Por José María Arévalo
(Preparando una vacuna)
El pasado 9 de mayo concluía el estado de alarma dejándonos llenos de dudas sobre lo que esa finalización suponía, tanto si acababa ese día por la mañana o por la noche, como en sus consecuencias, si seguían siendo obligatorias las limitaciones de perímetros, reuniones y toques de queda, e incluso si había que seguir usando mascarillas. Tanto es así que la gente, sobre todo los jóvenes, se lanzaron ese fin de semana a la calle a hacer botellones y otros festejos sin respetar la distancia de seguridad e incluso sin mascarillas, con el consiguiente enfado de los profesionales médicos que veían venir una nueva avalancha de hospitalizaciones. Se echó la culpa a los jóvenes, pero creo fue realmente culpa del Gobierno por no establecer un fin de la alarma escalonado y con medidas claras y suficiente difusión.
Pero enseguida supimos que mientras los cierres perimetrales y toques de queda desaparecían, la mascarilla seguía siendo obligatoria. Me quedó claro cuando llegó la noticia de que la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) había solicitado al Gobierno y a las comunidades autónomas que retirasen la obligación de utilizar mascarilla al aire libre, a partir de ese domingo día 9. La razón que aducían era muy sencilla: «Es poco eficaz al aire libre en los momentos en los que se pueda garantizar la distancia de seguridad desde el próximo 9 de mayo. Se trata de una medida poco eficaz que causa fatiga en la ciudadanía y es contraproducente”, señalaban desde la organización.
Evidencias científicas
Para la institución, la evidencia científica que se va acumulando con el avance de la pandemia debería obligar a las autoridades a modificar algunas medidas de prevención. “Es lógico que al principio, a causa de la incertidumbre, hubiera medidas mucho más preventivas. Pero es necesario replantearlas”, aseguran.
Desde la OCU creen que las medidas que más se deben reforzar, una vez decaído el estado de alarma, son las de espacios interiores donde haya personas no convivientes. Es ahí donde sí consideran eficaz el uso de mascarilla y no al aire libre, ya que si hay distancia de seguridad el riesgo de contagio “es mínimo”.
Las propuestas pasan por asegurar una correcta ventilación y limitar los aforos en las actividades que tengan lugar en espacios interiores y que supongan un riesgo para la salud de los que estén presentes. Algunos partidos políticos, ya han propuesto que se adopten restricciones en esta dirección para impulsar la utilización de la mascarilla en los momentos donde el riesgo de contagio es superior.
Medidas especiales con personas vacunadas
Por último, la OCU también pidió al Gobierno que establezca diferencias en las restricciones que deben cumplir las personas vacunadas o, incluso, las que ya han acreditado haber superado la enfermedad. En concreto, ponen el foco en las residencias, donde han pedido que se restablezcan los regímenes de visitas al tratarse de un entorno donde ya se ha completado la inmunización.
A este respecto me pareció muy interesante un reportaje de la Gaceta Regional de Salamanca que el pasado día 3 de mayo titulaba: “Nueve de cada diez personas han visto afectada negativamente su comunicación por el uso de protecciones. Así se refleja en un estudio de alumnas de Logopedia de la Pontificia”.
Consecuencias del uso de las mascarillas
Señalaba que la pandemia ha provocado cambios en la comunicación interpersonal que se han acentuado por el uso de las mascarillas que dificultan la interacción entre las personas. “Así lo creen 9 de cada 10 personas encuestadas por un grupo de alumnas del grado en Logopedia de la Universidad Pontificia de Salamanca que realizaron una encuesta ‘online’ para evaluar la influencia del uso de la mascarilla en la comunicación verbal y no verbal entre las personas”.
Lo que comenzó con una práctica de la asignatura ‘Socio lingüística’, se convirtió finalmente en un estudio actualizado sobre la percepción del lenguaje durante la pandemia, con la participación de 1.170 personas. Jone Rodríguez, Ana Ullán, Sara Rodríguez y Lorena Sarasúa, autoras del estudio, explican: “La boca es uno de los órganos expresivos más importantes y no poder leer los labios provoca problemas de entendimiento y sensación de pérdida de información”. En concreto, el estudio destaca que el 89,9% de los entrevistados considera que su comunicación se ha visto perjudicada por el uso de mascarillas y un 32,56% ha visto disminuido su nivel auditivo debido a la distorsión del sonido provocado por su empleo. En este sentido, las personas mayores son las más afectadas: el 40 % de los mayores de 60 años reconoce esa pérdida de capacidad auditiva.
