BREVE ENTREVISTA A UN DIOS DUBITATIVO
EL OMNISCIENTE DUDA DE SÍ MISMO
Dios, trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, está tan atareado (mucho más desde que hizo acto de presencia la pandemia ocasionada por el SARS-CoV-2 —Él mismo empieza a dudar de sus consabidos atributos, o sea, sus omnímodas facultades, esto es, a ser escéptico, pues ha llegado a preguntarse más de una vez, según he llegado a saber por ciencia infusa, que Él ha tenido a bien otorgarme graciosamente, si de verdad es omnisciente y todopoderoso, porque no la vio venir ni la pudo parar— en el mundo) que, aunque ubicuo, esta entrevista solo la he podido culminar satisfactoriamente, echándole ganas y un acrónimo, DESI, dedicación, esfuerzo, sacrificio e insistencia, tras averiguar, primero, la manera de descifrar su número secreto, oculto, de teléfono móvil y llamándole, más tarde, sin parar hasta que, en un descuido, barrunto, por fin, lo ha descolgado y ha podido atenderme, como Él, Dios, manda o recomienda que se haga y, en un pispás, contestar a unas preguntas ¿pertinentes?, durante unos escasos minutos de su existencia eterna.
Pregunta: ¿En qué pone todo su ser y esfuerzos?
Respuesta: Durante la más rabiosa actualidad, todo mi denuedo lo destino, básicamente, a salir airoso de dos bretes, menesteres u objetivos concretos; uno, combatir la pandemia en toda su complejidad y con todos los medios; y, dos, a ver por dónde podría ir la recuperación más rauda y segura, para inspirársela a las mentes de los seres humanos más despiertos y generosos.
P.: ¿Qué consecuencias prevé que va a tener el coronavirus en el orbe, ahora que sabemos de la existencia de varias vacunas viables y con un alto porcentaje de eficacia?
R.: El desempleo va a crecer sobremanera; tanto que va a poner de los nervios a más de un dirigente político competente y responsable, por parecerle morrocotudo, profundo. Algunos economistas no ven aún cuándo tocará fondo. Todo, absolutamente todo, va a deteriorarse, y mucho.
P.: ¿Qué enseñanza extraeremos del infierno vivido?
R.: Que sin cooperación intergubernamental, internacional, global, cualquier problema que surja podrá volverse, fácilmente, en contra de todos, no quedando de pie sobre la lona del cuadrilátero ni el árbitro.
P.: ¿Cómo serán las próximas décadas?
R.: Puede que, durante la primera, la gente tenga la certidumbre de que vive peor de lo que vivió y de que la desigualdad aumentó, se agravó o agudizó. El riesgo de algaradas por descontento social estará siempre ahí, latente.
P.: ¿En qué invertiría usted más dinero?
R.: En crear las condiciones para que haya más cohesión social, más democracia, más trabajo y mejor repartido.
P.: Ahí va la última. ¿Qué pregunta considera que tendría que haberle hecho, pero a este corto y tardo periodista no se le ha ocurrido planteársela?
R.: ¿Usted de verdad existe o es otra de las muchas creaciones o ensoñaciones humanas?
P.: ¿Puede contestarla, de manera sucinta?
R.: No nos hagamos trampa. La última era la última, no la penúltima.
Cuando nos hemos despedido, con sendas sonrisas obrando alrededor de los labios de ambos, a pesar de las mascarillas (¿quién duda de que Dios, solidarizándose conmigo, también se tapaba nariz y boca —o lo que en su caso tenga—), mientras servidor, que la llevaba puesta durante toda la interviú, coronaba su tarea o trabajo desde el puesto habitual que tiene asignado en la redacción?), me ha dejado la impresión refractaria de que hemos vivido en estos últimos meses tantos y tan duros momentos que hasta el omnisciente duda de sí mismo.
Ángel Sáez García