Por José María Arévalo
(El sueño de la doncella, 1967. Cambridge, Mass., Harvard Art Museums /Fogg Museum. Purchase through the generosity of Paul J. Haldeman, 1968.19)
42 pinturas, 51 cuadernos de apuntes y 85 dibujos y obra sobre papel conforman la exposición “Zóbel. El futuro del pasado”, el recorrido con el que el Museo Nacional del Prado rinde homenaje a esta figura fundamental de la pintura española de la segunda mitad del siglo XX, que puede verse del 15 de noviembre de 2022 al 5 de marzo de 2023. ¿Cómo admirar la pintura de los grandes maestros sin ser una víctima pasiva de su fascinación? ¿Cómo sumergirse en el arte del pasado sin abdicar del compromiso con las vanguardias modernas y contemporáneas? La respuesta de Fernando Zóbel (Manila, 1924- Roma, 1984) fue a un tiempo simple y enormemente sofisticada: estudiar a los maestros para comprenderlos y luego reinventarlos.
“El futuro del pasado” -explica la web del Museo del Prado- explora la obra del artista a lo largo de dos itinerarios que son fundamentales para valorar su original contribución a la pintura abstracta contemporánea: el primero, entre la modernidad y el legado de la tradición, reúne numerosos estudios realizados por Zóbel en museos de todo el mundo, como una forma de reconstruir su proceso creador. El segundo sigue su obra a través de un recorrido geográfico internacional, y muestra cómo el dibujo fue la herramienta que le acercó a la modernidad, una modernidad original y alternativa que Zóbel descubriría en Asia, tanto en la tradición vernácula de las islas Filipinas como en la pintura china y japonesa.
Ambos itinerarios nacen de la particular biografía del artista: nacido en Manila, formado en los Estados Unidos e instalado finalmente en España, Fernando Zóbel no fue solo un pintor enormemente curioso y erudito, también fue un viajero permanente y un artista radicalmente cosmopolita.
Para mi gusto es la innovación de las formas pictóricas -ya en sus dibujos, acuarelas, óleos o técnicas nuevas- lo que le hace destacar en el caos de la abstracción contemporánea, como ahora veremos en esta exposición. Unas formas propias que no permiten encuadrarle en los estilos más rompedores de la modernidad, ni en el arte matérico ni en el informalismo, etc. por su originalidad. Él es su estilo. Vamos a verlo siguiendo la web del museo.
Fascinante investigación pictórica
Para saber pintar, primero hay que saber mirar. Y a mirar se aprende. Esto creía Fernando Zóbel (Manila, 1924–Roma, 1984), y así lo puso en práctica en una fascinante investigación pictórica, tan sistemática como creativa, que desarrolló a lo largo de más de cuatro décadas. Formado en Filipinas, Europa y América, graduado en Harvard e instalado en España desde finales de los años cincuenta, Zóbel fue al mismo tiempo pintor, estudioso, profesor, traductor, coleccionista y, entre otras iniciativas insólitas, el fundador de dos museos: la Ateneo Art Gallery en Manila (1961) y el Museo de Arte Abstracto Español en Cuenca (1966).
La pintura de Zóbel constituye un caso singular –si no único, desde luego extremo– de la vanguardia del siglo XX. Provisto de un conocimiento profundo y brillante de las tradiciones artísticas y literarias de Occidente y de Asia, Zóbel no entendía la modernidad como una ruptura con la figuración y con la historia de la pintura, sino como su redescubrimiento; no como el olvido del pasado, sino como el desvelamiento del futuro que encierra la obra de los grandes maestros. Zóbel. El futuro del pasado reconstruye el itinerario poético y artístico de un pintor guiado por un doble principio:
“Enseñar a ver y aprender a ver”
- El descubrimiento del pasado
(Portada y cuatro dibujos para Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, de Federico García Lorca. 1946-47. Lápiz, tinta negra a pluma y acuarela sobre papel en Cambridge, Mass., Harvard University, Houghton Library. Gift of Paul J. Haldeman)
Nacido en Manila en el seno de una familia española, Fernando Zóbel de Ayala y Montojo llegó a Boston en el año 1946 dejando atrás una ciudad casi completamente destruida por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Durante los cuatro años siguientes se entregó de lleno al estudio de la literatura, particularmente de la obra de Federico García Lorca, sobre quien escribiría su tesis de grado en la Universidad de Harvard, en 1949. Al mismo tiempo que se introducía en el estudio del dibujo antiguo en la Houghton Library de esa universidad, el joven Zóbel quedó fascinado por la obra de los artistas de vanguardia que el director de la Escuela de Arquitectura, Walter Gropius, había invitado a exponer en el campus: de Joan Miró a Josef Albers, de George Grosz a Richard Lippold. La pasión de Zóbel por la pintura y la literatura confluirían en sus ilustraciones para su propia traducción al inglés del Don Perlimplín de Lorca, realizadas bajo la influencia de la estética de la Bauhaus.