Además, más del 91% de los encuestados reconoce que pierde mucha información en sus conversaciones orales con mascarilla y el 94,9% comenta que la lectura de los labios permite entender mejor las conversaciones. Destaca las diferencias entre jó[1] y mayores respecto a las manos y el cuerpo, el 85,5% de los menores de 20 años considera que estas partes del cuerpo adquieren un papel fundamental para la comunicación, cifra que disminuye en los mayores de 60 años hasta un 66%.
Afecciones de voz graves
El estudio también pone de manifiesto cómo el uso de mascarillas conlleva otras dificultades, puesto que suponen una barrera para la emisión del sonido y del ambiente. Esta sensación supone la elevación de la voz para el 83,9 % de las personas y una exageración de la pronunciación (71 %), provocando afecciones de voz en colectivos como los docentes. El desgaste de las cuerdas vocales puede provocar patologías graves, por lo que las futuras logopedas insisten en acudir a especialistas que indiquen cómo cuidar la voz.
En cuanto a las videollamadas, los encuestados piensan de forma mayoritaria que se produce una merma de la comunicación al carecer de movimientos corporales.
Dos décadas formando a profesionales del habla
Las mascarillas –continúa el artículo- han obligado a adaptarse al Servicio de Logopedia de la Pontificia, con 200 pacientes anuales. Dos décadas lleva en marcha el Máster en Formación Clínica Logopédica de la Universidad Pontificia de Salamanca, veinte años formando a los profesionales que se ocupan de la prevención, la evaluación, diagnóstico y la intervención de los trastornos de la comunicación humana, manifestados a través de patologías y alteraciones en la voz, el habla, el lenguaje y la audición, entre otras.
“Trabajamos la discapacidad intelectual, discapacidad motora, discapacidad auditiva, trastornos del habla tanto de tipo funcional como por motivos orgánicos, trastornos de la fluidez del habla o tartamudez, trastornos de la voz, retrasos del lenguaje, afasias y trastornos de lectoescritura”, explica Covadonga Monte Río, directora del máster y responsable del Servicio Clínico de Logopedia de la Universidad Pontificia, un centro clave para la formación práctica de estos alumnos con pacientes reales. Cerca de 200 personas con algún tipo de patología relacionada con el habla o el lenguaje pasan cada año, de media, por estas instalaciones.
La pandemia también ha afectado a este servicio. En los primeros meses cerró sus puertas, aunque intentó mantener el contacto con las familias que atendía y en octubre, con el inicio de las clases, se sometió a un importante proceso de adaptación. También las mascarillas se han convertido en el caballo de batalla de los logopedas a la hora de tratar a los pacientes. “Las mascarillas hacen que todo sea más complicado, hemos puesto mamparas en las mesas y usamos pantallas faciales. Cuando es necesario trabajar sin mascarilla, los alumnos y logopedas tienen doble mascarilla y pantalla facial, si tenemos que dar un modelo de articulación al paciente, nos bajamos la mascarilla manteniendo la distancia.
Pantallas faciales y mamparas, en sustitución
Las mascarillas dificultan la intervención, pero lo estamos subsanando bastante bien gracias a pantallas faciales y las mamparas”, incide Covadonga Monte Río. Buena parte de los usuarios de este servicio clínico son niños, pero también hay adultos, incluso cuentan con pacientes que llegaron como niños y ahora ya son adultos. “Tenemos niños con discapacidad motora que empiezan siendo muy pequeños y siguen de mayores porque son pacientes crónicos y crecen con nosotros”, señala la directora del servicio y del máster por el que cada año pasan 20 alumnos.
En fin, cada vez es mayor el clamor por tomar medidas para evitar el uso de mascarillas que ya no se ve tan indispensable, tanto por la protección que ofrece la vacunación masiva como por el hábito ya adquirido mayoritariamente de respetar las distancias de seguridad en la calle y las evidencias de menor incidencia de los contagios en espacios abiertos. Esperemos llegue pronto ese momento, porque estamos ya bastante hartos.