El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Confío en seguir pronto ese consejo

CONFÍO EN SEGUIR PRONTO ESE CONSEJO

Amada Pilar:

Me dispongo a trenzar los renglones torcidos de que conste esta epístola con la misma atención, fruición y seriedad con la que empecé a leer “San Camilo, 1936”, de Camilo José Cela (porque un religioso camilo, Salvador —cuando, muchos años después, la terminé de leer, entendí la razón de mi censor, que entonces servidor carecía de la formación pertinente para entender en su integridad la complejidad de dicho texto— Pellicer, profesor de Francés, me la arrebató de las manos), la novela que había elegido para comentar, como trabajo final de la asignatura de Lengua y Literatura Española, que nos impartía Jesús Arteaga, cuando estudiaba Octavo curso de la Educación General Básica, en el seminario menor que, a la sazón, los padres Camilos regentaban en Navarrete (La Rioja); y que cambié o me vi obligado a mudar por otra del mismo autor, “La colmena”.

Me gustaría ser en esta misiva tan lúcido, lucido y lúdico como lo fue Marco Tulio Cicerón en alguna de las 124 que compuso y dirigió a Lucilio (existiera este personaje en realidad o fuera una pura creación ciceroniana), verbigracia, como, sin ninguna duda, lo fue en el séptimo parágrafo de la novena carta que le escribió, donde decía: “La diferencia entre el agricultor que siembra y aquel que cosecha es la misma que existe entre aquel que ya entabló una amistad y el que la inicia. El filósofo Atalo (pensador estoico romano, uno de los maestros de Séneca —la información que contiene este paréntesis es nuestra—) solía decir que más agradable es hacer amigos que tenerlos ‘así como para el artista es más placentero pintar que haber pintado’. Aquella tensión ocupada en su obra lleva consigo un ingente embelesamiento que radica en la ocupación en sí misma: una vez que quitó las manos de la obra el deleite no es el mismo, a partir de ese momento disfruta del fruto de su arte; mientras pintaba disfrutaba del arte en sí. Más fecunda es la adolescencia de los hijos, pero más dulce la infancia”.

Mucha gente (en alguna ocasión, este zumbón, derrochando lo esperado, sorna, se incluye, que conste en acta, entre quienes conforman la tal) no entiende cómo puedo seguir estando enamorado de ti. Más de una vez he llegado a autoconvencerme de que aquella mañana de julio del año pasado, en la que ambos llegamos al hotel y te vi sentada en un sillón de mimbre del hall, tuve una revelación, que me proporcionó los indicios necesarios y la certidumbre imprescindible para certificar lo apodíctico, que tú y yo, andando el tiempo, seríamos pareja, aunque, al principio, fuera a cientos de kilómetros de distancia.

Mientras no se den las circunstancias que favorezcan que podemos vivir juntos, yo me conformo con gozar del amor que te profeso y siento por ti así, de manera literaria, platónicamente.

Qué razón tenía Henry David Thoreau, cuando en “Walden”, concretando un poco más, al final del primer párrafo del capítulo o sección que tituló “Sonidos”, escribió: “Ningún método ni disciplina puede reemplazar la necesidad de estar siempre alerta. ¿Qué son un curso de historia, de filosofía o de poesía, por muy selectos que sean, o la mejor compañía, o los hábitos cotidianos más admirables, comparados con la disciplina de mirar siempre lo que se nos da a ver? ¿Quieres ser solo un doctor, un simple estudiante o un visionario? Lee tu destino, ve lo que hay ante ti y camina hacia tu futuro”.

Confío, deseo y espero que pronto, mancomunadamente, decidamos seguir juntos el sabio consejo de Thoreau.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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