El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Primera carta apócrifa a Jesús, un amigo de Otramotro

PRIMERA CARTA APÓCRIFA A JESÚS, UN AMIGO DE OTRAMOTRO

“Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera”.

Albert Einstein

Dilecto Jesús, amigo de este bululú y/o decimero:

Desde hace un lustro, poco más o menos, cada vez que me preguntan quién es mi mejor amigo, interrogación directa que brilla por su ausencia (expresión que, por cierto, tras ser empujado al ruedo y dejarme llevar por el espíritu de contradicción, al que soy tan asiduo, y, asimismo, a fin de favorecer que emerjan y fluyan unas cuantas risas y refutar lo que significa hoy el adjetivo tácito —según el DRAE, callado, silencioso y que no se expresa, pero se sobreentiende, entre otros significados—, expresión que, itero, debemos al historiador romano Tácito), pues nadie me la suele hacer, a no ser que este menda haya sufrido los rigores de un transitorio trastorno mental y, como consecuencia del susodicho o tal, servidor se la haya formulado a sí mismo, cuestión que cabe tomar, claro está, como la excepción a dicha regla, acostumbro a contestarme lo esperado y obvio (al menos, para mí), que mi mejor amigo, dejando a un lado el caso excepcional, por extraordinario, de los Luises (Calvo Iriarte y de Pablo Jiménez), a quienes tomo (y trato) como lo que son, hermanos (algo parecido sostuvo hace la tira de años Demetrio de Falero, cuando adujo que “un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano”) míos, prolongaciones humanas de mi ser (tres cuartos de lo propio dijo Aristóteles cuando, ignorando la trascendencia que iba a tener una inmarchitable definición que dio de amistad —pues es rememorada por mí hoy, veinticinco siglos después de que fuera expresada por el estagirita— aseveró que esta es “un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita —qué te apuestas a que no falta el corrector, sujeto u objeto, humano o inhumano, que enmienda dicho verbo y lo mejora al mudarlo por palpita— en dos almas”), eres tú, Jesús, te llames en la vida real así, Manuel, o con el nombre doble, compuesto, Jesús Manuel.

Como ahora (en sentido estricto, desde hace unos días) me hallo leyendo la novela más extraña de Mario Vargas Llosa, “El hablador”, te urdiré lo que creo a pie/s juntillas (que es, ciertamente, una de las locuciones adverbiales más raras, por desconcertantes, en español, sí, sin duda), que te pareces un montón a Saúl Zuratas, que eres el vivo retrato físico o prosopografía de Mascarita; así que tienes esa misma mancha (la tuya no es de nacimiento) en uno de los lados de la cara. Si pruebas a mirarte en el primer espejo que encuentres y no la hallas en tu faz, no la eches de menos, porque, a pesar de que eres un sol, si la mancha obrara en tu rostro advertirías en las miradas de cuantas/os te vieran expresiones cristalinas de asco, grima y/o tirria (por separado o a un mismo tiempo, a la vez). Si la hallas, es el cardenal que te salió ayer. Cuando ibas de paseo con tu pareja, viste cómo un chulo desalmado le andaba meneando el zarzo, quiero decir, le estaba zurrando la badana a una de sus izas y, tras juzgar tú en un santiamén que estabas obligado a intervenir, a meterte en medio, para que cesara la tunda de golpes, te llevaste una buena galleta del proxeneta.

Que sepas que eres mi héroe desde entonces, aunque la rabiza, una desagradecida, no firmara luego la denuncia que tú sí pusiste (y a la que no olvidaste adjuntar el parte médico que solicitaste en urgencias, donde un facultativo le echó un vistazo a tu moratón).

Deseando lo mismo que espero, que desaparezca pronto la mancha (tómatelo por el lado positivo u optimista, que lo tiene; no olvides, por ejemplo, que la mentada hizo inmortal a don Quijote), se despide de su eminencia (que, como sabes —si no te consta, te debería de constar—, es el tratamiento que merece un cardenal) quien lo saluda, aprecia, agradece y abraza, su amigo,

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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