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REPORTERO DE GUERRA: Pacifistas y Patriotas (XIII)

Julio Fuentes era valiente de verdad. No se ponía nervioso y como estaba sordo como una tapia, en ocasiones bordeaba lo irracional

REPORTERO DE GUERRA: Pacifistas y Patriotas (XIII)
Soldados americanos en el frente de Kuwait con máscaras y equipo NBQ en la I Guerra del Golfo y el actor Willy Toledo manifestandose en España. PD

Así como una buena guerra vende ejemplares y sube la audiencia a lo grande, apostar por el pacifismo a ultranza también puede incrementar la tirada y dispara el share televisivo.

Durante la Guerra del Golfo, en los primeros meses de 1991, Pedrojota tuvo el olfato de adoptar una línea contraria a la intervención aliada contra Saddam Hussein.

Yo era partidario de darle lo suyo y sostenía además, como hizo una parte de la sección de Internacional de El Mundo, que los iraquíes solo saldrían de Kuwait si se los convencía a cañonazos.

Pedrojota jamás puso la más mínima objeción a que publicáramos artículos y reportajes favorables a la intervención.

Él, que iba a lo suyo y controlaba sin fisuras la primera página y las de opinión, dedicó una y otra vez la portada y los editoriales a remachar las tesis pacifistas y conciliadoras, en sintonía con lo que opinaban muchos españoles.

A la postre y eso explica que él fuera el director y yo no, su olfato y ponerse a favor de viento, incrementó en unas cuantas decenas de miles la circulación de El Mundo.

Cuando Howard Russell, el miserable antecesor de esta tribu desgraciada, desveló el penoso estado de las tropas, lord Raglan y los miembros del gabinete replicaron acusando al reportero y al Times de ayudar al enemigo y ser antipatriotas: la vieja táctica utilizada desde la noche de los tiempos por los poderosos para justificar sus intentos de ocultar la verdad.

En septiembre de 1993, poco después de que publicase en El Mundo una serie de documentos ‘secretos‘ del Ministerio de Asuntos Exteriores sobre Guinea Ecuatorial, el ministro Javier Solana se presentó en el Parlamento y acusó a la persona o personas que me habían filtrado los papeles de «atentar contra los intereses de España y poner en peligro la integridad física de los españoles residentes en la ex colonia».

Posteriormente, en su despacho, Solana me repitió en persona los reproches, a pesar de que lo único que ponían en evidencia mis artículos era que España estaba harta del dictador Teodoro Obiang y respaldaba una salida democrática.

Durante la guerra de Crimea, el incansable Russell contraatacó argumentando que no había escrito nada que no fuera ya sobradamente conocido por los rusos y que eran, únicamente, los ciudadanos británicos quienes ignoraban las desastrosas condiciones de su cuerpo expedicionario.

Tenia razón. Fueron sus crónicas y la presión ejercida por la opinión pública sobre el gobierno lo que condujo finalmente a modificar la línea política y permitió salvar a las tropas de un desastre total.

Cuando el reportero retornó a Londres fue recibido por el propio primer ministro y colmado de galardones. Fue nombrado caballero, se casó con una condesa y saturó su casa -como suelen hacer todos los reporteros de guerra- de artilugios bélicos y despojos recogidos en distintos campos de batalla.

Esa es otra constante de los corresponsales veteranos. A mediados de 1993, Julio Fuentes se presentó en la sala de reuniones de la redacción de El Mundo, justo en el momento en que litigábamos sobre la foto más idónea para la edición del día siguiente, vestido de reportero audaz y con los restos de un cohete katiuska al hombro.

Julio Fuentes siempre fue un tío muy especial. Como todos, en esto, era presumido y prueba de ello es nos había engañado a los colegas durante décadas, quitándose cinco años al aprovechar un error tipográfico en un carné de identidad.

Y era valiente de verdad. No se ponía nervioso y como estaba sordo como una tapia, en ocasiones bordeaba lo irracional.

En octubre de 1991, durante la salvaje Guerra de Yugoslavia, cuando la minoría serbia se negó a acompañar en la independencia a la mayoría croata y él cubría la carnicería en Slavonia Oriental, metió el colchón en el cuarto de baño del hotel Osijek porque estaba agotado y quería dormir a pierna suelta después de días y días de insomnios, reportajes y bombardeos.

Hubo que reventar la puerta para sacarlo cuando el inmueble se convirtió en un objetivo de la artillería serbia. Menos de un mes antes, en un ataque similar y en el mismo hotel, al corresponsal del diario ‘ABC‘ en Centroeuropa, Ramiro Villapadierna, lo habían dejado literalmente como un mapa de heridas y cicatrices, causadas por la metralla y los fragmentos de cristal.

Después de siete años en ‘Cambio 16‘ había ingresado en 1989 en El Mundo formando parte del equipo fundacional y había cubierto varios conflictos armados en Centroamérica, la antigua Yugoslavia, Asia y África.

En aquella época, Julio ya había iniciado una prometedora carrera como escritor, pero lo suyo era la acción y acababa de regresar de Bosnia, que se estaba tapizando también de cadáveres.

Como todos nosotros, aunque algunos de la ‘tribu‘ no lo reconozcan porque les da vergüenza, volvía de cada conflicto con un recuerdo. El que yo guardo con mayor cariño, más que el chaleco antibalas o el casco de keblar, es un pequeño icono con la cabeza de San Juan Bautista en una bandeja, que saqué de la catedral ortodoxa de Grozny cuando el templo ardía por los cuatro costados y los milicianos chechenos se desbandaban machacados por la artillería rusa una heladora tarde del invierno de 1994.

En mi propia casa, además de ese precioso icono, hay desde una bayoneta de kalashnikov recogida en Afganistán hasta un revólver Webley que me regaló el sandinista Sergio Ramírez, pasando por un casco de marine recuerdo de la guerra del Golfo, y máscaras africanas, marionetas checas, binoculares de campana, alfombras del Cáucaso, la katana de un capitán japonés acribillado en Filipinas y todo tipo de quincallería.

Yo guardo todo eso como oro en paño. Lo que acumulaba Julio Fuentes sólo Dios sabe donde habrá ido a parar, pero en su caso -porque vívia con intensidad suprema su condición de reportero de guerra- eran sus memorias, una especie de autobiografía, pero escrita únicamente para rememorar los momentos de gloria, obviabando las esperas, los fracasos y las trampas.

Julio Fuentes era un tipo magnífico, desgraciado con las mujeres y enamorado del periodismo. Se vestía por los pies, era educado de verdad, un caballero con todas las de la ley en un oficio donde abundan los gañanes.

Merece que nos acordemos de él.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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