QUIEN USA CABALMENTE LA IRONÍA
COMPONE AL ALBUR UNA SINFONÍA
“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”.
José Saramago
Lleva razón Cervantes cuando, más que mediado el capítulo XXV de la Segunda parte de su inmortal obra, sostiene, por boca de don Quijote, el aforismo que dice así, que “el que lee mucho y anda mucho vee (insisto en el discurso ordinario que suelo añadir, como hago aquí, dentro de este paréntesis, cada vez que me da por citar estas palabras, que no hay error en el uso de la doble vocal e, porque así lo dejó escrito, negro sobre blanco, don Miguel) mucho y sabe mucho”. Ahora bien, como, si no siempre a todo, a casi todo puede ponerle uno, (en esta pieza literaria) servidor, una objeción (lo propio se aduce, verbigracia, de las reglas de ortografía, que no la hay sin la oportuna y pertinente excepción), cabe adjuntar o agregar a la verdad cervantina de arriba otra, saramaguiana, pues fue, precisamente, el escritor portugués José Saramago quien, en el discurso de aceptación que pronunció en Estocolmo, con la grata ocasión de haberle concedido la Academia Sueca el premio Nobel de Literatura de 1998, aseveró que la persona más sabia que había conocido en su vida y, por ende, de la que más había aprendido, era, sí, pásmese el atento y desocupado lector, ora sea o se sienta ella, él o no binario, de estos renglones torcidos, si esa es la acción que más le peta o apetece coronar, un pastor analfabeto. Ergo, no es necesario, imprescindible, conditio sine qua non, haber leído mucho, que, según mi particular criterio, ayuda, por supuesto, y sobremanera, para saber mucho.
El vocablo “ironía”, según el Diccionario de la lengua española, denota varios sentidos; cuando me dan la opción u oportunidad de elegir, me suelo decantar por dos de los significados que propone el citado de dicha voz: 1. “Burla fina y disimulada”; y 3. “Expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente con burla disimulada”.
Mi quinto Javier Cercas es un hacha. No acepto que objeción aquí se me haga. Si tú, lector, cuanto este menda has hecho, abundarás conmigo en este aserto: quien usa sutilmente la ironía compone al azar una sinfonía. ¿O no lo es su último “de ciego palo”?
Acabo de releer la postrera pieza literaria (por el momento) de Cercas. Pasé la primera vez mi vista por ella ayer, por la mañana, domingo 13 de octubre de 2024, nada más llegar a casa de comprar el pan y de que Nabil, el dueño de la Librería/Papelería “El Cole”, me entregara un ejemplar de EL PAÍS (diario del que soy suscriptor del fin de semana), publicada en la página 6 de EL PAÍS SEMANAL, y supe entonces, en ese preciso momento, al terminar de pasar mis ojos por ella, que iba a escribir sobre su pieza, aunque no supiera todavía qué. Bueno, pues, ahí va mi dictamen al respecto. La rotulada así, “La verdad sobre la inmigración”, es un estupendo ejercicio de inteligencia, una magnífica ironía, que puede servir a los profesores de literatura de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) y el Bachillerato de este país para ponerlo como recentísimo y pintiparado dechado o ejemplo de tal a sus alumnos.
Nota bene
Olvidábaseme de decir (sic, expresión cervantina) que con “La verdad sobre la inmigración” me ha pasado tres cuartos de lo mismo que con otros “palos de ciego” anteriores de Javier, que estoy de acuerdo con él en el grueso de sus textos, pero siempre hallo en ellos cuanto también hay, alguna parte de los mismos con la que disiento abiertamente. Se pregunta mi quinto: “¿Qué se le ha perdido por aquí, donde no habíamos visto un negro en nuestra puñetera vida?”. No sé si a Cercas le han ofrecido alguna vez fingir y fungir de rey mago. A mí sí, y cumplí como mejor pude dicho cometido, cuando me lo propuso un miembro de la Peña “La Teba” (acrónimo de tudelanos en buen ambiente o armonía), con ocasión de una Cabalgata de Reyes. Le puedo asegurar que quien hizo de Baltasar entonces, hace muchos años, no era negro, pero se había pintado el rostro de tal, y estaba allí, junto a Melchor y Gaspar.
Ángel Sáez García