El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Suma a Iris Bach, dará miel sobre hojuelas

SUMA A IRIS BACH, DARÁ MIEL SOBRE HOJUELAS

“En suma: si tienen la inmensa fortuna de no haber escuchado nunca en serio a Juan Sebastián, sigan mi consejo y no lo hagan. Puede ser fatal”.

Javier Cercas, colofón de su artículo “Contra Bach”.

No se puede escribir tan bien (bueno —mira, lector, ella o él, si soy exagerado; observa cuánto me peta echar mano de la hipérbole—, puede que me haya pasado en el elogio; tal vez se pueda trenzar igual de bien, pero no mejor) contra Bach, como lo ha hecho, irónica y magistralmente, por supuesto, Javier Cercas, en la página 12 del número 2.321 de EL PAÍS SEMANAL, del domingo 21 de marzo de 2021.

Si Cercas confiesa, al inicio de su artículo, titulado precisamente así, “Contra Bach” (por cierto, teniendo en cuenta lo leído, cabe preguntarse qué dislates urdirá, cuando agaville párrafos a favor del músico susodicho, qué disparates), una pieza de museo (un artefacto explosivo, de relojería, que, cuando llegas al final, a la altura requerida, estalla, como una bomba japonesa, que se deshace, tras el pum, en lo que contiene, pequeños regalos que llueven, como el maná, del cielo), que la primera vez que escuchó a Bach él era un inculto, musicalmente hablando, el abajo firmante, servidor, reconoce, sin rodeos, estar pez en dicha materia, en el arte, que con ingrávida mano gobierna la musa Euterpe, de juntar o interpretar las notas, y, además, en otros muchos ámbitos del conocimiento (y lo peor de todo ello es que, me temo, dada mi edad, pareja a la de Cercas, si no marro, sin tiempo hábil ni migaja de talento para medrar y dejar de serlo) humano.

Lamento tener que discrepar de mi coetáneo (acabo de comprobar que soy una semana cabal mayor que él), de lo que Cercas aduce al comienzo del párrafo segundo de su brillante colaboración. Tengo para mí que no soy la única excepción a la regla que brinda (un brindis al sol). No soy Odiseo, Ulises, nadie; y, gracias a Dios, o al azar (no sé ahora mismo quién dijo que era uno de los seudónimos que utilizaba el Ser Supremo cuando no le apetecía firmar con su nombre), a mí me sentó tan mal el primer porro (me lo hiló mi amigo Francisco Javier Arnedo, “el Cuba”, dentro de la discoteca Cocorico, de Tudela), que, desde entonces, no he vuelto a fumar otro. Apenas le había dado unas caladas, cuando me vi obligado a salir, del mareo que llevaba encima, a la calle. Me puse tan malo que, junto a una señal de tráfico, vomité hasta la primera papilla que me preparó y dio, cucharadita a cucharadita, mi madre, agarrado a su mástil o como se llame el palo que nos sostenía a ambos (a mí, encorvado) en pie.

Creo que, de todas las veces que estuve en el zaragozano local “Juan Sebastián Bar” (JSB), nunca sonó allí una sola pieza compuesta por Bach, pero acaso esté equivocado, porque puede que estuviera más pendiente de otras circunstancias que de la música ambiental. Allí, en el interior de dicho establecimiento de hostelería, en la calle Luis Antonio Oro Giral, tengo la certeza de que me tomé más cafés cortados que tubos de cerveza. Lo solía frecuentar el año que estudié Medicina, pues no quedaba lejos de la residencia juvenil “Baltasar Gracián”, sita en la calle Franco y López, donde compartía habitación con otros dos jóvenes universitarios.

Tal vez sea la primera vez que reparo en la celebérrima (para Cercas) “Cantata BWV 147: X” (reconozco que el rótulo de dicha pieza me ha parecido más una matrícula de coche, de veras; no es zumba; acaso haya influido que también soy un lego en coches, y hasta que no tengo carné de conducir). Así que, no insisto, no reúno los requisitos necesarios ni siquiera para aspirar al grado más bajo o ínfimo de iniciado.

Me temo que, si, por una casualidad, hubiera acompañado a Cercas en aquel vagón de metro que menciona en su texto, con ocasión de la hipotética, intuida o presentida parusía, el glorioso Jesucristo, o el barbado Dios que menta él, a pesar de que siempre he hablado bien de los religiosos que me desasnaron en el seminario menor de Navarrete (la Rioja), pertenecientes a la Orden de San Camilo de Lelis, salvo que Pedro María Piérola, Salvador Pellicer y Daniel Puerto, que antaño ejercieron de profesores míos allí, difuntos, y José Luis Álvarez Santaolalla, que fungió de amigo y colega, asimismo, precozmente finado, intercedieran por mí ante Él, el Ser Supremo me mandaría derecho a las calderas de Pedro Botero.

Aunque he conocido a muchos compañeros que estudiaban escuchando músicas diversas, a mí la única música que he tolerado que sonara suavemente a la hora de leer, sin tener que recordar o memorizar, ha sido la clásica.

No niego que Bach pueda maximizar, potenciar y hasta sublimar el amor y minimizar y mitigar el desamor. Lo que a mí me consta es que no es imprescindible que suenen las composiciones de Bach para que me sienta dichoso, y aun el hombre más feliz del orbe. Sin embargo, escuchar el tono y el timbre de la voz de mi amada musa chicharrera, Iris, sí lo es. Puede que la suma de ambas circunstancias sea lo que algunos (ellas y ellos) han dado en llamar la caraba o la repanocha, miel sobre hojuelas.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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