LA CONSTRUCCIÓN ES DE PLANTA OCTOGONAL, EN RECUERDO DE LA MEZQUITA DE LA ROCA, QUE SE ALZA AL LADO DEL TEMPLO DE JERUSALÉN, DONDE NACIÓ LA ORDEN DEL TEMPLE

Santa María de Eunate, una huella de los templarios en el Camino de Santiago

Santa María de Eunate, una huella de los templarios en el Camino de Santiago

Los rayos del sol de agosto, como cilicios ardientes, punzaban nuestros cuerpos cansados y sedientos, sin ningún tipo de compasión. Muchos peregrinos tenían prisa por llegar al albergue y descansar para poder iniciar un nuevo día, renovados. Pero no se puede pasar de largo por Obanos sin visitar uno de los hitos más emblemáticos del Camino de Santiago.

Tras desviarnos dos kilómetros de la ruta, nos encontramos con la gran recompensa: la iglesia de Santa María de Eunate, sola en una gran llanura rodeada de la nada, delicatesen para el peregrino de vocación en busca de respuestas y enclave templario lleno de misterios.

Por no ser lugar de paso, Eunate requiere un sacrificio a mayores. No se llega por azar sino por un deseo de comprobar in situ la magia que esotéricos y espiritualistas cuentan sobre el lugar. Eunate significa en vasco “las cien puertas”. Ahora comparte existencia con un albergue de piedra, pero durante siglos vivió en solitario entre maizales y viñedos.

El Camino de Santiago fue la gran universidad en la que se instruyó la Edad Media. Pero es posible que mucho de este conocimiento esté encriptado en el simbolismo mozárabe, románico y gótico, en los enclaves de las construcciones, y en las leyendas y tradiciones, a la espera de mentes lúcidas capaces de entender los códigos del pasado. Eunate sigue siendo un enigma.

—Leí que hay muchas dudas —comentó Virginia— sobre si es una construcción templaria o no.

—Algunos estudiosos —comentó Enrique— han querido desvincularla de los templarios e incluso se especula que fue un edificio con fines funerarios. Sin embargo, no existen pruebas de que esto haya sido así y, en cambio, a falta de más datos, la relación con la Orden del Temple parece la hipótesis más plausible.

—¿Y en qué se basan unos para negarlo y otros para afirmarlo? —preguntó Virginia.

—Los templarios —apuntó Sergio— son un dolor de cabeza para los historiadores y para la propia Iglesia. Existe una especie de acuerdo tácito de ninguneo, de restar importancia a su influencia, de considerarlos poco menos que un mito.

—Pero no son un mito… ¿Es pura historia, no? —insistió.

—Sí —intervine—, es historia. Aunque hay que reconocer que los estudiosos de los templarios los divinizan en exceso, en el sentido de atribuirles un poder y una sabiduría oculta… quizá exagerada. Es cierto que, según parece, conocían la proporción áurea y algunos secretos, más relacionados con las características telúricas de los enclaves. Aunque confieso que, para mí, lo más importante de ellos es que, supuestamente, custodiaron durante un siglo la Sábana Santa. ¡Y ese es su gran secreto!

—¿Pero eso es historia o tradición? —sonó una voz. —Siempre formó parte de la tradición, pero cuando el Vaticano desclasificó los documentos del “Proceso de los templarios”, salió a la luz la declaración de un iniciado, y parece evidente que tenían la Sábana Santa.

—¿Y por qué es tan importante que tuvieran en su poder la Sábana Santa? —preguntó un desconocido que escuchaba con atención.

—Ellos la consideraban como la gran prueba que demostraba que Cristo había muerto en la cruz y que había resucitado. En la Edad Media alcanzaron mucho poder las herejías de ideología gnóstica, como los cátaros, que consideraban que Jesús no había sido crucificado. No admitían la doble naturaleza…, que Jesús fuera Dios y hombre a la vez. Con la Reforma protestante, estas tesis se hicieron más fuertes. Los Caballeros del Temple creían tener una prueba irrefutable que podía servir de baluarte contra todas esas herejías y otras que pudieran surgir.

