Juan Pablo II y la caída del muro. 1. Transformar la sociedad

Por José María Arévalo

(Roma vista desde el Vaticano. 1820. Óleo de J. M. W. Turner en pintura.aut.org. The Tate Gallery. Londres.177 x 335.5)(*)

Tras la canonización de Juan Pablo II el pasado día 4, se quejaba Jiménez Losantos de que el papa Francisco en la homilía del gran acto se quedó corto al resaltar la gran figura del papa Polaco, de enorme trascendencia en su opinión – y eso que es bastante descreído, aunque pude oír en una ocasión, en Esradio, cómo Luis Herrero le hacía reconocer que algo cree, y no solo en su Virgen del Tremedal – sobre todo por su importantísimo papel en la caída del comunismo. Recordé que hace años me había comprometido a escribir en estas páginas sobre ese asunto, precisamente en el artículo que publiqué con motivo de la beatificación de Juan Pablo II. Fue ésta también en el segundo domingo de Pascua, solemnidad de la Divina Misericordia, fiesta que él instituyó, y aquel año de 2011, además, fiesta de San José Obrero. Así que centré mi comentario en torno a la aportación que supuso su encíclica “Laborem exercens”, que la biografía de George Weigel, que utilicé, titula “El evangelio del trabajo”, magnífica síntesis de la doctrina de Juan Pablo II en esta materia; y prometí dedicarme más adelante a su decisiva influencia para la caída del telón de acero, lo que ahora cumplimento.

Algo de razón tenía en su apreciación Jiménez Losantos, pero justo que en la canonización el Papa, siquiera incidiera en una cuestión de matices tan políticos, probablemente no hubiera sido lo más oportuno. En cambio el papa Francisco destacó la aportación de Juan Pablo II a la familia, que precisamente para Weigel es el otro gran tema de la actuación del papa polaco. “El drama del pontificado de Juan Pablo –dice George Weigel en “Testigo de esperanza”, la mejor biografía que sobre aquél se ha escrito- suele dividirse en dos actos. En el primero, el Papa lucha contra el comunismo, y su postura queda confirmada por la revolución de 1989 y el fin de la Unión Soviética en 1991. En el segundo acto el Papa rechaza muchos aspectos de la nueva libertad que ha contribuido a forjar. El enfrentamiento llega a su punto culminante en la Conferencia Mundial sobre Población y Desarrollo de El Cairo (1994)”, durante la cual Juan Pablo envió una carta a todos los presidentes y jefes de Estado del mundo, en la que alertada de que las propuestas de la Conferencia en materia de familia y aborto podían repercutir negativamente en la moral y generar un serio contratiempo a la humanidad. Ampliaremos algo este último asunto, pero vamos a profundizar en el de la caída del comunismo en los países del Este.

Ya el papa Benedicto XVI durante la homilía de la ceremonia de beatificación de su predecesor, en la Plaza de San Pedro sí se refirió a esta cuestión, de alguna manera: La gran tarea de Juan Pablo II, explicó, fue superar la confrontación entre marxismo y cristianismo, devolviendo a este último su fuerza capaz de transformar la sociedad y realizar las esperanzas de los hombres. El papa polaco, afirmó, “abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible”.

No todos han reconocido la influencia de Juan Pablo II en la caída del telón de acero; así los que la atribuyen a factores sobre todo económicos. Por el contrario, George Weigel en “Testigo de esperanza”, da una versión de los hechos en la que el Papa Polaco tiene una intervención decisiva, como vamos a ver. Wikipedia señala que “a fines de los años 80, su actuación en Polonia y su influencia en los acontecimientos que se producían en el entonces bloque comunista contribuyeran de modo considerable a la caída de los regímenes de Europa del Este, según coinciden numerosos historiadores”.

Pero antes de meternos en la historia, nos interesa la opinión del protagonista, que nos ofrece tambien Weigel en su libro. “Cuando fue promulgada -dice-, `Laborem exercens´ se entendió como una defensa filosófica del movimiento Solidaridad. Era eso y más. Su valor perdurable radica en que añade un análisis complejo de la dignidad del trabajo al proyecto global con el que Juan Pablo se propone revitalizar el humanismo del siglo XXI.” Y titula a continuación: “¿Qué había ocurrido?”.

Centesimus Annus (la tercera encíclica social fue promulgada por Juan Pablo II el 1.5.1991, para conmemorar el centenario de Rerum Novarum) se abre con un tributo al papa León XIII, cuya aplicación creativa de los principios morales del catolicismo a las «cosas nuevas» sociales, económicas y políticas de finales del siglo XIX había creado, en palabras de Juan Pablo, «un ejemplo perdurable para la Iglesia». Los temas principales de Rerum novarum (la dignidad del trabajo y de los trabajadores, el derecho a la propiedad privada y los deberes que acarrea, el ha de asociación, incluido el de formar sindicatos, el derecho a un salario justo y el derecho a la libertad religiosa) seguían formando parte del legado intelectual de la Iglesia. Además, León XIII había formulado una predicción «sorprendentemente acertada» sobre la caída del socialismo, inevitable a sus ojos y a los de Juan Pablo por culpa de su error «fundamental» acerca de la naturaleza de la persona humana. Ese error «antropológico», agravado por el ateísmo, había ocasionado indecibles sufrimientos a la humanidad.

