CUANDO UNA RELACIÓN SE VA AL GARETE
Cuando una relación sentimental se rompe, y esta acaba hecha añicos, parece como si los incontables pedazos en los que termina dividida se sorprendieran al mirarse mutuamente y ver los unos a los otros como extraños y a los otros los unos resultarles irreconocibles.
Está claro que cada quien vive el trauma a su manera, pero cuando ha quedado cristalino que la rotura no tiene arreglo, porque uno de los miembros de la extinta pareja se niega en redondo a una posible reparación, lo oportuno no es, como son legión quienes se decantan por esta varilla del abanico u opción, sustituir una relación por otra, lo que se conoce por sacar con un clavo otro, o sea, inaugurar cuanto antes una nueva relación, sino vivir el duelo, reflexionar sobre las causas que motivaron que la precedente fracasara, naufragara o se fuera a pique, y aprender la lección.
Haremos mal si volvemos a quejarnos de nuestra mala suerte. Deberíamos sacar el máximo jugo o provecho a nuestros errores y llegar a la conclusión sabia de que tenemos que agradecer los golpes que nos va suministrando la vida, porque, aunque alguno nos hiera y hasta deje una cicatriz en la piel o muesca en el alma, la inmensa mayoría de los tales servirán para esculpir nuestra personalidad, para modelar nuestro carácter.
Ángel Sáez García
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