Ataque a Amberes (1584). 5  

Por Carlos de Bustamante

(Alejandro Farnesio, gobernador de los Países Bajos españoles. Retrato de Otto van Veen)

Leyendo con atención   los modernos modos y medios de hacer la guerra , me pregunto con similar  interés que sobre otros inventos asombro  de la humanidad  posterior a la de referencia: pero  ¿quién inventó la pólvora? Parece ser que fueron los chinos, hacia el siglo IX. Según el taoísmo, existían en la naturaleza dos principios contrapuestos, el yin y el yang. Curiosamente la pólvora, que destruyó tantas vidas, tuvo origen en la búsqueda de medicamentos para lograr el equilibrio en el cuerpo de ambos principios y conseguir finalmente el elixir de la inmortalidad. (Soledad Esteban Santos, profesora del Dpto. de Química Orgánica y Bio-Orgánica, de la UNED.) No creo que tuvieran mucho éxito con la combustión del nitrato potásico, carbón vegetal y azufre, pues aun siendo tantos, los chinos seguían muriendo (con perdón) como moscas; así que tuvieron la idea peregrina de elaborar con estos ingredientes fuegos de artificio. Mal podían imaginar aquellos alquimistas artificieros que su invento pronto cumpliría exactamente lo contrario para lo que fue creado. Mirad, mis amigos si no lo que fue solo el principio del paso a la verdadera inmortalidad de miles de combatientes de uno u otro bando que, gozando de una excelente salud, en absoluto precisaron de tal medicina, orgullo de los chinos.

PÓLVORA Y METRALLA

Apenas había llegado Farnesio al fuerte cuando se produjo la gran explosión. Fue un descomunal estallido que sacudió los cimientos del puente y repartió muerte en todas direcciones. El reducto avanzado, los parapetos y parte de la estacada quedaron completamente destruidos, y en el puente se abrió una gran brecha. Testigos presenciales dijeron que las aguas del río se encresparon de tal forma que en algunas partes dejaron ver el fondo del Escalda, y se formaron torbellinos de agua. La explosión arrojó piedras, bolas de hierro, cadenas, vigas y clavos en todas direcciones, y las partes del puente y el castillo más cercanas al punto donde impactó el barco-mina se volatilizaron. Algunos de los proyectiles salieron despedidos a casi tres kilómetros de la explosión.

Durante varias horas el desconcierto fue espantoso, entre gritos y gemidos de los moribundos y la humareda de la pólvora, que apenas dejaba ver el destrozo. Cientos de soldados y numerosos capitanes y oficiales murieron o quedaron mutilados y heridos esa noche, entre ellos el general marqués de Richebourg, el general Robert de Melun, el marqués de Ronvais y el barón Robles de Villy, cuyo cadáver se encontró seis meses después clavado bajo las aguas en uno de los maderos que sostenían el puente. El propio

Farnesio fue hallado a unos 300 metros de la explosión. Había perdido el conocimiento y estaba herido en la cabeza y el hombro, pero pudo recuperarse pronto.

EL FIN DE LA GUERRA

Los orangistas, mal informados sobre el resultado de la gran explosión, no supieron sacar partido de la situación. Ni Justino de Nassau ni los de Amberes aprovecharon ese momento para atacar el puente, y eso dio tiempo a que Alejandro Farnesio se repusiera del desastre y ordenara inmediatamente reparar los destrozos con barcas unidas entre sí por cadenas. Con eso consiguió ocultar el grave estrago de los barcos-mina. Cuando los sitiados atacaron al día siguiente el fuerte de San Sebastián, la guarnición, que había sido reforzada unas horas antes, repelió el asalto. Aún intentó Giambelli modificar el curso del asedio con la construcción de otro descomunal navío de 1.000 toneladas fuertemente artillado, capaz de albergar a 1.500 hombres, que bautizaron como Finis Bellis (El fin de la guerra). El enorme artilugio flotante fingió una maniobra de aproximación al puente para distraer a los sitiadores, pero luego viró hacia el fuerte Victoria, erigido sobre el terreno inundado, que guarnecía una compañía de soldados españoles. Los orangistas desembarcaron y se lanzaron al asalto del reducto, pero fracasaron a pesar de su abrumadora superioridad numérica. Encallado en tierra, el gigantesco barco quedó inutilizado. El humor de los sitiados, haciendo alusión a los cien mil florines y siete meses de trabajo que había costado, lo rebautizó con el nombre de Gastos perdidos a partir de entonces.

