TODO MATERIAL PUEDE SER NARRABLE
Hubo autores a los que la primera vez que nos los llevamos a los ojos nos marcaron, porque salimos de ese encuentro, rosario de perlas o suma de momentos cruciales, hito literario, de ese breve o diuturno, longevo, acto de lectura atenta y disfrutona, siendo otros, distintos de los que éramos, enriquecidos, pero en grado sumo. A mí ya me constaba lo obvio, que el hombre es un ser social, sociable, dialogante, conversador y, cabe agregar también, a renglón seguido, su anagrama, conservador (del valor, que tiene poco que ver con el precio que cuesta adquirirlo o pagamos por ello), pero aquilaté dicho pensamiento cuando pasé mi vista por esta reflexión cojonuda (creo que este adjetivo no lo había utilizado antes en ninguno de mis textos anteriores, más de ocho mil, y hoy me pregunto, extrañado, por qué, ¿por cacofónico o malsonante?, tal vez) del neurólogo y escritor británico Oliver Sacks, autor de “Despertares”, libro autobiográfico en el que se basó el guion de la película homónima, estrenada en 1990, dirigida por Penny Marshall y protagonizada en sus principales papeles por Robin Williams y Robert De Niro: “Hablamos no solo para decirles a otras personas lo que pensamos, sino para decirnos a nosotros mismos lo que pensamos. El habla es parte del pensamiento”. Bueno, pues, de la escritura cabe predicar otro tanto. Ese día fue fundamental en mi existencia porque, además, leí otra idea suya que tuve que aceptar como verdad incondicionalmente cierta, necesariamente válida, o sea, apodíctica, ya que no encontré argumento con el que poder rebatirla o refutarla: “Todo acto de percepción es hasta cierto punto un acto de creación, y todo acto de memoria es hasta cierto punto un acto de imaginación”.
Está claro, cristalino, que todo material susceptible de ser narrado es propio y propicio para el hecho literario. Cualquier sentimiento que cruce por la mente de un autor, ora sea o se sienta ella, él o no binario, puede pensarse, y lo mismo cabe aseverar de cualquier pensamiento, que, por idéntica razón o regla de tres, puede sentirse. Eso, poco más o menos, vino a decir con otras palabras, las suyas, y a dejar escrito, negro sobre blanco, en letras de molde, don Miguel de Unamuno y Jugo, que tuvo la virtud de extraerles a ambas naranjas (si se acepta el tropo, la metáfora), sentimiento y pensamiento, todo el zumo que atesoraban en su interior.
No hay una sola percepción que hayamos tenido en el pasado o tengamos hoy o en el futuro que no la podamos convertir o metamorfosear en literatura. No hay paisanaje ni paisaje que un hacedor no pueda trasladar de la realidad del suceso vivido a la ficción de una novela o un cuento y llegue a ser sorprendente protagonista, individual o colectivo, de una, esa, en concreto, pieza literaria.
El asunto principal de un texto puede ser la vida exterior de un conjunto de personajes, enriquecida, o no, por la interior, un mosaico de teselas factuales, de individuos que hacen cosas, y/o un puzle de conciencias que van fluyendo a la par (o paulatinamente), aunque el lector las vaya descubriendo conforme se las va describiendo el autor, una detrás de otra, aun siendo estas simultáneas en el tiempo.
Un suceso insulso, el paseo vespertino por el entorno más alejado del centro de una ciudad de provincias, puede ser, gracias al modo de contarlo, a la forma, al estilo peculiar de su hacedor, una pieza literaria descollante.
Y la anécdota prodigiosa que te ocurrió una tarde/noche, regresando a Navarrete desde Sotés por la carretera, no por el camino que habían seguido vuestros formadores y el resto de vuestros compañeros del seminario menor (inesperadamente, la senda se trifurcó en tres ramales arenosos y decidiste que la mejor opción, aunque más larga, era el asfalto), ya que tus dos acompañantes y tú, que os habíais quedado rezagados, fuisteis recogidos amablemente por un ángel de la guarda, una maestra que llevaba la misma dirección, que conducía un seiscientos, puede ser interpretada por el grueso de tus lectores como un embeleco, una mentira de tomo y lomo, pero tanto tus acompañantes de otrora, si han conseguido hacerle un caño o regate al alzhéimer, como tú, sabéis, a ciencia cierta, que, aunque algo hayáis fantaseado, el grueso fue fetén, enriquecido por cada quien con su/s respectivo/s trazo/s o trozo/s de ficción, ya que la tinta china, de la que todo acto ficticio suele echar mano, no es susceptible de ser borrada fácilmente (por cierto, que me llama sobremanera la atención que en castellano exista el vocablo “imborrable”, pero no exista la voz “borrable”, que debía ser su fuente etimológica, como lo propio ocurre con “indeleble” y “deleble”, “infumable” y “fumable”, verbigracia).
Ángel Sáez García