simple razón de que son capaces de ello y porque la promiscuidad les puede traer consecuencias desagradables. Concebir al menor como un ser incapaz de controlarse es otro engaño que propician estas clases de «resolución de consecuencias» de un problema que consideran incapaces de dominar. Como el menor es un ser incapacitado de autocontrol y va a lanzarse sin freno a la experimentación del sexo, mejor informarle de medios y soluciones.

La tercera evidente objeción es si estas clases, verdadero detonante de la experimentación sexual, no son la causa de la hipersexualización de los menores y de que se lancen precozmente a unas prácticas sexuales que, de otra forma, pospondrían para más adelante.

Respecto a los resultados que pretenden los talleres, no hay ninguna evidencia de que realmente funcionen tal y como se refleja en la Guía Práctica del ICSI (Institute for Clinical Systems Improvement) producida por más de 55 organizaciones sanitarias de EEUU de carácter independiente y objetivo. En esta guía se le adjudica el nivel II (evidencia incompleta sin confirmar). Igualmente, la Guía de Práctica Clínica de la Agency for Health Care Research de EEUU menciona que hay pocos estudios controlados sobre el tema y muchas incógnitas sobre la efectividad de estas actuaciones. Todo esto las convierte en experimentales y de ningún modo en una solución a un problema que en parte propician ellas mismas.

¿Dónde quedan los padres en todo este asunto?

Hay padres que comparten esa visión de la sexualidad humana ligada al hedonismo y el disfrute sin más compromiso que evitar las consecuencias biológicas, por lo que aceptan de buen grado este tipo de talleres. Otros han asumido como propias las concepciones sobre sexualidad humana que parecen más comúnmente aceptadas por pura inercia y conformidad. Algunos padres carecen de valores éticos definidos, o de conciencia crítica respecto a las imposiciones estatales, y también los hay que se desentienden de determinados aspectos de la educación de sus hijos y exigen que el Estado les solvente lo que es un derecho y debería ser un deber.

Supongo que todos estos padres no van a expresar crítica alguna porque a sus hijos se les imponga una visión ideológica de la sexualidad humana porque, o coincide con sus principios, o simplemente no se contradicen con ellos porque carecen de guías éticas.

Sin embargo, hay un gran número de padres que confían en el criterio de los educadores o de los organismos públicos, y dejan en sus manos la educación de la moral y la conciencia de sus hijos sin plantearse que puede no coincidir con la propia o que puede no ser beneficiosa; o los hay que se sienten poco preparados o incapaces de afrontar la educación sexual de sus hijos y delegan en la convicción de que lo que se haga en los centros educativos no puede ser malo. A estos padres se les está engañando.

Hay otros que no se atreven, o no saben cómo enfrentarse a una marea de pensamiento que no comparten pero que no pueden frenar. Ya sea por dejadez, sensación de incapacidad, temor, buena fe, exceso de confianza o falta de espíritu crítico, muchos padres han delegado en los centros educativos la educación de sus hijos, incluso en los aspectos más personales y privados.

Finalmente, también hay padres que, en el ejercicio de su libertad, tienen claro que quieren y deben ser ellos, o las personas en las que ellos confían, los que eduquen a sus hijos en sexualidad, aunque se encuentran serias dificultades para sustraerse de la marea de la imposición educativa y a veces resulta imposible evitar esa delegación de funciones forzada. […]

Otra de las preguntas que hay que hacerse es por qué se informa a los padres exhaustivamente hasta de las más inocentes actividades escolares, con derecho a dar permiso o no a la participación del menor, y en la mayoría de los centros no se informa de estos cursos de educación sexual, de los contenidos reales, de las asociaciones y personas que entran a impartirlos, ni se da opción a desautorizar la asistencia, ni se les pide opinión acerca de si lo consideran necesario u oportuno o sobre el enfoque que desean, en tanto es una parte de la formación y la educación ajena a las materias del currículo y que implica a la intimidad de la persona y su vida posterior.

Porque otra de las objeciones que se pueden oponer a esta «ducha para todos» es que la edad biológica de los menores no es determinante en su maduración sexual o psicológica. En las aulas de la ESO conviven niños que aún juegan como niños con otros que despiertan a nuevas preocupaciones, niños desarrollados físicamente con otros aún impúberes… y a todos se les imparten las mismas enseñanzas sexuales, lo que explica el comentario de una niña a la salida de uno de los talleres en los que se le explicaron técnicas sexuales sin riesgo de embarazo: yo pensaba que el sexo oral era decir cochinadas por teléfono…

La única forma de frenar esta deriva es que los padres sean los educadores de sus hijos en ámbitos tan personales como la sexualidad y que exijan información completa de los talleres que se van a impartir en las aulas relacionados con temas de contenido ético-moral. Una vez informados, tener la posibilidad de negar la asistencia de sus hijos tomando las riendas de su educación en valores y sexualidad. […]

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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