El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿De qué sirve vivir estando muerta/o?

¿DE QUÉ SIRVE VIVIR ESTANDO MUERTA/O?

¿NO LO ESTÁ QUIEN CARECE DE ILUSIONES?

Dependiendo del punto de vista que adoptemos, de nuestro prisma, de nuestra variopinta perspectiva, será nuestra respuesta. Si, a la hora de encarar la cuestión, priorizamos o solo nos fijamos en el lenguaje literal, podemos llegar a la conclusión de que “vivir estando muerta/o” es una morrocotuda inutilidad, ya que cabe hacerse, al momento, otra pregunta: ¿Qué provecho le saco yo a eso? ¿Ninguno, nada? ¿Para qué, entonces, querer vivir estando muerta/o?

Se lee en el auto cuarto de “La Celestina”, de Fernando de Rojas, qué le aduce la susodicha a Melibea, que “ninguno es tan viejo que no pueda vivir un año ni tan mozo que hoy no pudiese morir”. Está claro, cristalino, que no es lo mismo que, que yo viva un día más deba suponer que haga perder o restar una jornada de sus respectivas existencias a las personas que cuidan de mí, a que yo, siendo un hombre rico, pueda permitirme el lujo de tener un nutrido grupo humano que me ayude. ¿Es más humano y/o más humanitario quien dice amén a la primera situación o el que se aviene, de buena gana, a la segunda? El anciano del primer caso, un fiambre en silla de ruedas, rodante por cuenta ajena, acaso sea partidario de la eutanasia; ahora bien, el plutócrata de la segunda coyuntura, ¿no hace una labor humana y humanitaria, dando trabajo a quienes se ocupan de él? ¿Sería más humano dejarles en el paro? ¿Cuál de los dos es más cadáver ambulante? ¿Y si se trata de la misma persona, vista desde dos prismas distintos? ¡Qué difícil resulta opinar cuando desconocemos el grueso de las circunstancias! Así pues, los posibles abordajes de un asunto o tema pueden ser diversos. Me conformo con haberle planteado al atento y desocupado lector (bien sea o se sienta ella, bien sea o se sienta él, bien sea o se sienta no binario) de estos renglones torcidos dos situaciones diferentes, que, a la postre, por arte de birlibirloque, desemboquen o devengan en una, la misma.

Señalar también cabe lo evidente: portea la muerte una paradoja, en la que reparar la/el sagaz suele; en lugar del final es el principio. Y, como en el convento no hay maestro que iguale a fray Ejemplo, le pongo uno.

Fuera instigada por el obispo Cirilo (o no) la turba fanática cristiana que acabó el 15 de marzo del año 415 con Hipatia desollada e incinerada, como se escucha al final de la película “La Misión”, dirigida por Roland Joffé en 1986, en boca del cardenal Altamirano (Ray MacAnally): “Así pues, vuestra Santidad, vuestros sacerdotes están muertos… y yo sigo vivo. Pero en verdad soy yo quien ha muerto, y ellos son los que viven. Porque, como ocurre siempre, el espíritu de los muertos sobrevive en la memoria de los vivos”.

Se ha instituido el 15 de marzo para conmemorar el Día de Hipatia, a fin de promover la investigación científica femenina. Llama la atención que, en esa misma fecha, los idus de marzo del año 44 antes de Cristo, asesinaran a Julio César, tras asestarle 23 puñaladas (si hacemos caso al relato de ese hecho en concreto que hizo el historiador Cayo Suetonio Tranquilo en el libro I de sus “Vidas de los doce césares”).

Reconozco que en mí pesa mucho, una tonelada métrica, un argumento del psiquiatra austríaco Wilhelm Stekel, que aparece recogido y cabe leer en “El guardián entre el centeno” (1951), de Jerome David Salinger: lo que diferencia al insensato del sensato es que, mientras el primero ansía morir orgullosamente por una causa, el segundo aspira a vivir humildemente por ella (o sea, a la llana, ¿mejor morir de pie que vivir de rodillas?). Como servidor valora mucho la vida (tanto la de los demás como la suya), considera que, en principio, no morirá por defender a ultranza sus ideas. Acepta que lo censuren y que le llamen cobarde, pero seguirá vivo, que es lo que cuenta, no como el temerario, cuyo cuerpo, con vocación de fiambre, ya está empezando a heder, antes incluso de pudrirse.

Hasta el pusilánime ha de tener los arrestos para aguantar llevar con dignidad el baldón o sambenito de gallina (qué humor más sarcástico tuvo la persona que ideó para el cobarde dicho sinónimo; a quien no tenía huevos le atribuyó el nombre del animal que los pone; algo parecido le acaeció al que ideó el aumentativo rabón, sin rabo o con el tal corto), pues asume que no es un gato, felino al que, proverbialmente, se le adjudican siete vidas.

Fernando Aramburu, al final de su pieza titulada “¿Para qué sirve la inmortalidad?” (páginas 329-332 de “Utilidad de las desgracias y otros textos”, Tusquets Editores, 2020), contesta a dicha pregunta así: “No tengo ni idea”. Abundo con él; yo tampoco.

Nota bene

El 90% del borrador de este texto lo escribí el lunes 1 de mayo por la mañana. Por la tarde, tras ver/oír en Antena 3 la película “Intocable” (escrita y dirigida por Olivier Nakache y Eric Toledano, e interpretada en sus principales papeles por François Cluzet y Omar Sy), hice algunas aportaciones o variaciones. ¿Por qué? Porque todo, mucho o poco, nos influye, pues las circunstancias habían cambiado o variado, más o menos, y debía salvarlas a ellas para, según apunta y sostiene Ortega y Gasset, como corolario, lograr salvarme yo.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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