LA BATALLA DEL CONTRADIQUE.

Fracasado el intento de destruir el puente, todavía les quedaba a los orangistas el recurso de apoderarse del contradique de Kouwenstein, por el cual podía penetrar la flota de Nassau y socorrer la ciudad. En ese contradique los españoles habían construido varios fuertes y atrincheramientos en previsión de ataques, y Farnesio, consciente de las intenciones del enemigo, reforzó las defensas y la guarnición, y levantó una estacada para impedir la aproximación de los barcos holandeses.

El plan de los orangistas era bueno. Básicamente consistía en un doble ataque de los más de 150 navíos que componían la flota de Justino de Nassau. Una parte de ellos, al mando del conde de Hohenlohe, remontaría el río Escalda para asaltar el puente o desembarcar en sus orillas; la otra parte surcaría las tierras inundadas hasta desembarcar tropas en el contradique de Kouwenstein y abrir una brecha para que pasara la flotilla, dejando así al puente sin utilidad real. Esta maniobra quedaría completada con el ataque de los barcos que tenían los de Amberes, con lo cual los españoles quedarían entre dos fuegos. Así pues, se trataba de un triple ataque que sería efectuado de manera simultánea cuando se diera la señal de tres fuegos sucesivos que se encenderían en la catedral de Amberes. En la noche del 6 al 7 de mayo, la flota de Hohenlohe atacó con decisión el contradique antes de tiempo, por haber interpretado mal la señal de Amberes. Aun así, los holandeses lograron desembarcar tropas, pero los españoles contraatacaron y los orangistas, al comprobar que los barcos de Amberes no llegaban, optaron por reembarcar y retirarse. Perdido ya el efecto sorpresa, Farnesio dedujo correctamente los planes enemigos. Cuando en los días siguientes más barcos cargados de explosivos intentaron llegar al puente, fueron destruidos o dispersados por la artillería de los sitiadores. En la madrugada del 26 de mayo se produjo el gran ataque general holandés contra el contradique de Kouwenstein. Una flota dirigida por Justino de Nassau y Hohenlohe abordó el objetivo tras haber hecho estallar cuatro brulotes cargados de pólvora. Al ataque se unieron también los barcos que comandaban Marnix y el almirante Jacobsen. Los españoles se retiraron al amparo de los fuertes, mientras la artillería de los navíos orangistas bombardeaba intensamente los atrincheramientos. Una vez desembarcadas las tropas enemigas, la reacción española no se hizo esperar. Los infantes abandonaron los fuertes y se lanzaron contra el enemigo bajo el fuego de la artillería naval

holandesa, pero fueron rechazados y tuvieron que retirarse a los fuertes de San Jorge y Pilotis, dejando abandonado una parte del contradique por la que seguían desembarcando los defensores de

Amberes.

La sorpresa tuvo éxito y el ataque se recrudeció en Kouwenstein. Los holandeses consiguieron desembarcar un contingente numeroso y capturaron las defensas y parapetos de los defensores, muchos de los cuales dormían. El boquete, sin embargo, no era suficiente para que pasaran los barcos y, en cuanto salió el sol, los españoles se lanzaron furiosamente al asalto y detuvieron a los orangistas, pero los barcos que habían roto el dique, por no abandonar a su gente desembarcada, aguantaron hasta que descendió la marea. Eso fue su perdición. A nado, la infantería española alcanzó muchas naves, las abordó y degolló a

sus tripulaciones. Y lo que pudo ser una catástrofe para los sitiadores se convirtió en una victoria contundente. Un fenómeno alucinatorio colectivo vino a marcar el momento culminante de la pelea: muchos soldados afirmaron haber visto en lo alto del dique y a bordo de los bajeles el espectro de Pedro de Paz repartiendo estocadas. Nadie en aquel momento habría sido capaz de negarlo.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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