Botero en Madrid

Por José María Arévalo

(Bailando en Colombia. Óleo de Botero,1980)

El espacio CentroCentro, en el Ayuntamiento de Madrid, acoge hasta el próximo 7 de febrero de 2021 la exposición “Botero. 60 años de pintura”. Un recorrido por los últimos 60 años de su extensa obra pictórica, a través de 67 cuadros de gran formato que se agrupan en siete secciones, que corresponden a los temas más característicos que han marcado su trabajo: América Latina, Versiones, Naturaleza muerta, Religión, La Corrida, Circo, así como a su obra más reciente e inédita de Acuarela sobre lienzo.

La exposición recoge así el «universo de volumen» del artista colombiano, que inició esta forma de expresión, que no es un inventario sobre la gordura, sino un producto de su admiración por la belleza, en una acuarela de juventud, lo que nos congratula a los amantes de esta tan difícil técnica de la acuarela. En efecto, Fernando Botero (Medellín, Colombia, 19 de abril de 1932) mostró una tendencia a la voluptuosidad de las formas de la que empezó a dejar constancia a los 17 años, en una de sus primeras acuarelas, “Mujer llorando”, con un estilo que perfeccionaría con el paso de los años. Pero a pesar de esas formas tan características, el maestro siempre ha dicho que «yo no he pintado una mujer gorda en mi vida».

Origen del “boterismo”

Su hija, Lina Botero, defiende esta visión y añade que su interés radica en la «pura fascinación por el volumen», muy alejado del debate sobre la delgadez o gordura que pueda despertar su obra. No es más que «la sensualidad y la belleza del arte a través de la exaltación de esos volúmenes» que, como recuerda, apareció casi «de manera intuitiva» en aquella acuarela hace ya más de 70 años. Sin embargo, Lina añade que la eclosión de ese estilo llegó a sus 20 años ya en Europa, tras su encuentro con los artistas del Quatroccento, momento en el que tuvo que «racionalizar» ese interés para crear «la estructura intelectual y el conocimiento teórico» que le ha permitido forjar el boterismo. un estilo que explica «una manera personal y única de expresarse», que contagia todo lo que crea y que deriva en un «universo de volumen».

(Botero en Madrid)

Color y volumen

La exposición está comisariada por Cristina Carrillo de Albornoz que, junto a Lina Botero, han conseguido crear esa conversación con el espectador a través de «un lenguaje de volúmenes monumentales y vibrante color». Para Carrillo, fue la estancia de Botero en Europa la que forjó esa personalidad pictórica «como hombre de su tiempo» que fue, porque «conoció su pintura, pero sobre todo se conoció a sí mismo».

Un lenguaje que se percibe nada más entrar en la sala, con la fuerza que de la mujer en “El Baño”. Un estilo que va desde la “Bailarina” en la barra hasta un perturbador “Ecce Homo” de 1967, pasando por los bodegones o la tauromaquia, donde estuvo a punto de introducirse, aunque prefirió extraer su plasticidad y dinamismo para sus obras.

Vida y trayectoria

Fernando Botero Angulo, pintor, escultor y dibujante colombiano, domiciliado en Pietrasanta (Italia), París, Mónaco y Nueva Yor, nació el 19 de abril de 1932 en Medellín, en el seno de la familia conformada por su padre David Botero, su madre Flora Angulo y su hermano cuatro años mayor, Juan David. Cuatro años después de su nacimiento, en 1936 nace su hermano menor, Rodrigo. El mismo año, fallece su padre. A partir de 1938 realiza estudios de primaria en el Ateneo Antioqueño y el bachillerato en la Bolivariana. En 1944 asiste a la escuela de torero en la plaza de La Macarena de Medellín, con el banderillero ‘Aranguito’, a petición de un tío, quien no se imaginaba que su verdadera vocación era la pintura. Tuvo un percance con los toros, lo que hizo que él los dejara. Es de notar que en ese período hizo su primera obra, una acuarela de un torero. Una vez que su familia comprendió su vocación, Botero realizó su primera exposición en Medellín en 1948.

