El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¡Muchas gracias!, Raquel, por tus favores (II)

¡MUCHAS GRACIAS!, RAQUEL, POR TUS FAVORES (II)

Puede que se llamara Raquel. Y que apuntara, junto a su nombre, sin apellido, su número de teléfono por… (no recuerdo ahora mismo la razón; así que, tras los tres puntos suspensivos, colocaré las dos palabras esperadas para unos lectores, ellas y ellos, inesperadas para otros) si acaso. Lo que sí rememoro, a ciencia cierta, es que era un día de finales del mes de noviembre, acaso el del cumpleaños de mi sobrina, su tocaya. Decidí llamarla en ese preciso momento para felicitar a la que, amén de la hija mayor de mi hermano Eusebio, era y es mi ahijada; y, tras escuchar su dígame, por un instante, caí en la cuenta de quién podía ser ella. No he olvidado qué me preguntó: ¿Con quién quiere hablar? Ni tampoco la contestación que le di: Con mi sobrina, por supuesto, respondí. Y, sin preocuparme de quién era mi comunicante, la tal Raquel del teléfono, colgué; y procedí a hacer entonces lo que consideré obvio y oportuno, a la vez, borrar dicho nombre y número de teléfono de mi lista de contactos. Seguramente, debí preguntar primero; hoy asumo que (he cepillado o quitado el tal vez que había escrito a continuación) me equivoqué. ¿Por qué? Intentaré explicarme en los párrafos que siguen. A ver si consigo mi propósito.

Puede que Raquel, la novia del excompañero de piso, me cayera bien. Lo que no me cuadraba, ni a la de tres, era que una joven tan agraciada, formal, normal, tuviera por novio a un cantamañanas, a un tarambana. Eso es lo que, a la sazón, me parecía el tal. Puede que haya cambiado y hoy sea irreconocible, desde el punto de vista de su actitud. Me alegraría un montón si la muda se hubiera producido, esto es, que la tal fuera un hecho.

Había dejado el piso Ezequiel (ese no era su nombre verdadero de pila, lo sé, pero es el primero que me ha venido a la mente, cuando he empezado a hacer memoria y el que he decidido que tenga, porque le encaja bien, no le desentona; y así lo he rebautizado; confío en que, si un día lee esto, por un casual, quien no he nombrado con su auténtica gracia, no se moleste conmigo por ello; le pido, por ende, disculpas de antemano y sinceros perdones) y coloqué o puse un anuncio (el mismo, fotocopiado, en el que daba cuenta de que se alquilaba una habitación con derecho a cocina en la dirección zaragozana que aparecía abajo) en varios tablones de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. Al día siguiente, por la tarde, la novia del sustituto de Ezequiel llamó al timbre y le abrí la puerta. Estuvimos hablando, al principio, en el pasillo y, luego, en el salón. Le expliqué las condiciones y le enseñé la habitación que había quedado libre, vacante; y me llevé un chasco morrocotudo cuando, tras aceptarlas, me adujo que la habitación no era para ella, sino para su novio, que había encontrado un puesto de trabajo en la susodicha capital y necesitaba una habitación, porque ella aún vivía con sus padres.

Como su novio era un vivalavirgen, ella algunos días venía a casa, porque había quedado con él para salir (eso solía ocurrir los viernes, sobre todo), y este llegaba a las mil, si es que llegaba, cargado con otras tantas distintas e inverosímiles excusas que explicaran su desesperante demora. Muchas veces, más de diez, la dejé sola en el salón, viendo la tele, porque yo, rendido por el sueño, me iba a mi cuarto para desnudarme, ponerme el pijama, meterme en el sobre y descansar. Había días que pasaba más tiempo en mi compañía que en la de su novio. Felizmente, nuestras habitaciones estaban alejadas, una en cada uno de los dos extremos del piso.

Bueno, pues a lo que iba. Mi inconsciente, que es un demonio, como entonces yo me comporté con Raquel como un caballero, de manera exquisita, y no caí nunca en ninguna de las diversas provocaciones o tentaciones que me hizo o propuso, ahora se desquita y, pasadas casi dos décadas y media, me las plantea ahora, de nuevo, con la misma desvergüenza que usó otrora, sin sentir una pizca de sonrojo. Y, como ancha es Castilla, al verse libre de los bretes y grilletes o de las riendas del consciente, me monta (él es el director) unas películas porno, por no decir otra cosa, con ella, de una sicalipsis insólita, nunca vista ni oída, que (he de reconocer, sin ambages) me dejan en la misma gloria. La razón está clara, cristalina, diáfana; descansa o estriba en que, desde que me operaron de dos cánceres incipientes en colon y recto el 10 de septiembre de 2001 en el Hospital “Reina Sofía”, de Tudela, no he conocido mujer.

Así que: ¡muchas gracias!, Raquel, por los favores que me has hecho, aunque estos, en sentido estricto, jamás hayan tenido lugar. No obstante, como en los sueños todo se vive como si fuera real (al menos, eso es lo que me sucede a mí), insisto en darte las gracias, aunque esas gestas o gestos, lo itero, nunca me acaecieran en estado de vigilia.

Recuerdo la confesión que me hizo Raquel una noche, tras hacer el amor con ella, mientras yo, hecho un tronco, descansaba en los mullidos brazos de Hipnos o Morfeo. Ninguna otra fémina, ya en vigilia, ya en sueños, llevó a cabo nada parecido: “Eres la primera persona en la que pienso, nada más despertarme y abrir los ojos, y la última, antes de cerrarlos y conciliar el sueño. Mis diversos estados de ánimos, a lo largo del día, dependen de si cuanto me pasa me recuerda o no a ti. No me importa que hayas estado ni que vayas estar en los brazos de otras mujeres si, tras hacer el amor con ellas, me echas tanto en falta como yo te echo de menos a ti”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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