El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Cuando la crítica mordaz se impone

CUANDO LA CRÍTICA MORDAZ SE IMPONE

(¿EL INTERÉS GENERAL DÓNDE QUEDA?)

Aunque no se dejó caer (por las turcas habituales allí) ni ver (corrían rumores, ríase se quiere, de que existían deudas que permanecieron durante meses y aun años sin saldar) a menudo por “La Facultad” (cafetería que su primer dueño, Joaquín Onuba Rincón, quiso calcar, desde que se encaprichó del “Juan Sebastián Pub”, nada más verlo en Algaso, local de copas que frecuentó, inspeccionó a conciencia y del se aprendió de memoria hasta sus rincones), Emilio González, “Metomentodo”, ha sido el mejor filósofo que he conocido hasta el momento (entre quienes no estaban ni están en posesión del título de licenciado en dicho ámbito del saber ni en otros campos). Porque, a veces, la vida (son legión las personas que coinciden en considerar y airear que la mucha hambre pasada puede ejercer de reputada maestra) estimula de tal manera el cacumen que uno puede pasar por ingeniero, sin serlo de veras.

Amén de parir anécdotas hilarantes sin cuento (que si no le acaecieron a él, sus amigos y conocidos fueron testigos presenciales de ellas y se las contaron; o les ocurrieron a quienes se las refirieron y él, siguiendo una de sus más inveteradas costumbres, se las adjudicó y apropió), pero con forma de tales, que publicó bajo el rótulo (que va camino de convertirse en clásico) de “Retales letales” (ya que, a veces, la risa puede cursar con lágrimas y hasta desencadenar la muerte; ¡qué mala —o, según otros, buena— suerte!), es autor de una colección inédita de aforismos irrefutables, como (valga para muestra el siguiente botón), por ejemplo, este: “La política es el arte de dejar de tener y defender (luego, apartar o desechar) tu propio criterio para abrir tu mente (aceptar y avenirse a mantener) al que sostienen otros a cambio de recibir, como contrapartida, una prebenda o sinecura, verbigracia, el acta y el escaño que este, el ajeno, lleva aparejado” (circula por ahí una versión más concisa del mismo que dice así: “La política es el arte de rebajarte” —no como alguien, citando mal, ha publicado recientemente “de relajarte”—).

Admite, de buena gana, y comprende, de buen grado, que cada quien se busque la vida (o saque las castañas del fuego) como Dios le dé a entender y/o pueda (sin perjudicar a nadie, claro); ergo, que haya personas que, dado que no pueden aspirar ni dedicarse a otros menesteres más creativos y satisfactorios y menos serviles (por ser coronados por seres viles o culminados por incapaces redomados), opten por agarrarse a un clavo ardiendo, o sea, por decir amén a todo, a cambio de un sueldo seguro y un suegro grueso (que sí, certifica que son anagramas entre sí).

Si tras leer los tres párrafos precedentes, usted, atento y desocupado lector, sea ella o él, ha barruntado, intuido o llegado a la diligente e inteligente conclusión de que este texto pretendía ser una sátira política en toda la regla, pero, por la razón que sea, ha quedado coja y manca, he de confirmarle (sin ser obispo) que está en lo cierto, pues ha dado de lleno en el blanco o centro de la diana con la flecha (que ha disparado con su arco) o el dardo (que ha lanzado con su diestra).

Servidor, deseando disfrazarse e/o interpretar un rato el papel de su amigo “Metomentodo”, ha generalizado aquí (como suele hacer él) a sabiendas, para que los políticos adviertan, al menos, una grieta por la que poder colarse de rondón en el debate (de váter) y tengan una vía libre abierta para desquitarse, desacreditarme y/o criticarlo a él, por ser una manifiesta injusticia que haya metido a todos los políticos en el mismo saco, qué asco, sin hacer los distingos pertinentes. Ahora bien, ya verá usted, atento y desocupado lector, sea fémina o varón, cómo son los políticos sin vocación de servicio público (poco adictos al trabajo; y, en el caso de que haya que currar, que sea con el de abajo, con el badajo, es decir, el que acarrea o cursa “con volquete de putas”, o sea, con el vicio del fornicio, que linda con el vello púbico), alérgicos al bien común (¿el interés general dónde queda?), los que (me apuesto doble contra sencillo) aprovechan ese resquicio para quedar como lo que son, políticos de tres al cuarto o, si lo prefiere, politicastros, esto es, además de unos serviles empedernidos y carentes de recursos intelectuales, faltos de probidad y de decencia.

Eladio Golosinas, “Metaplasmo”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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