(El niño de Vallecas. Reinterpretando a Velázquez. Óleo de Botero,1959)

Realizó ilustraciones para un periódico local (El Colombiano), con lo que financiaba sus estudios, redactó un artículo sobre Picasso, lo que le acarreó la expulsión del Colegio Bolivariana, en el que estudiaba, ya que sus dibujos fueron considerados como obscenos, y debió culminar sus estudios en el Liceo de la Universidad de Antioquia. De sus viajes son sus afamados estudios de esculturas de Pietra Santa, Italia y los de pintura en París (Francia), Nueva York (Estados Unidos de América) y de Montecarlo (Principado de Mónaco); así mismo, dedica tiempo al dibujo algunos días del año en Zihuatanejo, México y Rionegro, en Colombia.

Una vez terminados sus estudios secundarios en 1950, se trasladó a Bogotá en 1951 donde tuvo contacto directo con algunos de los intelectuales colombianos más importantes de la época. Ese mismo año, Botero realizó sus dos primeras exposiciones individuales y en la galería Leo Matiz dio un muy buen avance a su carrera. Posteriormente se radicó en Tolú, en la Costa Caribe colombiana, donde se dedicó a pintar en la pensión de Isolina García, y pagó su estancia con un mural.​ A su regreso a Bogotá, con el óleo “Frente al mar” ganó el segundo puesto en el IX salón nacional de artistas.

Formación en Europa

En 1952 con el dinero recibido por el premio y con la venta de algunas de sus obras, Botero llega a Europa en el barco italiano «Uso di mare», que sale desde el puerto de Buenaventura en el Pacífico colombiano. Llega a España, primero a Barcelona y se establece luego en Madrid, donde se inscribe en la Real Academia de Arte de San Fernando​ y para garantizar su sostenimiento, hace dibujos y pinturas a las afueras del Museo del Prado.

En 1953 pasa el verano en París con el cineasta Ricardo Iragarri, y luego se muda con él a Florencia, se inscribe en la Academia de San Marcos, donde recibió un fuerte influjo del arte del renacimiento italiano, estudiando especialmente la obra de Piero della Francesca, Paolo Uccello, Tiziano, entre otros.​ Su encuentro con el libro “Los pintores italianos del Renacimiento” de Bernard Berenson y con la obra de Paolo Uccello (especialmente con el díptico de la Batalla de San Romano en la Galería Uffizi) serán determinantes para su experimentación con el volumen en la pintura, especialmente por la noción de «valores táctiles» y tridimensionalidad que Berenson le adjudica a Ucello y Giotto en sus obras.

(Mujer comiendo una banana Óleo de Botero,1982)

Regreso a Colombia y viaje a México

Tras su regreso de Italia en 1955, el artista decidió hacer una exposición en Bogotá de las obras realizadas en Europa, de las cuales obtuvo muchas críticas pues en ese momento el país estaba influido por la vanguardia francesa, lo que le acarreó una fría recepción.

Después de esta difícil experiencia, Botero se casa con Gloria Zea, con quien en 1956 partió a Ciudad de México. Nuevas influencias se van haciendo visibles en su obra, especialmente la del pintor colombiano Alejandro Obregón con su lenguaje moderno y la del mexicano Rufino Tamayo con su desbordante color. Por otra parte, la obra del muralismo mexicano que tanto le había desvelado en su juventud ahora parece desilusionarle, por lo cual decide estudiar sus nuevas influencias y centrarse durante un tiempo en la experimentación del volumen a partir de bodegones. A partir de esta indagación Botero descubre un lenguaje propio que primero se evidencia en objetos de sus naturalezas muertas y que posteriormente empieza a crear en personajes humanos que interactúan con sus objetos.​ Un año después, expuso por primera vez en Nueva York: el éxito comenzaba a acompañarle.