Cambridge
Fernando Zóbel tenía veintidós años cuando llegó a la Universidad de Harvard. Atrás quedaba Manila, reducida a ruinas, y sepultado con ellas el recuerdo de una larga enfermedad que lo retuvo durante meses en una cama ortopédica. La vida académica de Cambridge lo “deslumbró” –así lo recordaría en su diario–: las clases de literatura comparada bajo la guía de Harry Levin, las de Lorca en particular; la iniciación al estudio de la obra gráfica de Goya de la mano de Phil Hofer, gran especialista por entonces en el pintor de Fuendetodos; las lecciones de historia del arte contemporáneo americano y, por último, la estética de la Bauhaus introducida en el campus por el decano de la Escuela de Arquitectura, Walter Gropius –en Harvard desde 1937–, a cuyos proyectos Zóbel respondió con sofisticado sentido del humor desde el boletín que publicaban los estudiantes. Zóbel mantuvo siempre un recuerdo entrañable de aquellos años: “Escenas que recordamos como sin cambio, porque allí fue donde nosotros cambiamos”, escribiría mucho más tarde, parafraseando a W. H. Auden.
Manila
Colonia española desde el siglo XVI y protectorado de Estados Unidos desde 1898, Filipinas obtuvo su independencia el 4 de julio de 1946. A su regreso a Manila en 1951, y durante buena parte de los años cincuenta, Zóbel se preguntaría por la naturaleza de la “expresión artística filipina”. Fruto de sus investigaciones son algunos de los más importantes títulos sobre el arte del periodo colonial, como Philippine Religious Imagery (1963), en el que se interrogaba sobre la identidad transcultural del arte de las islas. Los dibujos de la Ateneo Art Gallery que se muestran en esta sala formaron parte de la preparación del libro. El descubrimiento del carácter “aditivo” del arte filipino (vernáculo, colonial y asiático) resultaría fundamental en la forja de la naturaleza cosmopolita de la pintura de Zóbel en los años siguientes. Al mismo tiempo, su firme identificación con la vanguardia le llevó a desarrollar en esos años una intensa actividad artística que culminaría con la apertura, en 1961, de la Ateneo Art Gallery, el primer museo de arte contemporáneo de las Filipinas. Como mediador de la modernidad en su Manila natal, Zóbel puso su empeño en descifrar la cultura ancestral, al tiempo que joven y extraordinariamente diversa, del país.
- Dibujar pintando: caligrafía asiática y pintura abstracta
(Autorretrato con sello chino. 1952. Tinta negra a pluma sobre papel. Fundación Juan March)
A finales de los años cincuenta, Zóbel empezó a trabajar en formatos de grandes dimensiones, aplicando la pintura en amplios trazos negros sobre el lienzo blanco y fundiendo en un solo gesto la técnica de la pintura con la del dibujo. Si la ambición gestual de esas grandes composiciones, conocidas como la Serie negra, guarda una deuda inequívoca con la de los grandes maestros americanos del expresionismo abstracto (Franz Kline, Mark Rothko o Jackson Pollock), su técnica recoge también, indudablemente, la herencia del arte asiático, particularmente de la caligrafía sino-japonesa. Bajo la inspiración de artistas como Munakata Shikō o Morita Shiryū, así como en sus clases de historia del arte asiático impartidas en el Ateneo de Manila, Zóbel exploró la “caligrafía como una forma de arte abstracto”, buscando una pintura que trascendiera toda frontera geográfica.
