Los lunes, revista de  prensa y red

“El juego ha cambiado (y nosotros, en la berza)”, de Luis Ventoso; “El nivel del Consejo de Ministros”, de Cayetano González; y “Una sociedad enemiga de los niños”, de Francisco José Contreras

(Viñeta de Ramón en el ABC del pasado día 18)

EL JUEGO HA CAMBIADO (Y NOSOTROS, EN LA BERZA)

Artículo de Luis Ventoso publicado en El Debate el pasado día 19

España y la UE siguen ancladas en la mentalidad del siglo XX, ajenas a la impresionante, y a veces temible, revolución técnica y cultural del mundo. Pregunta fácil: ¿qué es más importante, el admirado periódico The Washington Post o el videojuego Candy Crash? Por edad y romanticismo, la respuesta espontánea de muchos de nosotros sería decir que el «Post». Pero no tengo claro que acertásemos.

En agosto de 2013, Jeff Bezos, el creador de Amazon, se dio el lujo de comprar el famoso rotativo que prejubiló al presidente Nixon. Pagó 250 millones de dólares. ¿Mucho? Este martes, Bill Gates ha abonado la friolera de 69.000 millones de dólares por Activision Blizzard, una empresa californiana de videojuegos, la dueña de Candy Crush o Call of Duty. Esta operación, que supera el presupuesto anual de algunos países, ha sido la mayor de la historia de Microsoft. Pero tal vez resulte una buena inversión: 400 millones de seres humanos de 190 países se entretienen con los videojuegos de esa compañía.

Microsoft aporta un argumento más: con su adquisición dicen que construirán «ladrillos para el metaverso». ¿Y qué es el metaverso? Dicho rápido y mal, la forma más avanzada de realidad virtual, que permitirá que personas ubicadas en lugares distintos compartan un espacio inexistente con la sensación vivencial de estar allí. Facebook ha decidido centrar sus esfuerzos en ese metaverso. Todo tiene un aire de inquietante distopía: un mundo con millones de seres humanos con sus gafas digitales bien caladas, extraviados en sus paraísos artificiales, con la consiguiente incomunicación en el ámbito real (y la evidente amenaza de violencia y pornografía virtuales a una escala que hoy todavía cuesta imaginar, con la consiguiente alienación de muchas psiques).

El mundo ha experimentado una mutación alucinante desde que comenzó este siglo. El juego ha cambiado. Pero en la soñolienta Europa hemos perdido comba y seguimos anclados en la mentalidad analógica del siglo XX. El fenómeno se exacerba en España, con un Gobierno de ideología casposa, anacrónica, que se extravía en minucias bizantinas y nada aporta ante un revolcón tecnológico que nos afecta a todos (querámoslo o no).

El empresario indio Naval Ravikant, de 48 años, un sagaz inversor y gurú tecnológico afincando en Estados Unidos, ha hecho un resumen de cómo ha cambiado el mundo que me encanta por su sucinta e irónica agudeza: «El bitcoin es una forma de fugarse de la FED. DeFi [el mercado descentralizado de finanzas asociado a las criptomonedas] es una forma de fugarse de Wall Street. Las redes sociales son una forma de fugarse de los medios. La moda del aprendizaje en casa es una forma de fugarse de la industria educativa. El trabajo en remoto es una fuga del curro de 9 a 5». Algo de eso hay.

Esta revolución trae un poco de todo: oportunidades, amenazas y desgracias. Es evidente que la economía digital, el imperio de los llamados GAFA estadounidenses, ha provocado más desigualdad: un modelo de triunfadores riquísimos que crea poca mano de obra. Bezos es el hombre más rico del mundo. Pero los sueldos en una nave de Amazon son muchísimo más bajos que los estupendos salarios que cobraba un obrero en un astillero o en una cadena de coches del siglo pasado. Esas firmas burlan además la fiscalidad de los estados. En paralelo, la Inteligencia Artificial trae avances portentosos, que nos beneficiarán a todos –los algoritmos ya aciertan más que los oncólogos en sus diagnósticos–, pero la ola de automatización provocará en su primera fase una tremenda resaca en forma de paro.

