Batalla de Nördlingen: la tumba sueca. (1634). 4  

Por Carlos de Bustamante

(Fernando de España y Fernando de Hungría tras su victoria en Nordlingen. Cornelius Schut, 1635)

Sin quererlo, Fernando Martínez Laínez, con el Tercio de Idiáquez nos está ofreciendo un anticipo de la Legión y legionarios de hoy; mejor, de los legionarios y Legión que, fundada por Millán Astray  y el Generalísimo Franco, revalidaron en las dos guerras de África y en la guerra civil española, ser los mejores soldados del mundo.  Con conocimiento de causa digo, que en los actuales tercios de la Legión   late similar espíritu que en el de Martín de Idiáquez, demostrado si no en guerras que, gr. a D.  no hemos tenido, sí en misiones fuera de España donde su actuación   con toda propiedad puede calificarse de ejemplar.

FUEGO DEMOLEDOR

Una y otra vez, los disciplinados hombres de Horn llegaban a tiro de las líneas españolas y disparaban contra los cuadros de piqueros. La táctica de los mosqueteros suecos estribaba en hacer fuego con sus tres primeras filas. La primera fila, rodilla en tierra, y la tercera, inclinada sobre la segunda, a unos veinte metros del enemigo, pero los veteranos de los tercios improvisaron una eficaz y arriesgada maniobra. En el instante de la descarga se agachaban para evitar las balas. A continuación, arcabuceros y mosqueteros recomponían la formación y hacían fuego demoledor casi a quemarropa. Luego, se protegían tras las filas de picas, que frenaban con gran mortandad el repetido asalto sueco a sus compactas formaciones.

En la batalla, se distinguió sobre todos el tercio de Martín de Idiáquez, que aguantó todo lo que le cayó encima sin dar un paso atrás. El cronista Diego de Aedo y Gallart, en su obra Viaje, sucesos y guerras del Infante Cardenal don Fernando de Austria (Madrid, 1637), cuenta que los de Idiáquez defendieron sus puestos seis horas enteras sin perder pie, acometidos dieciséis veces, con furia y tesón no creíble; tanto que decían los alemanes que los españoles peleaban como diablos y no como hombres, estando firmes como si fueran paredes.

Un coronel sueco corrobora esta opinión: Nunca nos habíamos enfrentado a un soldado de infantería como el español. No se derrumba, es una roca, no desespera y resiste pacientemente hasta que puede derrotarte.

Bernardo de Sajonia, viendo la apurada situación de los suecos, que se desangraban en la feroz lucha frontal contra los tercios, a las diez de la mañana ordenó a la caballería atacar de nuevo el flanco derecho católico, que protegía el duque de Lorena, cuando ya los nórdicos llevaban cinco horas combatiendo. Pero se topó con una fuerza de mosqueteros posicionados en un caserío situado en el centro del campo de batalla y su fuego rompió la formación enemiga.

Desde su puesto de mando, Fernando de Austria aguantó el cañoneo protestante y permaneció atento al control de la situación. Las tropas de caballería imperiales acudieron en apoyo de los mosqueteros y detuvieron las cargas de los jinetes sajones. Luego rechazaron también el ataque de la infantería alemana del conde Thurn, situada en el centro del dispositivo protestante, que terminó cediendo y retirándose. En la otra punta del campo de batalla, la infantería española se abalanzó a conquistar la colina boscosa de Heselberg. Una pelea cerrada y cuerpo a cuerpo de picas, espadas y disparos a bocajarro que dejó la altura sembrada de cadáveres. Desesperado tras siete horas de infructuosa masacre, con sus soldados exhaustos, el mariscal Horn comprobó que los regimientos de Thurn retrocedían.

En esa situación, ante el temor de que la caballería de Piccolomini se lanzara contra el centro y cortara en dos al ejército protestante, el jefe sueco ordenó retirada. Fue entonces cuando se produjo el momento concluyente de la batalla. Hacia las doce del mediodía, el cardenal-infante mandó a los tercios que defendían Albuch avanzar líneas, «desplegando banderas y calando picas», y cargar contra el enemigo que retrocedía. A paso tranquilo, los soldados de Idiáquez se adelantaron para iniciar la persecución. El coronel sueco, que participó en el combate, lo cuenta así: `Avanzaron con paso templado, cerrados en masas compactas […] eran casi exclusivamente veteranos bien probados: sin duda alguna, la infantería más fuerte con la que he luchado nunca`.

El contraataque de los hispano-imperiales hundió también las filas del flanco izquierdo protestante de Bernardo de Sajonia, que se replegaba en desorden ante el rodillo de los tercios italianos y españoles. Una presión imparable que empujaba al enemigo y le obligaba a cruzar, ya en franca huida, el río Rezenbach. Como cuenta Almirante, «Los vencedores se dividieron en columnas, para hacer más eficaz el triunfo y más dura la persecución y el escarmiento». Y los vencidos, hambrientos y temerosos, erraron primero por Fráncfort, y luego, detrás del Rin, en busca de amparo. Piccolomini y Gallas se unieron a la persecución con la caballería croata, y poco después, ante el reflujo general de los protestantes, el resto de las tropas hispano-imperiales se unió a la explotación del éxito en toda la línea de batalla.

Todos los autores coinciden en señalar la actuación extremadamente letal de los jinetes croatas, que acabaron con miles de fugitivos suecos y sajones que intentaban escapar a la desesperada, buscando cualquier sitio donde refugiarse. En la huida, la retirada se convirtió en fuga, y la fuga en desbandada. Los suecos y sus aliados alemanes fueron aniquilados y, en poco tiempo, el desastre del ejército protestante era total. Sus pérdidas humanas fueron enormes: unos 7.000 caídos en combate y centenares de heridos que murieron en los días siguientes, más unos 4.000 prisioneros, entre ellos el mariscal Horn y otros tres generales, y 14 coroneles. En cuanto a los hispano-imperiales, tuvieron unos 1.500 muertos y alrededor de 2.000 heridos. Otros autores elevan la cifra de bajas germano-suecas. Para Almirante, estas alcanzaron los 12.000 cadáveres, y añade que 80 cañones, 4.000 furgones y 300 banderas quedaron en el campo.

Geoffrey Parker, en su obra La guerra de los Treinta Años, señala: Al final del día, después de «la más grande victoria de nuestros tiempos» (como la llamó con júbilo el conde-duque de Olivares), yacían muertos en el campo de batalla unos 12.000 protestantes, y otros cuatro mil […] habían sido hechos prisioneros. Para remachar la victoria, los imperiales se apoderaron del bagaje y del tren de abastecimiento de los derrotados: 4.000 carros repletos de botín y vituallas y unas 80 banderas, según cálculos moderados. Durante cinco días, los soldados católicos se dedicaron a saquear a conciencia el campamento enemigo, y a atiborrarse con las vituallas y la cerveza que los germano-suecos habían dejado atrás en la fuga.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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