III. Conversaciones con los maestros
(Estudios de Las hilanderas de Diego Velázquez, del Museo del Prado, Cuaderno de apuntes n.º 125, 1982. Tinta negra a pluma y acuarela sobre papel, en la Fundación Juan March)
“Recojo mi tarjeta (num. 342) de copista del Prado”, escribe Zóbel en uno de sus diarios. “Lo esencial es que me da derecho a silla. Se me estaban acabando los cuadros que por casualidad tienen asiento puesto delante”. Viajero innato y asiduo visitante de los museos, el pintor llevaba siempre un cuaderno de dibujo en el bolsillo. Zóbel veía y miraba dibujando, estudiando con atención para desentrañar la forma, la composición o la textura de las obras de arte. “Dibujar de cuadros es una forma de verlos”, escribió, como si los cuadros estuvieran provistos de una naturaleza íntima que solo se pudiera alcanzar dibujándolos. De regreso a su estudio, muchos de estos dibujos recibían anotaciones o colores, convertidos así en una suerte de “reactivos” analizados en su laboratorio pictórico. Finalmente, muchos de ellos devenían el principio de una composición abstracta, y el proceso en su conjunto en una suerte de “conversación” a través del tiempo con cada artista y su obra. Este proceso, de origen remoto en la historia de la pintura, fue desarrollado por Zóbel con sofisticada sensibilidad y con una continuidad difícilmente parangonable en el arte contemporáneo.
Tal vez ningún pintor fascinaba tanto a Zóbel como Diego Velázquez. Alejado del tremendismo con el que algunos de sus contemporáneos identificaban la escuela española (pintores lo mismo que historiadores del arte, dentro y fuera de sus fronteras), Zóbel estaba mucho más interesado en la sofisticada complejidad de su “realismo”. Durante años, el Prado se convirtió para Zóbel en una suerte de laboratorio, una fuente inagotable de inspiración: el Greco, Goya, Zurbarán, Ribera y, por supuesto, Velázquez. La mayor parte de los dibujos de este cuaderno están dedicados a interpretar y deconstruir de manera sistemática Las hilanderas. Página tras página, Zóbel analiza el proceso creativo del pintor de Sevilla para alcanzar la estructura subyacente, y de algún modo invisible, de la composición. Zóbel mostró este cuaderno en la entrevista que Televisión Española le dedicó en 1982 dentro del programa Mirar un cuadro, en el que un artista contemporáneo era invitado a comentar una obra maestra del pasado.
- Imágenes Dialécticas
Walter Benjamin –leído y citado a conciencia por Zóbel– llamaba “imagen dialéctica” a aquella en la que se superponían, coincidiendo sin llegar a alcanzar una síntesis, fragmentos distintos de tiempo. Desde temprano, el proceso de trabajo con las obras de los antiguos maestros dotó a Zóbel de una visión aguda y una fina sensibilidad para percibir la temporalidad múltiple de las obras de arte. El artista exploró progresivamente este fenómeno, primero trabajando con distintos medios –de la fotografía al fotomontaje–, y luego buscando traducir en sus pinturas el “instante” en el que el recuerdo anotado y dibujado, la memoria del pasado y la experiencia del presente, se encontraban. Esta singular búsqueda le llevaría a desarrollar, entre otros procedimientos, una técnica de pintura gestual en la que el pigmento se salpicaba sobre el lienzo a base de jeringuillas o, como él las llamaría: “pinceles de niebla”. Sus obras, de ejecución rápida, son sin embargo el resultado de un proceso lento: del boceto o de la fotografía al dibujo, y del apunte a la acuarela, hasta alcanzar la pintura final.