En el mundo de la medicina y la biotecnología se vive también una revolución agridulce. Llegará la cura de muchos males que creíamos invencibles, sí. Pero también espantos como intentar crear vida humana en laboratorio, o la bioprogramación de los embriones, que hará que los hijos de los poderosos sean más inteligentes y atractivos que los de los menos pudientes (rompiéndose así por vez primera la maravilla igualatoria de la lotería de la cuna).

Estados Unidos, con todos sus problemas, se ha reinventado y domina el mundo con Alphabet, Meta, Apple, Microsoft y Amazon. China se ha reconvertido aceleradamente en una potencia tecnológica y militar (hasta está creando su propia criptomoneda, el CBDC, con la que aspira a pinchar el imperio del dólar). Europa en cambio está estancada, resistiendo artificialmente a base de que el BCE le dé a la maquinilla de hacer dinero.  Va camino de ser un grato parque temático para turistas chinos.

En España, los grandes empresarios, en lugar de brillar por su creatividad, pasan por el juzgado por posibles chanchullos con el caco Villarejo y achantan silentes ante las ocurrencias rencorosas del Ejecutivo social-comunista, que van directamente contra la línea de flotación de sus empresas. En cuanto al Gobierno, no está ni se le espera. Se ocupa más del movimiento LGTB y de reescribir la Guerra Civil de nuestros abuelos que de tomar medidas para hacer que España resulte un país atractivo para el capital mundial, que está buscando plazas donde colocarse. De propina, una reforma educativa que debilita el esfuerzo y prima la burramia, perfecta garantía de un pésimo futuro.

El mundo cambia y no parece que seamos capaces de subirnos a los nuevos trenes. Intentemos entonces, al menos, no perder también nuestras agarraderas morales.

Disculpen que me haya extendido, porque la brevedad es la primera cortesía de todo escribiente. Pero todo esto es muy importante, aunque no le hagamos ni caso, porque tenemos otras prioridades: Rociíto, «el finde» y los chuletones de Garzón.

Artículo en: https://www.eldebate.com/opinion/20220119/juego-cambiado-berza.html

EL NIVEL DEL CONSEJO DE MINISTROS

Artículo de Cayetano González publicado en Libertad Digital el pasado día 17

Ya no es sólo la incompetencia manifiesta de muchos de los ministros. Es la imagen que se transmite de auténtico desgobierno. Desde la Transición –por acotar un marco temporal–, nunca había habido un Gobierno de la Nación cuyos miembros tuvieran –salvo escasísimas excepciones– un nivel tan bajo. Se podría decir, sin correr un gran riesgo de equivocarse, que, en la España actual, visto lo visto, cualquiera puede ser ministro. Lo cual es triste y preocupante.

No digamos nada del nivel de conocimiento que tienen los ciudadanos sobre las personas encargadas de dirigir y gestionar los diversos ministerios. Le brindo una idea a José Félix Tezanos: que el CIS pregunte en la siguiente encuesta los nombres de los ministros y las carteras que ocupan. El resultado puede ser demoledor.

Dice el refranero que las comparaciones son odiosas, pero creo que no es el caso si se piensa en los ministros de los Gobiernos de la UCD de Adolfo Suárez, los del PSOE de Felipe González, los del PP de Aznar o de Rajoy. Fuentes Quintana, Pérez Llorca, Marcelino Oreja, Martín Villa, Jaime García Añoveros, Íñigo Cavero, Miguel Boyer, Carlos Solchaga, Javier Solana, Joaquín Almunia, Claudio Aranzadi, Antonio Asunción, Juan Alberto Belloch, Rodrigo Rato, Francisco Álvarez Cascos, Josep Piqué, Jaime Mayor, Loyola de Palacio, Esperanza Aguirre, Federico Trillo, Luis de Guindos, Soraya Sáenz de Santamaría, Ana Pastor, Fátima Bañez, Isabel García Tejerina, José Ignacio Wert… son sólo una selección de entre los muchos ministros que ha habido desde el primer Gobierno de Adolfo Suarez. Al menos, todos los citados tenían oficio y beneficio. Es decir, podían dejar la política y tener otra actividad profesional porque eran competentes.

