El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

De bien nacido es ser agradecido

DE BIEN NACIDO ES SER AGRADECIDO

¿PUEDE OTRO RÓTULO ACHICAR AL QUE OBRA?

Aunque siempre hubo, hay y habrá cazurros redomados (de ambos sexos) que, una vez formados (habiendo alcanzado el grado académico de licenciado y hasta el de doctor), transitaron, transitan y transitarán por este valle de lágrimas, que es el mundo inmundo, sin experimentar una mínima variación, sin salirse del carril o riel, tercos, como sendas mulas renuentes, he conocido a un montón de personas que, de claros dogmáticos o intolerantes, tras aprender, asimilar y sacarles el máximo partido o provecho a las numerosas lecciones que acostumbra a brindar, gratis et amore, la vida, devinieron, pues demostraron ser, amén de consecuentes y diligentes, inteligentes, en preclaros flexibles o transigentes.

En cierta ocasión, tuve la oportunidad de conocer qué opinaba, sobre determinados asuntos, Pedro María Piérola García, excelente religioso Camilo (aun con sus debilidades, las que fueran; si hay alguien que no las tiene, que levante la mano, para espetarle cuanto barrunto, una de las verdades que suele tener siempre el barquero en la punta de la lengua, a punto de proferir, que miente como un bellaco), inolvidable para mí, a quien catalogué y reputo uno de mis mejores maestros o profesores (y eso que incluyo, entre los no mencionados, a quienes me impartieron clases en la facultad de Filosofía y Letras; algunos de ellos de un prestigio irrebatible, imbatible, de la Universidad de Zaragoza, donde cursé la carrera de Filología Hispánica).

De entre quienes leen, de manera habitual o esporádica, mis urdiduras o “urdiblandas”, si tenemos en cuenta la serie histórica, siempre cupo, cabe y cabrá hallar a un osado o valiente (ella o él) que se decida a escribirme y mandarme a mi dirección de correo electrónico más usada un comentario breve (acaso “para evitar que, si este fuera extenso, prolijo, esté plagado de errores de todo jaez”, esa es la razón que adujo uno de ellos en el suyo, reciente). En el último recibido, por el momento, mi comunicante me reprendía con dureza y severidad y señalaba lo que para él era una clara y clamorosa incoherencia o incongruencia, que, habiendo estudiado servidor nada menos que siete años, siete, con curas, que ahora escribiera textos que, según su criterio, eran sicalípticos, por no llamarlos algo peor, pornográficos. Le respondí que, si así calificaba y juzgaba algunos de mis escritos, ¿qué opinión le merecían las imágenes a las que algunos niños (hembras y varones) recién comulgados tenían libre acceso y veían, con apenas ocho o nueve años, sin que sus padres acertaran a censurarlas, en sus recién estrenados teléfonos móviles inteligentes, que sus tías/os les regalaron, tras hacer la Primera Comunión? ¿Ultrapornográficas? Seguramente.

Al lector asiduo de Otramotro (ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él) le consta, de manera fehaciente, que acostumbro a verter en mis textos bendiciones (de bien nacido es ser agradecido) sobre los religiosos Camilos, porque fueron educadores de altura y envergadura (y este vocablo escrito está y queda así, pero no lo uso aquí con segundas ni terceras intenciones; que conste el apunte o dato en acta). Sobre todo, porque estuvieron a la altura de las circunstancias (que no es tan fácil estar), estimulando mi espíritu crítico y espoleando mi libertad creativa (no coartándola).

Mientras viva y el hombre del saco (al que hoy una legión denomina con el primer apellido de un médico alemán, Alzhéimer) no dé por él, por el saco, ni acuda a visitarme a mi propio domicilio, ni me haga en él el guiño que detesto, el fatal, letal, ni se me lleve luego dentro del tal, porte o no delantal, para quitarme las vísceras (de ahí su nombre de sacamantecas) y hacer con ellas después algún trasplante ilícito, seguiré estando eternamente agradecido a los religiosos Camilos. Despertaron y/o espabilaron mis aletargados talentos y vinieron a decirme, poco más o menos, con otras palabras, las que don Miguel de Unamuno y Jugo pronunció y llegaron a los oídos de cuantos asistieron el 24 de abril de 1902 al ateneo de Valencia a escuchar con atención al insigne rector salmantino, donde este adujo, en concreto, estas (a las que hoy me ha dado por quitar la tilde, que otrora estaba permitido colocar al adverbio solo): “La libertad no es un estado, sino un proceso. Solo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe. Solo la cultura da libertad. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamientos. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura. Solo la imposición de la cultura lo hará dueño de sí mismo, que es en lo que la democracia estriba”. De esas imborrables palabras la única que me chirría o rechina es “imposición”, que yo mudaría, ipso facto, por “recomendación”, verbigracia.

Desde que dejé de frecuentar a los Camilos, siempre he tenido, tengo y tendré un cariño especial por ellos, mis maestros predilectos, y por el resto de mis profesores (los hallara en clase o en los libros que leía). Mis discrepancias o disensiones actuales con ellos acaso tengan que ver con los dos renglones que recogen la idea que Friedrich Nietzsche colocó en el prólogo de su obra “Ecce homo”: “Recompensa mal a su maestro quien quiere seguir siendo siempre su discípulo”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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