- Paisajes del pasado y del futuro
(La vista XXVI. 1974. Óleo y grafito sobre lienzo de Palma, Colección Fundación Juan March)
El paisaje cobró una importancia creciente en las últimas obras de Zóbel. Sus obras de este género recogen, ampliados, algunos de sus intereses fundamentales de los años anteriores: la gramática desvelada en las composiciones de los maestros del pasado (Paul Cézanne y Pierre Bonnard en particular); la mezcla de distintos medios en el proceso artístico (fotografía, dibujo, pintura) y, fundamentalmente, la idea de la pintura, no como imitación, sino como la memoria de una experiencia filtrada a través de la historia. Sus propias palabras son elocuentes en este sentido: “Acabo de terminar una pintura, una especie de metáfora abstracta de un almendro en flor. Un paso adelante hacia esa cosa proustiana en la pintura en la que he pensado tantas veces. Una representación no de las cosas, sino de su efecto en la sensibilidad. No espero que se reconozca un almendro; espero transmitir o reproducir algo de él, sea lo que sea, que me ha hecho querer pintarlo. Eso no tiene nada que ver con la botánica o con el ‘paisaje’ en su sentido habitual.” (1963).
Esta exposición está dedicada a todos aquellos que, en algún momento, tal vez cuando eran jóvenes estudiantes, se sintieron fascinados y conmovidos contemplando la maestría de un dibujo, la belleza inquietante de una figura o un trazo, y soñaron, por un instante, dedicar su vida al arte.
Sala D. Zóbel: el ojo cosmopolita
Literalmente un “ciudadano del cosmos”, el cosmopolita no es solo un viajero, sino quien aprende a mirar por encima de las fronteras. La vida y la obra de Fernando Zóbel, nacido en Manila, de padre y madre españoles, educado en Harvard, Estados Unidos, establecido finalmente en España y al que la muerte sorprendió en Roma, discurrieron entre tres continentes y se adelantaron así a la mejor versión de la actual condición global del mundo. Ser cosmopolita es también un privilegio. Zóbel, consciente de ello, puso su empeño al servicio de la cultura: como educador, como agudo caricaturista, como “agitador” cultural en su Filipinas natal, como coleccionista en España y como fundador/impulsor de dos museos, la Ateneo Art Gallery en Manila y el Museo de Arte Abstracto Español en Cuenca. Con todo ello unió a sus múltiples saberes una profunda generosidad.
Como complemento a la exposición, en la Sala D se muestra documentación original y gráfica y se proyecta una película inédita sobre los cuadernos del artista dirigida por Sonia Prior y producida por la Máquina de Luz (Madrid), con el patrocinio de The Charitable Friends of Digamma Building (Cambridge, Mass).
La película “Memoria del instante. Los cuadernos de Fernando Zóbel”, tiene una duración de 25 min y se proyecta en sesión continua.
Asia
Al contrario que para muchos de los artistas de su generación, Asia no fue para Zóbel un lugar remoto y desconocido en el que satisfacer la curiosidad por lo exótico. Zóbel nació en Asia y vivió Asia. Las Filipinas, por tanto, no fueron para él la periferia perdida de ningún sueño colonial, sino el paisaje natural de su infancia y juventud, en el que residió, pintó y trabajó hasta bien entrados sus treinta años; un lugar que a ojos de los familiares y amigos a quienes visitaba con frecuencia nunca abandonó por completo. Esta condición única hizo que Fernando Zóbel, formado como artista en la modernidad europea y americana, poseyera una mirada singular sobre Asia: no solo sobre el arte, la tradición y la historia de Filipinas, sino en general sobre todo el continente. Le fascinaron particularmente el mundo y el arte de Japón y China como realidades cercanas y contemporáneas. Se esforzó en aprender chino y su biblioteca fue siempre rica, además de en libros sobre esas dos culturas, en bibliografía sobre la India y el Tíbet, la sabiduría zen o el budismo.
Norteamérica
Fernando Zóbel estudió en la Universidad de Harvard (1946-49) y en la Rhode Island School of Design (1954-55). Expuso su obra en Boston y después en Nueva York en diversas ocasiones (1960, 1965, 1968), y regresaba a América siempre que podía. La biblioteca de libros raros de Harvard, la Houghton Library, en la que trabajó junto a su conservador, Philip Hofer, guarda centenares de cartas, fotografías, notas de clase y otros documentos de sus años universitarios. Son recuerdos de amigos –artistas, profesores o investigadores, lo mismo que estudiantes– cuya relación con Zóbel creció con los años y que muchos de ellos depositaron allí, conscientes de su interés histórico o como simple testimonio del afecto inmediato y duradero que la generosidad del artista inspiraba. Otros muchos documentos se conservan en el Fox Club, la asociación estudiantil en la que Zóbel ingresó en su segundo año de carrera y para la que realizó algunas de sus más irreverentes y simpáticas caricaturas.