¿Resisten la comparación con cualquiera de los anteriormente citados los Alberto Garzón, Irene Montero, Ione Belarra, Raquel Sánchez, Isabel Rodríguez, Manuel Castells, José Luis Ábalos, Arancha González Laya, Reyes Maroto, de los Gobiernos de Sánchez? Por no hablar de las Bibiana Aído, Leire Pajín, Magdalena Álvarez, María Antonia Trujillo y similares de los Ejecutivos de Zapatero, que es con quien empezó todo, también la degradación del nivel que debe tener quien ocupa un asiento en el Consejo de Ministros del Reino de España.

Pero lo que se está viviendo desde que Sánchez llegó a la Moncloa no tiene parangón. Ya no es sólo la incompetencia manifiesta de muchos de los ministros. Es la imagen que se transmite un día sí y otro también de auténtico desgobierno. Si el presidente va a su bola, los demás miembros del Gobierno no van a ser menos. Y así salen personajes como Garzón, que en una democracia mínimamente sana estaría inhabilitado para ocupar no ya un ministerio sino un cargo de mediana o baja responsabilidad.

A propósito del último dislate de este ministro con la cuestión de la calidad de la carne española, se ha publicado que el presidente del Gobierno no puede destituirlo porque se lo impide el acuerdo de gobierno con Podemos. Esto es lisa y llanamente una barbaridad, porque al único que le corresponde nombrar y destituir a sus ministros, según el artículo 100 de la Constitución, es al jefe del Ejecutivo. Por lo tanto, si Sánchez no destituye a Garzón no es porque no pueda, sino porque no quiere; quizás porque, en ese supuesto, podría poner en peligro el apoyo parlamentario de Podemos y, consecuentemente, tendría que adelantar las elecciones generales, algo que quiere evitar a toda costa, ante la posibilidad de perder el poder.

El espectáculo que están dando algunos ministros de Sánchez no tiene precedentes. Además de Garzón, que un miembro del Gobierno de España como el nuevo ministro de Universidades, Joan Subirats, proponga un referéndum en Cataluña para cambiar la estructura del Estado es algo intolerable. Pero ahí sigue en su puesto, y que el presidente no es que le destituye fulminantemente, sino que ni siquiera le desautoriza. Esta es la desgracia que tenemos los españoles: el peor Gobierno de la democracia –y ya tiene mérito, después de los que encabezó Zapatero–, en el peor momento de nuestra historia reciente.

Es de esperar que los dirigentes de PP y Vox, sobre todo los primeros, tomen buena nota de lo que está pasando, para dejar a un lado sus cuitas personales y partidistas para ponerse a trabajar en la construcción de una alternativa sólida que eche en las urnas al presidente de este Gobierno en el que abundan los incompetentes.

Artículo en: https://www.libertaddigital.com/opinion/cayetano-gonzalez/el-nivel-del-consejo-de-ministros-6856165/

UNA SOCIEDAD ENEMIGA DE LOS NIÑOS

Artículo de Francisco José Contreras publicado en Actuall el pasado día 17

El libro de Gabriele Kuby es el más profético de los últimos años porque pone en cuestión el dogma de la libertad sexual

Hace unos años estuvo muy de moda -sobre todo en ambientes cristiano-progres- hablar de “denuncia profética”. Pero los autoproclamados profetas denunciaban males -en gran parte imaginarios- que coincidían exactamente con los condenados por la ideología dominante. No, perdonen, denunciar “la destrucción del planeta”, “la codicia capitalista” o “la brecha de género” no es ejercer de profeta sino nadar a favor de corriente. Profeta es quien sabe que no cosechará el aplauso y la subvención de los poderosos, sino su cólera y su represalia.

Gabriele Kuby ha escrito el libro más profético de los últimos años. Profético porque denuncia un mal muy real, pero asumido como inevitable, o incluso como un bien, por la mayor parte de la sociedad actual. Se trata del dogma de la libertad sexual como derecho incuestionable.

La obra de Kuby se llama La generación abandonada, y su tesis es que hemos sacrificado la felicidad de varias generaciones de niños a la libertad amorosa ilimitada de los adultos. Los niños son los grandes perdedores de la revolución sexual de los 60 y 70, convertida desde entonces en cimiento moral de nuestra sociedad.

