El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Fémina pelirroja y peligrosa

FÉMINA PELIRROJA Y PELIGROSA

   #Historiasdemujeres

No sé por qué a mí me propuso el trueque. Lamento haber mentido cual bellaco, porque, aunque, ciertamente, yo no pregunté a ella por ello, lo tocante al caso y su criterio, reconozco que no ignoro y me engañaría, sí, si hoy insistiera en seguir admitiendo y aduciendo que no sé. Hay varios aspectos sobre diversas cosas que me constan, verbigracia, que, de todas las personas que conformábamos entonces las ocho filas, delante de otros tantos despachos donde se expendían entradas, más de doscientas, a ojo de buen cubero, ese día y a esa hora, haces una encuesta o sondeo rápido entre el numeroso público asistente a un gran estadio de fútbol, con ocasión de un derbi o un concierto de rocanrol, y me apuesto doble contra sencillo a que, aunque no me había fijado ni siquiera en la décima parte del doble centenar citado de congéneres que estábamos aguardando a que se abrieran las taquillas, para adquirir nuestras entradas, cuatro máximo por persona, siempre que se estuviera en alguna de las ocho colas, ella era la elegida entre los varones heterosexuales como la más venusta, hermosa o bella, aunque ella, en puridad, no se hallaba en ninguna de las filas, pues la que sí estaba en una de las tales era su amiga; y yo el escogido como menos agraciado físicamente (aunque intelectualmente bendecido; prefiero esta manera más completa de referirme a mí mismo a usar la alternativa, que contiene la palabra descarnada “feo”) por las féminas heterosexuales.

Barrunto, intuyo o sospecho que ella debió pensar que había ido, como no marraba, solo al cine o, como mucho, con otro amigo, acaso tan feo como yo; así que, tras susurrarme al oído derecho que, si le ayudaba a comprar o conseguir dos entradas para la película que querían ver (a la sazón, este menda ocupaba el sexto lugar o puesto en una de las colas), a cambio del precio exacto, claro, una para su amiga y otra para ella, me daría, de buen grado, amén de la pasta requerida, contante y/o sonante, y gracias infinitas, dos picos (sin lengua), uno en ese mismo instante, para sellar el acuerdo, y otro en el momento previo a la entrega, para cerrarlo como merecía, antes de entrar a ver la cinta. Cumplió lo prometido y, como las sesiones eran numeradas y la tentación tan insistente, vi el mismo filme que ellas, al lado de la chica pelirroja, a la que acababa de besar (más que ella a mí) dos veces. La peligrosa gastaba unas piernas largas, interminables, y bronceadas, pero no tuve los arrestos ni redaños de preguntarle cómo se llamaba (a la amiga, tampoco). He escrito arriba que vi, y no miento tampoco aquí, porque algo vi, pero, si he de narrar la verdad, no fue la película. Más que mirar al frente, a la pantalla, miraba abajo, a sus miembros inferiores. Miré, remiré y me aprendí de memoria, primero una y luego otra, las dos piernas preciosas que exhibía la diosa (más que humana, sí). Fue todo un espectáculo observar, en penumbra, lo erótico o sensual, el zapato salido del talón, encajado y, haciendo equilibrio, en la punta de los dedos. Cruzaba las piernas; al rato, las descruzaba y las volvía a cruzar, desmontando y montando una sobre otra, indistinta y alternativamente, derecha e izquierda. Yo aspiré y no me cansé de aspirar el aire, teñido del perfume que ella llevaba, que no dejó de erogar en derredor suyo, apropiándome, por estar más cerca que nadie, a su vera, de sus efluvios sutiles, de sus emanaciones características, porque, aunque no sé para los demás, para mí la película no estaba en las imágenes proyectadas sobre la pantalla, sino, en la penumbra de la sala del cine, a escaso metro y medio, y era una bendición, mitad intuida y mitad inopinada.

¿Se extrañará, usted, atento y desocupado lector, ya sea o se sienta ella, ya sea o se sienta él, si le digo que, cuando llegué a casa y me preguntaron mis compañeros de piso (entonces yo estudiaba Cuarto Curso de Filología Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza) qué película había visto, les contesté que “Fémina pelirroja y peligrosa”? ¿Y que, cuando uno de ellos, más interesado en el asunto, me preguntó por su director, le contesté con guasa, que no pilló él entonces, Misojos Ynapias, se marchó a su cuarto, dándole vueltas al coco, razonando que esa película debía ser de arte y ensayo, porque dicho director no le sonaba?

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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