El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Que quién me puso el mote de «Datón»?

¿QUE QUIÉN ME PUSO EL MOTE DE “DATÓN”?

No exagero un ápice o pizca, atento y desocupado lector, ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él, de estos renglones torcidos, cuando me dispongo a aseverar aquí lo obvio, la verdad pura y dura; que habré explicado no menos de treinta veces por qué mi amigo y colega Evaristo Gómez, “Meteoro”, me puso o adjudicó otrora el mote de Datón” en Navarrete (La Rioja); alias con el que, por cierto, me suele llamar, de modo cariñoso, hasta mi cónyuge, Amanda.

Fue mientras estudiábamos Evaristo, yo y el resto de compañeros, postulantes del mismo curso, el Octavo y último de la extinta Educación General Básica, EGB. Seguramente, en el grupo se había suscitado una polémica sobre el asunto o tema que fuera por el que discutíamos acaloradamente; y a mí, a fin de apoyar con una cifra irrefutable la tesis que argumentaba y acababa de dar, me brotó inventarme o sacarme de la chistera o manga un dato definitivo e incontrovertible, que dejara epatados y desarmados a mis oponentes. Como así sucedió. Para dar más firmeza y vigor al dato, volví a mentir, alegando que la misma noticia en la que me había fundamentado la había publicado y yo la había leído con mis propios ojos en el diario La Rioja del domingo. A ninguno de mis colegas o émulos le dio por preguntarme dónde había leído yo La Rioja, pero había previsto una respuesta verosímil, creíble, tan exacta como taxativa: en el bar del pueblo en el que entré para hacer aguas mayores y menores, pues alguien lo había llevado allí y lo había dejado, sí, donde lo hallé, en el váter.

Desde ese día, entre los aspirantes (fetenes o fingidos, de veras o de mentira) a religiosos camilos, a mí se me conoció con el apodo de “Datón”. No sé cuántas veces habré comprobado que la mejor manera de terminar una discusión bizantina era acudir al dato (fuera real o ficticio) indisputable; y, por lo general, como yo era allí ya un lector asiduo, empedernido, voraz (otro sobrenombre que me pusieron allí fue “Espasa”, porque me gustaba leer los tomos de la Enciclopedia de la Editorial Espasa-Calpe, que ocupaban varias baldas de la estantería de metal que había en la sala de profesores), era lógico y normal que estuviera muy bien informado y eso obligaba a mi presunto oponente, a quien osara desmentirme, objetarme, a asegurarse o cerciorarse de la validez y vigencia de su razón de peso.

Ya llevábamos más de medio año de novios, cuando a Amanda le dio por preguntarme cosas de Navarrete; entre ellas, cómo me llamaban. Le contesté la verdad, que nos llamábamos por el apellido (primero o segundo); en concreto, que a mí me llamaban Sáez. Y no mentí. Pero, apenas un par de meses después, estando cenando en un restaurante de Zaragoza (capital), coincidí en dicho establecimiento con Carceller y su esposa. ¿Y cómo me llamó José Miguel? Sí, eso, así, “Datón”. Cuando nos despedimos, Carceller insistió en iterar el mote de antaño: “Me ha hecho mucha ilusión haberte visto, “Datón”, y haber podido conocer y saludar a tu prometida”. Así que Amanda me llama, desde entonces, de esa misma guisa, “Datón”.

Ayer, verbigracia, a media tarde, estábamos en una tienda de artículos de regalo en Santander. Había dos dependientas tras el mostrador. En un momento, Amanda, dirigiéndose a mí, me preguntó, a dos metros de distancia: “¿Qué te parece, Datón?”. Yo le contesté: “Cómpralo, si te peta, Amanda”. Cuando pagamos, una de las dependientas se dirigió a mi esposa y le dijo: “Nos ha quedado claro que usted se llama Amanda, pero dudamos si a su marido usted le ha llamado Catón, Latón o Matón”. “Pues ninguno de los tres, le replicó Amanda; le ha llamado, cariñosamente, “Datón”. Y les explicó la razón de dicho mote.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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