Regresó a Bogotá, y en el año de 1958 fue nombrado docente de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia. Presenta una obra de formato grande al X Salón de Artistas Colombianos. Concebida con la consciencia de ser una obra maestra, Botero obtiene con La Camera degli sposi (Homenaje a Mantegna) el primer premio en el salón, consolidándose como el pintor más importante de este año en Colombia. Ese mismo año expuso en varias galerías de Estados Unidos. En una de estas exhibiciones del mismo año, La Camara degli sposi es vendida a un empresario en Chicago, y desde entonces la obra desaparece. Numerosos críticos e historiadores de arte latinoamericanos han señalado esta como una de las obras más importantes del arte colombiano por ser un punto de la consolidación del lenguaje pictórico de Botero, y por abrir las puertas a la nueva figuración que después experimentarían otros pintores jóvenes.​ La obra había causado una gran polémica al ser inicialmente descartada del salón, luego reintegrada y finalmente premiada. Despertaba una tremenda duda en el público y en los jurados que inicialmente concibieron la obra como una caricatura de La Cámara de los Esposos del pintor renacentista Andrea Mantegna. Marta Traba tuvo que mediar para explicar que los artistas hacían recreaciones artísticas en las cuales aludían o hacían homenajes a otras obras que les precedían, y que el lenguaje «feista» usado por Botero era una pintura de gran calidad y poder visual.

En el matrimonio con Gloria Zea, directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, Botero tuvo tres hijos: Fernando, Lina y Juan Carlos. Este último nacido el mismo año en que el decide separarse de su primera esposa.

(Gato. Escultura de Botero, 1990, en la Rambla del Raval, Barcelona )

Botero y las vanguardias de Nueva York

En 1960, Botero regresó a Nueva York para instalarse. Una vez allí, alquiló un pequeño apartamento donde vivía modestamente, pues acababa de separarse de su esposa; además, sus obras no tenían mucho éxito, pues los gustos neoyorquinos de la época cambiaban rápidamente y ahora la abstracción se imponía.

La influencia del expresionismo abstracto ya se hacía evidente desde las obras de 1958, producto de los primeros viajes de Botero a Nueva York, donde había podido ver los formatos enormes de Jackson Pollock, Franz Kline y de Kooning. Este encuentro marcó la producción de Botero, que sin embargo conservó su lenguaje figurativo pero experimentó con la pincelada agresiva, la utilización de tonalidades fuertes y el uso de formatos grandes. Mientras su estudio por el volumen parecía pasar a un segundo plano por la preocupación por la pincelada y el color, Botero creó interesantes series como la de la Monalisa (una de las cuales fue adquirida por el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1962) y la de Los niños de Vallecas en homenaje a Diego Velázquez.10​

En 1962, su lenguaje expresionista llega a un punto de inflexión, porque está a punto de tomar un rumbo que lo aleja definitivamente de su preocupación por el volumen. Botero reinicia su experimentación, esta vez interesándose más por las obras de artistas pop que están exhibiendo en Nueva York, producto de lo cual su obra retoma las preocupaciones temáticas de sus personajes figurativos dejando de lado el aspecto formal de la pincelado, y usando colores planos en su pintura. En algunos casos llega incluso a incluir collages en sus pinturas del año 1963.

Después de haber encontrado su estabilidad económica, Botero se casa de nuevo. En 1963 cambia su residencia al East Side y alquila un nuevo estudio en Nueva York. Es allí donde surge su estilo plástico en muchas de sus obras de este período con colores tenues y delicados. Su pasión por Rubens se deja ver en sus obras.

A comienzos de 2008, Fernando Botero recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en Monterrey, México. Igualmente, presentó por primera vez en esta ciudad su colección de pinturas sobre «Abu Ghraib» y su enorme escultura en bronce titulada «Caballo».

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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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