(Obra de Zobel)
Europa
Aunque Zóbel había nacido en Filipinas, siempre tuvo documento nacional de identidad y pasaporte españoles. Y fue aquí donde decidió establecer su residencia y donde decía sentirse “en casa”, una casa desde la que continuaría volviendo a Manila y viajando por buena parte del mundo. Los años que vivió en España están ligados a su familia, pero también a sus amigos, muchos de ellos pintores. Por un lado, continuó pintando y exponiendo, tanto en Madrid –en las galerías Biosca y Fortuny y en la Sala Neblí– como en otras ciudades españolas, y en Sevilla compartió estudio con la pintora Carmen Laffón. Por otro lado, empezó a admirar y a adquirir obras de artistas españoles contemporáneos ya en 1955, con la voluntad expresa de apoyar a una generación que consideraba extraordinariamente brillante y a la que le había tocado vivir un momento histórico y político difícil, bajo un gobierno indiferente, cuando no adverso, al arte. En 1966 daría forma a su sueño más ambicioso: la fundación del Museo de Arte Abstracto Español en las Casas Colgadas de Cuenca, la primera colección pública de arte contemporáneo que pudo visitarse en España. A pesar de ser el creador del museo, Zóbel incluiría solo dos de sus obras en la presentación de la colección.
El educador, el viajero y el dibujante como etnógrafo
“Aprender a ver y enseñar a ver”: con esa frase sintética dejó enunciado Fernando Zóbel lo que ahora llamaríamos el “plan museológico” de los dos museos que fundó/creó en su vida, la Ateneo Art Gallery en Manila y el Museo de Arte Abstracto Español en Cuenca. Esa fórmula está también tras su incansable labor de conferenciante y educador en Manila. Sus notas para sus clases sobre arte chino y japonés, un temprano curso sobre arte contemporáneo o la fascinante documentación en cuatro tomos para un seminario sobre pintura y escultura de China y Japón revelan un saber profundo y una envidiable destreza pedagógica, uniendo capacidad sintética y tono riguroso, cercanía y humor.
Desde los primeros años de su vocación, como demuestran innumerables testimonios, la mirada de Zóbel se ensancha al viajar y dibujar. Además de ser el laboratorio de su pintura, sus dibujos y cuadernos de apuntes muestran a un ilustrador lleno de humor y con una capacidad de observación digna de un etnógrafo. Admirador del trazo inteligente de Saul Steinberg, Zóbel sintetizó en dibujos, anotaciones, mapas y collages la experiencia de sus viajes, y colaboró con caricaturas en revistas estudiantiles como el Harvard Alumni Bulletin o The Advocate.
Un museo sin biblioteca no es un museo
No es posible entender -concluye la exposición- a Fernando Zóbel sin el libro: amante de la caligrafía asiática y la tipografía occidental, fue un lector constante, aplicado y atento. Su biblioteca permite comprobar cuántas veces sus amplias lecturas incluyeron las primeras ediciones de títulos hoy tan clásicos como el Tristes tropiques de Claude Lévi-Strauss (1955) o el Understanding Media de Marshall McLuhan (1964), y abundan en ella los libros minuciosamente subrayados, anotados y juzgados. Zóbel dotaría muy pronto al museo fundado por él en Cuenca de una biblioteca rica en arte clásico, moderno y contemporáneo, en ensayo y poesía, con un fondo extraordinario de bibliografía sobre Asia y suscripciones a las revistas internacionales del momento, como Art in America, Das Kunstwerk o L’Œil. En 1966, en una España separada en tantos aspectos de la normalidad cultural de las democracias occidentales, la biblioteca de ese pequeño museo en una pequeña ciudad de provincias ya poseía una ventana franca y directa a la contemporaneidad. La biblioteca de Zóbel devino un lugar con una función “pública” educativa tan discreta como largamente eficaz y fue un imán para jóvenes artistas y estudiosos inquietos y ávidos de saber.