País Vasco: cuando el escritor es prisionero de la lengua

(PD).- A mediados de julio, el poeta «tardío» Karmelo Iribarren (San Sebastián, 1959), declaró en los cursos de verano de Santander que «quien escribe en castellano no existe en el País Vasco».

Autores consultados por Eduardo Laporte, que publica un amplio y detallado reportaje en El Imparcial, reconocen las ventajas con que cuentan los escritores en euskera y cómo poetas y narradores en castellano deben encontrar su hueco en editoriales de fuera.

Otros, en cambio, entienden esta circunstancia como el inevitable peaje que tiene el potenciar y promover una lengua «débil» como el vascuence y aseguran que todos participan en la feria, aunque sea en vías paralelas.

En Venezuela, representantes de la última hornada literaria, como Juan Carlos Chirinos o Juan Carlos Méndez Guédez, advierten de los peligros de los gobiernos como el de Chávez, con proyectos soberanistas que favorecen a quienes jalean sus gestas. Con la llegada del mandatario socialista al poder, se fracturó la buena convivencia literaria de los escritores en Venezuela y hubo que tomar partido.

«En este momento, se ha roto la relación entre los que han tomado una postura y otra», decía Méndez, residente desde hace diez años en España, que antes de señalarse como contrario a Chávez, participaba en multitud de actos literarios.

Esa polarización existe en el País Vasco, donde escritores nacionalistas y constitucionalistas comparten un mismo objetivo: publicar sus obras, pero con modos y caminos distintos, casi enfrentados.

El poeta Francisco Javier Irazoki (Lesaca, 1954, en la foto), residente en París desde hace 15 años, está al tanto de los «testimonios de las discrimaciones padecidas por otros poetas vascos que escriben en castellano».

En opinión del autor de «Los hombres intermitentes» (Hiperión), no pocos dirigentes nacionalistas aspiran a una sociedad «monolingüe» o, al menos, equiparan literatura propia, local, a la escrita en euskera y eso «supone elegir la pobreza». Pone el ejemplo de autores «apartados», como Jorge G. Aranguren y lamenta esa falta de «sensatez política».

La soledad de los disidentes
Iñaki Ezkerra, presidente hasta hace poco del Foro de Ermua, habla de «radicalización del nacionalismo» tras el Pacto de Lizarra, de 1998, que cambió, a su entender, aspectos concretos pero fundamentales en la vida cultural vasca.

Uno de esos ejemplos, imperceptibles desde fuera, es la celebración de concursos literarios sin plica, es decir, a obra publicada, en que se conoce previamente al autor de las obras. Hasta bien entrados los noventa, cuenta Ezkerra, el Gobierno vasco organizaba multitud de concursos, de los que él ganó hasta en cuatro ocasiones, con obras como «La ciudad de memoria» o «Museo de reproducciones».

Incluso la Universidad del País Vasco le publicó su «Otra ribera», en castellano y euskera, cosa impensable a día de hoy, según Ezkerra, que no tenía queja hasta entonces. «En la medida que el nacionalismo se ha radicalizado y ha sido más necesario pronunciarse contra él, ha sido más difícil la vida allí», lamenta. Fue uno de los fundadores del Foro de Ermua, que ahora preside, y asegura que su figura ha desaparecido de los circuitos oficiales.

¿Lista negra? «Totalmente, estamos en una lista negra», señala Ezkerra. «Estamos aislados y excluidos de cualquier reconocimiento de ningún tipo y no hay posibilidad de trabajar para la ETB [canal de televisión autonómico] ni para nada, te excluyen de los premios, te excluyen de todo». Un ejemplo es que su último poemario, «A tu lado en Islandia», lo ha tenido que publicar en Huerga&Fierro, una editorial madrileña.

Lo corrobora el poeta Irazoki, que del País Vasco lamenta «la indiferencia frente a los amenazados y la soledad del disidente». Aboga por unir las dos corrientes y cita el ejemplo del escritor euskaldún Felipe Juaristi, que ha hecho «un análisis inteligente de la situación». Y añade: «Faltan hombres como él». Juaristi es un poeta en euskera que colabora con «El Correo».

