Impresiones de un primer vuelo nocturno en solitario

Por Javier Pardo de Santayana

(Faro de Cairns, Alabama)

El avión tomó su nombre de un pájaro parecido a la golondrina y al vencejo, y su vuelo transmite la misma impresión de libertad que se atribuye al vuelo de las aves. Sin embargo, el aprendiz de piloto es un ser sujeto al rigor de los procedimientos. Además, hay sensaciones en el vuelo que distan mucho de ser intuitivas; es más, algunas son absolutamente engañosas. Si se hace girar muy lentamente el ala alrededor del fuselaje, el cuerpo no lo notará. Si se recupera bruscamente la posición inicial, sólo quedará en el cuerpo este último movimiento, y uno creerá estar inclinado cuando se halla perfectamente vertical. Por eso no conviene fiarse demasiado de las sensaciones corpóreas.

Pero, efectivamente, el vuelo produce a veces momentos gloriosos  en los que nos inunda una especie de euforia que incita a gritar, a cantar, a hacer al mundo partícipe de nuestra felicidad. Algunos de esos momentos los he vivido en el vuelo nocturno.

Uno de los factores más estimulantes del vuelo es la soledad, especialmente cuando nos lanzamos a la aventura campo a través por territorio no conocido. De día no es fácil perderse, especialmente en los Estados Unidos. Las carreteras y los caminos, sobre todo en la llanura, son rectas y están trazadas de norte a sur y de este a oeste, de manera que proporcionan una buena orientación para el vuelo visual. Además, los tramos entre intersecciones tienen una longitud exacta; generalmente una milla, media milla o un cuarto de milla. En el caso de desorientación lo mejor es perder altura e identificar el nombre de los pueblos leyéndolo en el depósito de agua y, en último caso, sintonizar la frecuencia de un aeropuerto y enfilar la ruta hacia ella. Pero de noche sólo esta última medida es posible. Sale uno al aire, y se encuentra sumergido en la oscuridad. Los pueblos y las ciudades son como joyas flotantes. El paisaje, e incluso el propio entorno del piloto, quedan reducidos a la elementalidad del silencio y la oscuridad. Sólo le queda a uno la compañía del ruido del motor y de las luces rojas de los instrumentos de vuelo. Uno sabe que tiene que volver y posar el avión sobre el suelo. La precaución habitual de ir identificando lugares medianamente adecuados para un aterrizaje forzoso no es aquí aplicable, y en caso de emergencia seria no hay otra salida que saltar en paracaídas sobre aquel abismo negro, lo que sería nuestro bautismo de aire. Uno sabe que allá abajo hay millones de cosas, de obstáculos peligrosos; allá abajo hay gente, y vida, y movimiento que a veces se delata en el flujo de luces que discurre por las autopistas. Por eso el vuelo nocturno es una aventura.

Tomo el rumbo que he calculado pacientemente en tierra y espero que aparezca la referencia escogida como meta para ese tramo. He calculado la influencia del viento y la hora prevista de paso. Allí está, casi puntual, la ciudad elegida, resplandeciente como un milagro de luz, como un fruto imposible de la oscuridad. Viro alrededor de uno de esos haces verticales de luz que se utilizan para medir la altura de las nubes. Es la referencia para iniciar un nuevo rumbo. Me ciño a él como si fuera un poste. Lo rozo y veo como el estrecho cono de luz se va adelgazando hacia abajo, y siento por un instante la sensación del vértigo.

Sigo en la ruta. Todo va bien. Ya se vislumbran, al fondo, los destellos blancos y verdes del faro de Cairns, Alabama. Ya se aprecian, incluso, las luces del aeródromo: las amarillas de la pista y más difícilmente, las tenues luces azuladas de las pistas de rodaje. Siento la tranquilidad del regreso al hogar-tierra y la satisfacción de haber hecho algo que ha valido la pena vivir. He percibido el misterio de la noche desde una visión diferente, más cósmica, mas real.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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