El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Me precio de anotar cuanto es precipuo

ME PRECIO DE ANOTAR CUANTO ES PRECIPUO

Reconozco que a mí me empezó a gustar Iris desde que me hizo una confidencia que consideré entonces (y aún sigo juzgando hoy) crucial, pues venía a coincidir básicamente, en el fondo y en la forma, con otra que adujo y dejó escrita en letras de molde Jorge Luis Borges, sin que ella, Iris, hubiera leído, si de verdad se sinceró conmigo luego (que no tenía por qué mentirme ni yo desconfiar o dudar de ella), nada del famoso literato argentino, quien se hizo digno merecedor del Premio Nobel de Literatura, pero, por razones no literarias los miembros de la Real Academia Sueca no se avinieron a otorgárselo, pues, año tras año, se lo denegaron: que se enorgullecía de lo que había leído más que de lo que había escrito.

Iris me siguió agradando e interesando, cada día un poco más, conforme escuchaba con atención el relato de hechos que hacía, que solía dejar en un segundo plano y hasta silenciar lo superfluo para centrarse y concentrarse en lo principal, dedicándose a referir lo esencial con el mismo entusiasmo que acostumbra a poner cuando versea un aprendiz de ruiseñor (sea ella o él).

Iris, sin haber cursado una carrera de letras, había leído (disponía de una surtida biblioteca en la casa de su abuela materna, con quien se crio), salvo excepciones, a muchos de los mejores escritores de todas las épocas con el apetito glotón de un lector ávido, voraz. Me quedé como me dejó, atónito, perplejo, al oírle discurrir con elocuente e ¿ilógica? maestría, dada su edad y escaso bagaje vital, sobre nombres y apellidos de hacedores literarios que a mí, licenciado, apenas me sonaban. Y eso, teniendo en cuenta y presente que soy, desde la adolescencia, un lector incansable e insaciable. Y es que están muy equivocados quienes no han logrado cepillarse todos los prejuicios que acarrean y, verbigracia, sostienen la tesis averiada de que solo quienes han concluido satisfactoriamente estudios académicos superiores y han obtenido el grado de doctor merecen recibir dicho galardón u honor. Si un analfabeto o iletrado puede dar alguna lección a un erudito mediocre, ¿cómo no va a poder un aficionado, un diletante autodidacta, enseñar algo, lo que sea, a un especialista o versado en una obra concreta o un autor determinado, conocido o no?

Como me precio de gastar buena memoria y de cuidar como oro en paño mi inveterada costumbre de apuntar todo lo precipuo en mis diarios, en uno de los tales dejé constancia de cuanto aquella jornada me llamó sobremanera la atención. En la segunda o tercera ocasión que entablé diálogo fructífero con Iris, tras recitarle yo de carrerilla un poema de Unamuno, “Leer, leer, leer, vivir la vida”, ella me recompensó rememorando fielmente, a su vez, para mi solaz, los versos que juntaron al alimón los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero a fin de encomiar ese objeto que algunos tanto apreciamos como ponderamos, el libro: “Amigo de los amigos, / huésped de predilección, / eres amigo y maestro, / confidente y confesor; / compañero en las vigilias, / en la pereza aguijón; / en la soledad, recreo, / y en los caminos, mentor”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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