El «lobby euskaldún» vs. el «sitio para todos»
Entre esas voces que alertan de las dificultades añadidas al que escribe en «cervantino» en el País Vasco, hay discursos menos «apocalípticos», por usar la dicotomía de Umberco Eco, que ofrecen una visión más «integrada».

Es el caso de Pedro Ugarte (Bilbao, 1963), reconocido novelista y autor de relatos, que ganó el premio Lengua de Trapo con «Casi inocentes», en 2004. Ugarte no ve «ninguna marginación o discriminación «a el escritor en castellano y considera que participan en «tertulias, jornadas literarias, programas radiofónicos y son llamados para trabajar como jurados en concursos y reciben la consideración de instituciones de todo orden».

Según este escritor, que forma parte del grupo «autores en castellano», éstos gozan de mayor repercusión, pero reconoce que los escritores en euskera gozan de un «paraguas público evidente». Esto lo justifica como parte de una política lingüística en la que los poderes públicos brindan su apoyo «hacia una lengua más débil».

Apoya esta tesis afirmando que la «abrumadora mayoría de los premios en Euskadi, que otorga anualmente el Gobierno vasco, entregados en persona por el lendakari, son a autores pública y declaradamente no nacionalistas, cuando no anti-nacionalistas militantes». Y da nombres: Paloma Díaz-Mas, Ramiro Pinilla, Antonio Altarriba, Juan Bas, Miguel González San Martín, Fernando Aramburu y José Fernández de la Sota.

De un modo parecido opina José Antonio Blanco, periodista y «poeta renegado», que ha publicado su obra poética en la editorial Pamiela, de Pamplona.

«No creo que haya ningún problema en publicar en castellano», asegura este escritor nacido en Baracaldo. Eso sí, añade, «a los escritores en castellano les resulta imposible entrar en el blindado mundillo euskaldún y sacar tajada de las generosas regalías que disfrutan, bien sea por subvenciones a la traducción o por publicar textos varios, al margen de su calidad, en infinidad de revistas, revistillas y certámenes ad hoc».

En su opinión, la otra parte de la comunidad literaria, los que escriben en castellano, organizan promociones parecidas, eso sí, sin dinero público: «Coexisten en nichos ecológicos paralelos». Como contrapartida, el desconocimiento es habitual entre estos escritores euskéricos, dice Blanco, y más allá de Bernardo Atxaga no suelen citarse muchos más autores en vascuence.

El recurso de publicar fuera
Decía Karmelo Iribarren sentirse como un «exiliado» dentro su País Vasco natal, que recuerda a aquel «exilio interior» del que hablaba el poeta Vicente Aleixandre, Premio Nobel de Literatura en 1997, que durante toda su vida ocultó su condición de homosexual y sus ideas de izquierdas. Su salud quebradiza le impidió embarcarse en exilios reales y la discreción fue su constante vital.

Los autores que no se sienten profetas en su tierra deben apuntar sus objetivos hacia otras editoriales que, por contra, tienen mayor proyección nacional que las vascas, inmersas muchas de ellas en «la melancolía agropecuarias de la escritura vasca», como apunta con ironía Blanco. Superar la barrera nacionalista permite a autores como Irazoki llegar a muchos más lectores, en el ya de por sí reducido público poético. «Sería injusto que me quejase de mi buena suerte», señala. «Publicar en una editorial como Hiperión [de Madrid] sólo te da ventajas».

Karmelo Iribarren encontró su hueco en la editorial sevillana Renacimiento y otros autores que residen en el País Vasco, como Raúl Guerra Garrido (en la foto), han logrado publicar y llegar a muchos lectores en Alfaguara o Seix Barral. Un debate, el del arrinconamiento al escritor en castellano, que se remonta a finales de los años setenta.

En un artículo publicado nada menos que en «Egin», este escritor madrileño residente en San Sebastián denunciaba que «en demasiadas conferencias, cursos y libros sobre la cultura vasca, al llegar al turno de la nómina de escritores, se produce una ausencia que oscila entre la ignorancia pueblerina o el insulto demagógico: la ausencia de escritores vascos que se expresan en castellano». Una polarización, pues, que sobrevuela en el panorama literario en el País Vasco, donde las lenguas parecen separar en lugar de unir.

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