El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Dios quiera que un equívoco no sea

DIOS QUIERA QUE UN EQUÍVOCO NO SEA

“Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa”.

André Maurois

Hace diez minutos que ha llegado el cartero con el hodierno correo ordinario y sigo estando loco de contento. Si me preguntaran ahora mismo qué siento, contestaría, sin pensármelo dos segundos (ergo, menos aún dos veces), que no quepo de gozo (exultante y copioso) y orgullo (del bueno, que es el que se siente casi casi en propiedad y nadie, por mucho que lo intente, puede arrebatártelo; que no se exhibe, para no hacer de menos a los demás, o sea, a fin de que nadie resulte o salga perjudicado). He tenido un subidón de autoestima, seguido de otro de euforia, una sensación doble, parecida a la que tuve antaño, otrora, cuando aprobé, con nota estupenda, las oposiciones, y esa calificación milagrosa, a la postre, sirvió para que obtuviera plaza, pero multiplicada por tres, por cuatro o por cinco.

Sé que no hice mal a nadie, ni siquiera a Francisca Marifé, mi esposa, pero, conociéndola como la conozco, cuando se lo comunique, puede salir por donde menos me lo esperaba. ¿Que cómo le va a sentar la buena nueva? Le va a escocer. Está claro, cristalino, que no le mentí. Simplemente, le oculté parte de la verdad. Ella me preguntó si había llevado su paquete a correos, y yo le contesté la fetén, que sí, que lo llevé y entregué en el mostrador, tras hacer las gestiones pertinentes para que llegara a su destino; ahora bien, me ahorré comentarle que un minuto después hice lo propio con el mío. Bueno; igual, con el paso del tiempo, como es una fémina cabal, ¿ecuánime?, inteligente, se da cuenta de que las cosas no han salido como ella había calculado y pensado, y que la realidad no siempre coincide con nuestro deseo, y ella, aunque es muy suya, hasta me felicita y se alegra por mí.

A ver cómo se lo digo. Sé que he de proceder con mucho mimo, con sumo tiento, porque, hoy, precisamente, ella ha ido a la peluquería (suele hacerlo una o dos veces al mes; dependiendo de las circunstancias) y, seguramente, cuando se lo suelte (¿de sopetón?; igual es lo mejor: “¿Sabes, cariño, que una editorial, de las tres a las que les mandé mis narraciones, me ha contestado y quiere publicarlas?”), le va a dar por pensar que le estoy tomando impunemente el pelo. Yo, como soy calvo, alopécico, como mi padre, la tengo a ella de peluquera personal, particular, y el dinero de su corte (por llamar de alguna manera a lo que ella me hace) nos lo ahorramos. Menos mal que se me ha encendido la bombilla y, en un pispás, me he acercado a la librería/papelería “El Cole” para que Susana o Nabil me hicieran una fotocopia de la misiva original (al final, me la ha acabado haciendo, inesperadamente, Silvia); ¿por qué?, porque, si le entrego la fetén a Marifé, ella es capaz de, en un arrebato de cólera o ira, hacerla añicos en un santiamén y hasta comérsela, y es mi propósito conservarla como oro en paño.

La carta de la editorial a la que envié el libro de relatos de “Maxifé” (que hoy, me temo, qué pena; lo siento por ella, de veras, va a resultar “Minifé”, tiempo al tiempo) y el mío (del suyo, por ahora, no sabemos aún nada, empero, como yo soy un optimista por naturaleza, colijo o entiendo que eso no es bueno, pero tampoco malo, en principio), que firman varias personas, dice que el conjunto de las narraciones que les remití les ha encantado, y me invitan a que contacte por teléfono o correo electrónico con la secretaria y, tras cuadrar agendas, acuda a Barcelona, para conocernos personalmente, tener una comida de trabajo, donde se concreten detalles, se redacte y firme el contrato de edición, si no hay objeciones insalvables, etc.

La última frase de la epístola la he leído tres veces o cuatro seguidas, para cerciorarme del hecho, digno de fe y crédito, fidedigno, que me ha dejado en la misma gloria, totalmente satisfecho: “Nuestra intención es publicar ‘El puzle’, tal como usted nos lo ha enviado, en nuestra colección Peripecias para marzo, a fin de aprovechar el tirón del Día del Libro”.

¿Y si todo se debe a un craso error (me interroga el demoñuelo de mi izquierda)? Dios quiera que un equívoco no sea, porque descomunal sería el chasco.

   Eladio Golosinas, “Metaplasmo”.

   Ángel Sáez García

   [email protected]

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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