Adoptando como trasfondo el análisis anterior – seguimos con Weigel-, Juan Pablo se plantea la pregunta de a qué se debían los hechos de 1989, y por qué se habían producido justo en aquel momento y de aquella manera. Repite, como en tantas ocasiones, que el motor de la historia es la cultura, no la economía ni la superioridad material. Ésa era la verdad que explicaba el porqué, el cómo y el cuándo de 1989.

Por supuesto que había otros factores, uno de ellos «la violación del los derechos de los trabajadores» por parte de un sistema que decía gobernar en su nombre. Con su resistencia «en nombre de la solidaridad», los trabajadores habían «recuperado, y en cierto sentido redescubierto, el contenido y los principios de la doctrina social de la Iglesia», y eso los había animado a resistir «mediante una protesta pacífica, sin usar otras armas que las de la verdad y la justicia». Se trataba de otra refutación del credo marxista, ya que, «mientras el marxismo sostenía que la exacerbación de conflictos sociales era la única manera de solucionados a través del enfrentamiento violento», la división de Europa en Yalta no se había visto superada por otra guerra, sino por el compromiso no violento de unas personas que «tuvieron éxito […] en la búsqueda de maneras eficaces de dar testimonio de la verdad».

La incompetencia económica era otro factor clave en la crisis del socialismo real, y reflejaba «la violación [por el socialismo] de los derechos humanos a la iniciativa privada, la propiedad y la libertad en el sector económico». Creyendo que la economía explicaba la cultura, los marxistas habían acabado por destruir las economías por ellos mismos construidas. Subordinar la cultura a la economía significaba suprimir las cuestiones más urgentes de la vida, y el único resultado posible era la desintegración social.

No obstante, la causa más profunda de la caída del socialismo era el «vacío espiritual» que creaba. El marxismo había intentado «arrancar del corazón humano la necesidad de Dios», demostrando que ese objetivo no podía llevarse a cabo «sin sembrar el desconcierto en el corazón».

El humanismo cristiano, que reflejaba las verdades permanentes inscritas en la condición humana, sabía cómo hablar al desconcierto creado por el humanismo ateo en el corazón de los hombres, y de esa manera había devuelto a la gente sus culturas verdaderas. En cuanto un número suficiente de personas hubo recuperado su conciencia hasta el punto poder decir «no» a la mentira comunista, esa mentira, y el propio comunismo, se vinieron abajo. “Así describía –dice Weigel- y explicaba Juan Pablo los hechos de 1989.

Es bien conocida la repercusión que el nombramiento de un papa Polaco tuvo en los paises del telón de acero, especialmente en Polonia. Antes de entrar en la narración de los hechos de Weigel, que resumiremos en sucesivos capítulos, resulta muy interesante el planteamiento de los políticos comunistas ante la nueva situación. “Karol Wojtyla –dice Weigel – no accedía al papado con un plan para desmantelar la Unión Soviética o su imperio externo. Jamás se le habría ocurrido concebir sus responsabilidades en esos términos. Estaba decidido a dar testimonio público de la verdad sobre la condición humana tal como aparece en el Evangelio de Jesucristo. Un papado expresamente evangélico no podía sino enfrentarse con las contraverdades sobre la condición humana, la comunidad y el destino del hombre defendidas por el comunismo. El Evangelio tenía consecuencias públicas, y Juan Pablo nunca vaciló en sacarlas, por incómodas que fueran para los detentadores del poder material.

La negativa deJuan Pablo II a aceptar la división europea de Yalta como hecho consumado suponía un desafío frontal a la estrategia soviética de posguerra. Desde el punto de vista soviético, el asunto ya era grave de por sí, pero un Papa eslavo, capaz de dirigirse en su propio idioma a la inquieta población del Imperio soviético, era una pesadilla que excedía los peores sueños de los hombres del Kremlin. Añádase a ello los términos con que expresaba el desafío Juan Pablo II. Evitó, como en su época de arzobispo de Cracovia, toda condena directa del marxismo-leninismo, que lo habría expuesto a la acusación de ser un político eclesiástico aliado de Occidente. Asimismo, con su tenaz insistencia en los derechos humanos (con especial acento en el derecho fundamental de la libertad religiosa), atacaba sutilmente el núcleo del proyecto histórico comunista: la afirmación de que el comunismo era el verdadero humanismo del siglo xx, y el auténtico liberador de la humanidad.

Las esperanzas puestas por el Kremlin en la ostpolitik vaticana de finales de los sesenta y buena parte de los setenta – que Weigel explica con detalle en capítulos precedentes, pero se comentan en los siguientes, como veremos- habían sido hechas trizas. El nuevo Papa representaba una grave amenaza, no sólo al Pacto de Varsovia sino a la propia Unión Soviética; y lo era, justamente, por su condición de testigo más que de político.”

Para su biógrafo, Weigel, los sucesos se precipitan desde el viaje del Papa a Polonia en junio de 1979. Lo veremos la semana que viene, en nuevo artículo.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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