El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Tú, lector, también eres formidable

TÚ, LECTOR, TAMBIÉN ERES FORMIDABLE

ESTO NO PONGAS EN DE JUICIO TELA

Ora seas o te sientas ella, ora seas o te sientas él; y en la triple acepción que nos brinda, gratis et amore, el Diccionario de la lengua española, DLE, de la citada voz del rótulo, el adjetivo “formidable” (1. Muy temible, que infunde asombro y miedo. 2. Excesivamente grande en su línea. 3. Extraordinario.). ¿Por qué? Por la sencilla razón que adujo, hace veintidós siglos, por boca de Cremes, personaje entrometido de su obra “Heautontimorumenos” (“El hombre que se castiga a sí mismo”, 165 a. C.), el esclavo cartaginés (que, tras ser manumitido por su amo, el senador romano Terencio Lucano, devino liberto) y comediógrafo Publio Terencio Africano: “Homo sum; humani nihil a me alienum puto” (“Hombre soy; y considero que nada de lo humano me es ajeno”).

Por consiguiente, todos los seres humanos, todos, sin excepción, podemos comportarnos como heroínas/héroes (Santa Madre Teresa de Calcuta, Oskar Schindler, Ángel Sanz Briz) o como villanos o demonios (íncubos o súcubos).

A veces, la vida consigue disfrazarse de la fiera más feroz de la feria y nos da un zarpazo brutal, que nos deja sin la falange de un dedo, sin medio miembro superior o sin los dos miembros inferiores. Y quien dice y escribe un miembro dice o trenza o puede decir o urdir el hombro de un hombre, hembra o varón, sea este nuestro/a progenitor/a, esposo/a, hermano/a, etc. Dios quiera que el Ser Supremo no nos conceda cuanto podamos soportar, de manera estoica, porque ninguno de nosotros sabemos, a ciencia cierta, cuánto dolor podemos llegar a aguantar.

Quien vea la desgracia como una nociva y maldita lotería no irá desencaminado. Por la misma razón de peso complementaria, colijo, tenderá a ver la gracia, el don o la facultad que sea, como un saludable y bendito galardón de la fortuna. Ahora bien, no conviene descartar una tercera vía, si tenemos en cuenta el pensamiento que Truman Capote formuló en el prólogo de su última obra, “Música para camaleones”, donde vio el asunto de esta original y ecléctica guisa, no exenta de quintaesencia, y dejó escrito, negro sobre blanco, que: “cuando Dios le entrega a uno un don, le entrega también un látigo: y el látigo es únicamente para autoflagelarse”.

Uno, a veces, dada su patente y notoria flaqueza, no sabe de dónde saca las fuerzas ni los argumentos, para seguir adelante, pero, tras interminables y duras sesiones de DES, acrónimo de tres patas o pies, que significan dedicación, esfuerzo y sacrificio, uno se metamorfosea, porque es meramente imposible volver a ser el mismo que fue, quien era, mas, como ocurre con la fetén, la verdad apodíctica, que, cuando, tras mucho buscarla y no hallarla, uno opta por inventarla, uno se reinventa y encuentra otras pasiones, otras ilusiones, otros sueños, que satisfacer, cumplir o coronar.

La inmensa mayoría de nosotros tenemos, a lo ancho y a lo largo de nuestra existencia, el ejemplo de alguien, más o menos cercano, al que seguir, cuando nos toca la china, esto es, cuando el azar nos depara un suceso desafortunado, cuando nos sobreviene una desgracia. Yo, verbigracia, siempre recordaré el ejemplo modélico de Jesús Arteaga Romero, uno de mis educadores en el seminario menor de Navarrete (La Rioja), a quien, siendo joven, tuvieron que amputarle parte de una de sus piernas (creo que era la derecha, pero no lo juraría ante un tribunal); aún recuerdo el sonido característico que hacía, cuando llevaba puesta la prótesis, al andar por los pasillos. No he olvidado lo que nos contaba y extrañaba, que el dedo gordo del pie que le faltaba, el miembro fantasma, pudiera dolerle. Así que, tomé su actitud como dechado ejemplar, paciente, procedimental y/o seguí su estela, cuando me detectaron dos cánceres incipientes en Zaragoza, y me intervinieron para extirpármelos en el Hospital “Reina Sofía”, de Tudela. Al comprobarse (colonoscopia, tras colonoscopia) que mi intestino grueso seguía creando pólipos, el cirujano que me intervino, el doctor Iñaki Alberdi, me recomendó que acudiera al Servicio de Coloproctología del Hospital “Virgen del Camino”, de Pamplona. Allí el doctor Héctor Ortiz Hurtado, a quien di en llamar otrora, “Doctor Agua”, por sus iniciales, H2O, me aconsejó una colectomía total y hacerme, con parte del intestino delgado, un reservorio, que no resultó. Lo importante es que, más de veinte años después de aquello, sigo contándolo. Por ende, esto no pongas en de juicio tela. Tú, lector, también eres formidable.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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