El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Deleitando al lector y aleccionando

DELEITANDO AL LECTOR Y ALECCIONANDO

Hoy, me temo (sin meter ningún miedo en la mochila, a la hora de echar a andar, ni temer nada sobre el tema en la meta; déjame, lector/a, que meta la pata, porque, aunque prometa que no lo voy a hacer más, tal vez cometa otra infracción en el juego, que también la literatura lo es, a ratos, grato juego), tendré que abundar o coincidir (como eso mismo me ha ocurrido antes en numerosas ocasiones) con la tesis que viene sosteniendo, desde hace años, mi heterónimo y amigo del alma Emilio González, “Metomentodo”, de que servidor ha nacido con una flor allí donde el retrosoma, la espalda, pierde su casto nombre (reconozco que un día invertí unos minutos de mi tiempo de ocio en ver si aquello tenía visos de realidad, pues, frente a un espejo de cuerpo entero, servidor anduvo mirando y remirando con el cuello vuelto, a diestra y siniestra, sus glúteos, por si conseguía identificar la susodicha flor en alguno de ellos o en ambos, sin éxito), índice de que, a pesar de los pesares, siempre haya logrado salir airoso de mil y un bretes, por haber nacido con égida, buena estrella o una potra morrocotuda, extraordinaria. Y no le falta razón, si consideramos las veces que he tenido que entrar en el quirófano y que aquí y ahora haga una vida aparentemente normal (cuidándome mucho, por supuesto). Como, desde que estoy jubilado, me dedico, sobre todo, a leer y escribir, muchas de las personas que conozco de nuevas piensan que les miento, como un bellaco redomado, cuando les comento o cuento la verdad pura y dura, que soy ileostomizado, o sea, que porto una bolsa, adherida a la pared abdominal, que recoge mis heces, porque tuvieron que extirparme, por culpa de dos cánceres incipientes (primero, medio metro y, luego, totalmente), el colon.

Ignoro (poco importa) si nací con estrella o estrellado, pero aún no he desechado o tirado al cubo de la basura esa impresión o sensación refractaria, que un día cacé al vuelo o intuí, de que, como no he cumplido todavía mi misión, como no he dado de sí todo lo que el azar o la naturaleza esperaban de mí, sigo aquí vivito y coleando, ora errando (intentando extraerles todo el oro a mis yerros), ora dando guerra.

Desconozco qué porcentaje de verdad contiene o cabe hallar en la tesis de “Metomentodo”; y, asimismo, qué tanto por ciento de realidad rodea o circunda mi presentimiento o corazonada. Acaso todo obedezca o se deba a una paradoja doble o bidireccional, pues si no hay mal que por bien no venga, lo propio se puede aducir a la inversa o viceversa.

Si me hubiera dedicado a dar clases y, previamente, a preparármelas a conciencia, única manera competente de coronar con responsabilidad e íntegra dignidad un trabajo educativo, ¿hubiera urdido todo lo que he trenzado, propedéutica necesaria, imprescindible, para poder escribir lo que vendrá después?

Tal vez esa labor que no hice otrora, que se encargaron de culminar mis colegas o compañeros de Facultad, esté en disposición de llevarla a cabo ahora y sirva para completar o complementar la suya, excelente.

Con mi tarea actual puede que ayude a los alumnos que no tuve antaño a que sigan amando o aún amen más hogaño la literatura, esos libros que hacen a cuantos (ellas y ellos) los leen más libres, con el mismo doble propósito que se autoimpuso Horacio del “utile dulci”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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