El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Sin parar de parir prosas y versos

SIN PARAR DE PARIR PROSAS Y VERSOS

A QUIEN VI PELIRROJA Y PELIGROSA

Ignoro si al atento y desocupado lector de estos renglones torcidos, ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él, le sucede tres cuartos de lo propio que, según esa legión que agrupan, conforman o suman quienes otro tanto cuentan, le solía ocurrir al peripatético y/o estagirita por excelencia, que, mientras paseaba por su liceo, colegía, discurría y aleccionaba o enseñaba a sus discípulos; o, poco más o menos, lo mismo que me acontece a mí, que, mientras deambulo, voy alumbrando bulos, diseñando o pergeñando pensamientos, de diverso jaez, y ordenándolos, según su importancia, interés o prelación.

No sé (porque lo cierto y verdad es que no he llevado jamás una cuenta detallada del hecho; no por dejadez, como acaso cabría deducir o especular, sino por considerar la tarea irrealizable y tanto el dato como el reto, en sí mismos, meramente inabarcables, inconmensurables, imposibles de alcanzar, medir o registrar, aun siendo el propósito del espécimen o sujeto, que aspirara a lograr tal desafío, tenaz, inflexible, firme) cuántas han sido las veces en las que me han brotado ideas sobre las que escribir, mientras callejeaba o deambulaba por avenidas, bulevares o parques. Ahora bien, he de reconocer, sin ambages, que, estando leyendo o tumbado decúbito supino, en la cama, es donde más ideas me han nacido. De hecho, desconozco, a ciencia cierta, cuántos poemas (décimas y sonetos, sobre todo) habré compuesto mentalmente (y, nada más culminar dicha labor, levantarme del catre o sobre, para escribirlos), mientras descansaba, mirando al techo (o teniendo los ojos cerrados), pero sin parar de parir versos diversos.

Ayer, sin ir más lejos, mientras me daba el proverbial y preceptivo paseo vespertino, tras haber coronado antes el trámite de despachar o ingerir mi frugal cena, conforme iba dejando a mis espalda y derecha bloques y más bloques de pisos, habiendo cubierto más de la mitad de la tudelana Avenida Instituto, a la altura de la esquina de la Plaza Alfonso I el Batallador, donde hay una farmacia, me pareció atisbar o avistar el rostro (y el resto del cuerpo) de la misma fémina pelirroja y peligrosa que tuve la dicha de conocer antaño en Zaragoza, hace la friolera de treinta y tantos años. Y, como le consta y sabe la persona que se aprendió de memoria y recuerda con fidelidad el tango que compusieron al alimón Carlos Gardel (música) y Alfredo Le Pera (letra), si veinte años no es nada, treinta son nada y media nada más, o sea, una nonada.

Cuando conseguí doblar la esquina mentada con el resto del cuerpo, porque está claro, cristalino, que mis ojos (es consabida la asidua avidez que gastan y gustan gestar) se habían adelantado dos o tres metros, miré y remiré en los soportales, por si la veía, pero, vano intento, parecía habérsela tragado el entorno por arte de magia (negra, sin duda, sí, por supuesto), porque no la hallé, ni siquiera acerté a catar una brizna o efluvio de su embriagador perfume. Lo que sí encontré fue una puerta extraña, que (juraría ante un tribunal) nunca había estado allí; al menos, que yo recuerde, en las más de mil veces que habré pasado por allí, jamás había reparado o me había fijado antes en ella. Como, dizque, la puerta, de madera, carecía de aldaba, de cerradura y de picaporte, la empujé suavemente con los nudillos de los dedos de mi diestra, por si con este simple ademán o gesto, se abría. Se abrió, pero, ¡milagro!, me vi, pásmese, si le brota hacerlo, como asombrarme me nació a mí, en un pispás, en la sala del mismo cine donde me deleité hasta el summum, mirando y remirando las largas, interminables, esbeltas y bronceadas piernas y aspirando el indeleble perfume que portaba ella, aquella tarde en la que la conocí, me dio dos besos y fui inmensamente feliz.

Le prometo al lector, bien esporádico, bien habitual de las urdiduras o “urdiblandas” de Otramotro, que otro día buscaré en el baúl de mis recuerdos, que a veces semeja la chistera de un mago, para ver qué hallo o saco de él/ella.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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