Estar ante la ermita tantas veces soñada, causaba en mi alma sensaciones indescriptibles. Después de haber orado y meditado en cada rincón, haciéndome mil preguntas sobre otros tantos misterios, me senté en una esquina del deambulatorio y empecé a escribir en mi cuaderno una entrada para el blog. Tenía que hacerles partícipes, sobre todo, a los de fuera de España, de todo lo que tenía ante mis ojos:

La ermita de Santa María de Eunate, bajo el cielo azul y aislada del mundo, es de estilo románico del siglo XII, con un enigmático claustro exterior de arcadas, sin cubrir. Es de planta octogonal, en recuerdo de la mezquita de La Roca, que se alza al lado del templo de Jerusalén, donde nació la Orden del Temple. La mezquita pasó a los templarios cuando se establecieron en el emplazamiento del templo de Salomón, donde utilizaban como altar, el peñasco visible sobre el que, según la leyenda, Abraham estuvo a punto de inmolar a su hijo Isaac y desde donde el profeta Mahoma ascendió al cielo en su yegua Al Buraq.

La estructura poligonal es una característica templaria. De forma octogonal, existen aparte de la de Eunate y Torres del Río, las catalanas de Pobla de Lillet y Llusá, la de San Marcos de Salamanca, la capilla onubense próxima al convento templario de Villalba del Alcor y el templo octogonal del castillo de Tomar. La iglesia de la Vera Cruz en Segovia, de doce lados, es otro enigma para los investigadores.

Se especula sobre el origen funerario de Eunate. Llaman la atención varios aspectos: su imperceptible irregularidad, sin ningún motivo aparente, acusada también en la nervadura de la cúpula, en el claustro y en la tapia exterior. Esto parece indicar que fue hecho a propósito y no debido a errores de cálculo. La escalera interior del torreón hace suponer que en la parte superior pudo haber un lucernario, pero no hay restos de él. Otro de los enigmas es su orientación. Las iglesias cristianas deben estar orientadas hacia el este; en cambio, el ábside de Eunate mira al sur.

Los capiteles de la entrada mostrando una barba en espiral son también un enigma que nadie ha podido interpretar. Y presidiendo el conjunto se encuentra la imagen que sustituyó a la primitiva virgen negra.

Sergio estaba a mi lado. Durante el trayecto no habíamos hablado apenas; algunos comentarios sobre el paisaje y poco más. En varias ocasiones me había interesado por el estado de su pie. Caminaba bien y no cojeaba. Él era fuerte pero estaba sorprendida de su pronta recuperación.

—No sé si es lo que pensabas —me dijo—. ¿Sientes algo especial aquí?

—Sí. Siento que estoy en un lugar importante, con muchas claves que descifrar. Hay demasiados misterios. No sé si tú sientes algo.

—Ya sabes que yo soy poco esotérico y poco sensible. Pero reconozco que este es un lugar enigmático, aislado de la civilización. Tiene algo.

Unas cuantas figuras se acercaban despacio por la carretera en dirección a la ermita. Venían todos menos Teresa. Los vimos de lejos y nos saludamos agitando las manos. Llegaban bastante fatigados. No estaban preparados para caminar y aunque eran solo dos kilómetros desde Obanos, para ellos era la carrera del siglo.

Santa María de Eunate encierra en su recinto octogonal muchos misterios que cada uno debe descubrir, paso a paso, en cada salto evolutivo, de manera individual. Un conocimiento que no viene envuelto en papel de regalo, sino a base de caminar sobre las casillas del tablero, tirando los dados, entre puentes, cárceles, laberintos, y saltando de oca en oca.

Por mimetismo, Virginia y yo hicimos lo que tantas veces habíamos visto en foto. Nos tumbamos en el claustro, en postura casi de endura cátara. El cielo era transparente a esas horas de la tarde. Con los ojos cerrados imaginábamos las estrellas arracimadas en sus constelaciones.

Ella se mostraba muy receptiva y deseosa de ahondar en los grandes misterios. Volvimos a hablar sobre dédalos y espirales, a propósito de los capiteles de la entrada. Estaba muy interesada en todo lo que pudiera significar evolución y crecimiento. Las dos coincidíamos en que las sociedades actuales tenían anestesiada la intuición, y dormida la capacidad de interpretar los símbolos. Reflexionamos sobre el apego a lo material y la ruptura de toda conexión con lo trascendente. Cuando le dibujé la rosácea en mi cuaderno, dio un grito de alegría: “¡La conozco, pero no sabía que se llamaba así, ni que fuera tan importante dentro del simbolismo!”. Mientras le hablaba de uno de los símbolos más armónicos del cosmos puse en marcha la grabadora para después subirlo al blog:

La flor galana es una figura geométrica de seis pétalos, conocida también como rosácea, roseta o ruedecilla céltica. Se realiza con compás, tomando como medida para trazar sus pétalos, el radio de una circunferencia, y como punto principal, el centro. De niña, siempre hacía estas flores en mis cuadernos, aunque estaba muy lejos de saber su significado. Las primeras representaciones aparecen inscritas en la circunferencia, dando el aspecto de rueda. En etapas más tardías aparece desprovista de su contorno y se aprecia más la forma de la flor.