Nos creemos el cénit del progreso, pero hemos desarrollado una cultura profundamente hostil a la infancia. Sí, se ha universalizado la educación y se ha prohibido el trabajo infantil (o, mejor dicho, por primera vez hemos alcanzado un nivel de prosperidad que permite ambas cosas). Pero se agrede a los niños en formas nuevas, históricamente inéditas.

Somos, arguye Kuby, la sociedad de la anticoncepción masiva: por tanto, una cultura que impide que los niños lleguen a existir. La sociedad más rica de la Historia es también la que menos niños ha engendrado jamás. La filósofa G.E.M. Anscombe, discípula de Wittgenstein, el miembro de la Escuela de Francfort Max Horkheimer y Pablo VI en “Humanae vitae” fueron algunas de las poquísimas

voces que advirtieron en los 60 que la invención de la píldora, al disociar el coito de su finalidad natural, tendría profundas consecuencias en la moral sexual y la estabilidad familiar: se generalizaría el “sexo sin compromiso”, caería en desuso el matrimonio, se hundiría la natalidad. Es exactamente lo que ha ocurrido. La contracepción es hoy un derecho tan sagrado, que se lo garantiza incluso a las menores de edad a espaldas de sus padres y sin consideración a su salud. Hay adolescentes que utilizan sistemáticamente la “píldora del día después”, que en realidad no es contraceptiva sino abortiva, y además un bombazo hormonal que puede conllevar riesgos de trombosis venosa y embolia pulmonar. Pero, como indica Kuby, “la preocupación del Gobierno por la salud de sus ciudadanos -especialmente de los jóvenes- salta por la ventana cuando se trata de sexo”.

Los defensores de la anticoncepción dijeron en los 60 que la píldora abriría una edad de oro del matrimonio: al poder regular químicamente la fecundidad, la armonía conyugal no se vería erosionada por las tensiones de una prole demasiado numerosa. Ha ocurrido lo contrario: la nupcialidad se ha desplomado sin pausa en el último medio siglo. Se dijo también que la contracepción acabaría con el aborto; de nuevo, sucedió al revés: a la generalización de la anticoncepción le siguió la legalización y masificación del aborto. Sí, somos la sociedad miserable que mata en el vientre materno a uno de cada cinco fetos. No, el feto no es “un grumo de células” (lo saben muy bien los padres que se emocionan al ver la primera ecografía): es un ser humano en desarrollo, con un corazón que late desde la cuarta semana.

Al derecho al “sexo sin hijos” le siguió lógicamente -cuando la tecnología lo hizo posible- el derecho a los “hijos sin sexo”: la disociación entre sexualidad y paternidad quedaba así completada. La reproducción asistida comenzó ayudando a parejas estables hombre-mujer que tenían problemas de fertilidad (debe tenerse presente que, también en esos casos, se generan muchos embriones que después son destruidos); pero, por supuesto, pronto se pasó a la inseminación artificial de mujeres sin pareja masculina, a la congelación de óvulos, a la “gestación subrogada” que permite ser padre a un hombre sin pareja femenina… La reproducción se individualiza, declarándose arcaico el triángulo padre-madre-hijo previsto por la naturaleza. Las víctimas de ese mundo feliz son, una vez más, los niños, a los que se priva de su derecho a ser criados por su padre y su madre.

Escribe Kuby: “Hay una batalla por la legalización de todos estos escenarios [gestación subrogada, inseminación artificial, diagnóstico preimplantatorio…] en todo el mundo. El gran interés en ello lo tiene el negocio multimillonario de la medicina reproductiva”. Pero el motor de este proceso no es, a mi entender, primordialmente económico sino ideológico: la posibilidad de disociar la reproducción del amor, así como la de elegir las características del hijo (se comienza por el descarte de los afectados por síndrome de Down u otras taras, pero se seguirá con la selección del sexo, del color de ojos, etc.) encaja en el relato de la modernidad como ampliación constante de la libertad gracias al progreso tecnológico. Quienes nos oponemos a tales aberraciones somos descalificados como reaccionarios que intentan detener el tren de la Historia. Un tren cuya última estación es el mundo feliz de Huxley y el transhumanismo: edición del genoma, hibridación del hombre con la máquina (cyborg) o con el animal, etc.

