El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

No hay culpabilidad sin libertad

NO HAY CULPABILIDAD SIN LIBERTAD

Hoy, a las 16 horas y 2 minutos del martes 9 de septiembre de 2025, cuando empuño con los dedos pulgar, índice y corazón de mi diestra el BIC azul, compañero imprescindible, infatigable e inseparable (aun no siendo el mismo) en mis tareas literarias, me ha dado por preguntarme cuál es la mayor y precipua, primordial o principal virtud, generadora de todas las demás o restantes, de un ente creativo, por ejemplo, servidor; y, tras darle unas cuantas vueltas al tarro de las esencias y de las existencias, mi cacumen o caletre, me he decantado, sin abrigar un ápice o pizca de duda al respecto, por la libertad. Ha habido, no lo niego, un rato de ostensible tira y afloja con la bondad, pero, tras valorar pros y contras, siendo ecuánime, justo, he acabado inclinándome por la mencionada libertad. Así como cada quien puede optar por hacer el bien, o no hacer nada (ni el bien ni el mal, o sea, fungir de pasota), cada quien puede escoger hacer el mal, como mero ejercicio de su libertad de elección. Lo que me ha llevado a evocar ese argumento que cabe leer en la novela “Los hermanos Karamazov”, de Fiódor Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”, que su autor le hace decir a uno de ellos, Iván.

Abundo con quien conjetura o juzga que no necesitamos que Dios exista para que nuestro comportamiento o proceder sea, en todo momento y lugar, intachable. ¿Acaso hay algo que dé a una persona de buen fondo, la que sea, más satisfacción personal que hacer aquello que debe coronar?, por ejemplo, el imperativo categórico de Immanuel Kant, que yo me lo aprendí así, cuando estudié COU: “Obra de tal manera que tu forma de actuar se convierta en ley universal”, es decir, que sirva de dechado o modelo procedimental, además de para ti, para el resto de tus congéneres.

En lo concerniente o tocante a la libertad, no olvido qué razonó Jean-Paul Sartre, que la libertad no consiste en hacer lo que uno quiera, sino en querer lo que uno hace, que es el modo de confirmarlo o ratificarlo.

Me consta que hay mucho cristiano, reunido o suelto, por ahí que cree, a pies juntillas, que existe el destino y que todos tenemos fijados, señalados, nuestra vida y milagros, incluido nuestro fin, en el planeta azul, la Tierra; si eso fuera así, si el hombre no fuera libre, no podría ser declarado ni inocente ni culpable de cuanto lleva a cabo. Si usted, atento y desocupado lector, ora sea o se sienta ella, él o no binario, adujera que no lo ha escuchado, a bote pronto, me brotaría decir que se nota a la legua que usted no es proclive a frecuentar los tanatorios, porque, yo, asiduo a ellos, me he hartado de oír dicho razonamiento entre los habituales de dichos lugares, adonde acude la gente a dar el pésame, y, asimismo, en las iglesias, a las misas de exequias o funeral.

Y, rebuscando en el baúl de mis recuerdos, entre los textos que rememoro de memoria, las palabras que apoyen, respalden o secunden cuanto he discurrido aquí, de alguno de mis dilectos y predilectos maestros literarios, decido quedarme, a ojos abiertos, asombrados, con las que se escucharon en el ateneo de Valencia el 24 de abril de 1902, que no fueron pronunciadas por su autor, Miguel de Unamuno, no (el mismo error cometió otrora servidor, al suponerlo así), sino por otra persona, que desconozco quién fue, porque el entonces rector de Salamanca, ignoro el motivo, no pudo desplazarse a la ciudad del Turia, pero sí envió, por el medio que fuera, sus dicciones para que alguien las leyera en su nombre; voces entre las que recuerdo estas, inolvidables: “La libertad no es un estado sino un proceso; solo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe. Solo la cultura da libertad. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamientos. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura. Solo la imposición (única palabra que le chirría a este menda y que hubiera cambiado por recomendación) de la cultura lo hará dueño de sí mismo, que es en lo que la democracia estriba”.

Cuando son las 18 horas y 6 minutos del día indicado arriba, en el parágrafo inicial, tras leer tres veces los cinco párrafos (sin contar este último, meramente informativo) que contiene este texto, sí, tres veces, procedo a firmarlo y rubricarlo.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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