La rosácea, en lo que se refiere a la flor, representa la fugacidad de las cosas, la primavera y la belleza. En cuanto a la forma, significa el centro y es la imagen arquetípica del alma. Pero la flor tiene su origen en la rueda, con su radios variables en número —que llegan al centro o parten de él—, tan presente en el simbolismo de las diferentes épocas y latitudes. Los crismones románicos cristianos, los mandalas tibetanos y los rosetones de los templos tienen este mismo significado. Son símbolos universales del inconsciente colectivo en los que están comprendidas la expansión que, como una lente o la pupila humana, se abre al infinito, y la contracción que nos hace buscar el centro y entrar en nuestro interior.

El centro y el origen eran dos grandes preocupaciones de los pueblos antiguos. La imagen de la rosácea viene a recordarnos nuestro deber de buscar el centro, escapar del cambio constante del samsara o rueda de la vida. El centro es el origen. Todos los seres dependen de su principio y, consciente o inconscientemente, tienden a volver a él. Retornar hacia el centro es retornar a lo Divino. Los centros espirituales son las representaciones simbólicas terrestres del Centro del Mundo. Para llegar es necesario cumplir la Ley divina que nadie puede eludir, sea consciente de ello o no, porque toda la Creación está regida por las mismas leyes.

Según algunas líneas de pensamiento, la flor galana simboliza el paraíso astral, el cielo, el lugar adonde vamos cuando morimos.

En la cultura castreña, la rosácea se relaciona con el sol y la luna. La encontramos como adorno en piezas militares, orfebrería, joyas, monumentos funerarios y elementos de trabajo. En varios castros se han encontrado rosáceas, ruedas, trisqueles, espirales y esvásticas. Los romanos empleaban la roseta en estelas funerarias vinculadas con la luna creciente. Pero la flor galana se siguió utilizando en el cristianismo. Suevos y visigodos incluían este elemento en sus iglesias. Por ello, encontramos rosáceas en Santa Eulalia de Bóveda (Lugo), una de esas construcciones misteriosas cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, y más que como iglesia cristiana, su origen hay que buscarlo en los cultos de purificación de carácter mágico. En la capilla de San Miguel del Monasterio de Celanova (Ourense), y en la de San Miguel de Lillo (Asturias), aparecen rosáceas. También fue empleada en el románico.

A partir de ahí, la roseta pasa a ser un elemento del rural. Los campesinos la incorporan como símbolo protector y profiláctico. En Galicia, aún se pueden ver rosáceas en hórreos construidos hace un siglo. Pero nada recuerdan sus dueños de su significación trascendente y mágica. Hoy es un simple adorno de carpintero.

¿Pero qué hemos olvidado? ¿Significa la rosácea algo más que un simple delirio de los antiguos, desprovisto de significado? No hay que ser demasiado soñador para comprender que ante símbolos universales en el tiempo y en el espacio, lo lógico es pensar que su significado va más allá de lo que una mente racional puede explicar con palabras. Los símbolos constituyen el lenguaje más sencillo para transmitir grandes verdades. No necesitan traducción y no es necesario conocer su significado exacto para darnos cuenta de que estamos ante algo trascendente.

No sabemos exactamente qué interpretación daban los antiguos a la flor galana. Lo que sí sabemos es que les inquietaba el mundo de los muertos, y el sol que da vida y regenera la naturaleza periódicamente. Es decir, el más allá y Dios. Parece que no nos diferenciamos mucho de nuestros ancestros, y en ese aspecto salimos ganando. Pero ellos no veían el sol de manera simplona, sino el Sol como Ser Supremo, como cosmos, como universo, como el Spiritus Mundi.

La flor galana tendría el mismo carácter simbólico y trascendente que los mandalas y los rosetones de las catedrales. Se la ha relacionado con la filosofía pitagórica y su símbolo llevó al descubrimiento de la “divina proporción”, el número áureo, tan presente en las construcciones religiosas, ¡y en la naturaleza!

Virginia me manifestó estar encantada de oír una explicación tan exhaustiva nada menos que en Eunate, donde tantos misterios permanecían ocultos.

Continuábamos sentadas sobre las piedras del claustro en animada conversación cuando Sergio y Enrique se acercaron y nos invitaron a reanudar la marcha.

(De mi novela sobre el Camino de Santiago, El Códice de Clara Rosenberg).

NOTA. Si algún youtuber desea reproducir este texto o parte de él para la locución de su vídeo, debe pedir autorización y citar la fuente al principio de la narración.

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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