Muchos apoyarán la reproducción artificial simplemente porque suena moderno. Ignoran que, en países del Tercer Mundo, las madres subrogadas son tratadas como vacas de cría, a veces incluso estabuladas en “baby factories”, obligadas por contrato a entregar a su hijo apenas se produzca el parto (más que de “vientres de alquiler” habría que hablar de compraventa de niños), o a abortarlo si el comprador cambia de opinión. No se han parado a pensar que un hombre que vende su esperma para inseminar a mujeres sin pareja masculina puede ser padre de decenas de hijos anónimos -que podrían emparejarse entre sí, cometiendo incesto sin saberlo- a los que quizás se cruzará en la calle, dudando si el parecido implica paternidad. Este es el “maravilloso nuevo mundo [brave new world]” del progreso imparable.

El libro de Kuby no deja ningún asunto espinoso sin tocar. Por ejemplo, se nos ha hecho creer que todos los “modelos de familia” valen lo mismo, pero los resultados educativos, emocionales y económicos del modelo “clásico” (el triángulo padre-madre-hijos) son muy superiores a los de los demás. El divorcio daña de manera profunda a los hijos, desgarrados por la ruptura de sus padres, obligados a dividir su afecto y su presencia física entre dos hogares. El “padre” o “madre” sobrevenido (nuevo compañero/a del padre o la madre) no sustituye emocional y educativamente al verdadero progenitor. Kuby cita los estudios que acreditan esto (por ejemplo, el meta-análisis de Paul Amato y Bruce Keith); en realidad, basta con preguntar a los niños que han pasado por ello. Constatarlo no es una falta de respeto a los millones de personas que -bajo el influjo de una cultura hostil a la estabilidad familiar- han terminado viviendo esas situaciones, de la misma forma que explicar los efectos perniciosos del tabaco o el alcohol no debería ser recibido como una ofensa por los millones de fumadores y bebedores.

“Padre y madre fueron el fundamento de la existencia del niño: le dieron seguridad, certidumbre, un hogar, una identidad y un sentido de pertenencia. Si los padres se separan, el niño pierde todo eso. Pierde el suelo debajo de sus pies. […] ¿Por qué nuestra sociedad considera sólo la “felicidad” de los padres y no el sufrimiento de los niños?” (p. 299).

La seguridad física, emocional y educativa de los niños es superior cuando son criados por su padre y su madre casados entre sí

El libro de Kuby analiza muchas otras formas en que la sociedad actual maltrata a los niños. Por ejemplo, se destruye su inocencia con unas clases de educación sexual que, lejos de informar asépticamente sobre el aparato reproductivo y la fisiología de la fecundación, incitan en realidad a la actividad sexual prematura y promiscua. Se promueve entre ellos -so capa de “diversidad” y “respeto hacia todos”- la homosexualidad, presentando el amor hombre-mujer en que se basa la supervivencia de la humanidad como simplemente una más entre muchas opciones posibles. Se les sume en la confusión sobre su género, explicándoles que “existen niños atrapados en cuerpos de niña, y viceversa”: en el Reino Unido se ha multiplicado la “transexualidad infantil” por 44 en diez años. Se les deja indefensos frente a la pornografía fácilmente accesible on line: millones de adolescentes son adictos a ella, impregnándose de una visión animalizada de la sexualidad que después intentan replicar en la vida real (y casi nadie se atreve a reclamar la prohibición de la pornografía, protegida por nuestro dogma suicida de la libertad sexual ilimitada).

El libro de Kuby no contiene sólo lamentaciones; también nos ofrece análisis bellísimos sobre cómo la paternidad transforma y llena de sentido la vida de las personas, que sacrifican su libertad en aras de un fin mucho más valioso que la libertad misma. Sólo recuperando la noción de la libertad como medio -que no fin en sí mismo- para la realización de fines valiosos (y ninguno más valioso que la paternidad) podremos reconstruir una sociedad child-friendly: «Hasta el momento del parto, la madre era una persona autónoma, sus deseos eran la brújula de su vida. Ahora, de golpe, lo es el llanto de un bebé. El ego ha sido destronado sin previo aviso. De repente, ella debe servir en vez de gobernar. Y lo más asombroso: quiere hacerlo. […] La vida nunca será lo mismo que antes. Su cuidado por el niño nunca terminará”.

Artículo en: https://www.actuall.com/democracia/una-sociedad-enemiga-de-los-ninos/

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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