París quiere seguir siendo París

Por Javier Pardo de Santayana

( Catherine Deneuve y otras artistas francesas temen por la libertad sexual tras la campaña #MeToo)

Cierto es que estos tiempos de “postureo» en que cualquiera puede ser defenestrado por resistirse al catecismo laico de la supuesta “corrección política” las voces callan por no meterse en líos. Y es evidente que uno de los territorios preferidos por los nuevos censores es el de las relaciones entre los dos sexos.

En uno de mis últimos artículos me referí a las indudables exageraciones que viene demostrando un feminismo, que, decidido a cortar por lo sano y no dar tregua al vecindario, está definiéndonos los límites del comportamiento cívico al respecto. Un camino en el que ha cargado a fondo incluso contra los piropos. Así está estigmatizando hechos y situaciones que hasta hace unos días se consideraban inofensivos por no decir simpáticos. No se limita, pues, a una sanción teórica de quienes los expresan, sino que pretenden emprenderla contra quienes no los desaprueban abiertamente en sus escritos. Es más, pretenden censurar novelas, películas, comedias o dramas en los que determinadas manifestaciones de admiración, de afecto o simplemente de aproximación entre los hombres y mujeres no son radicalmente criticadas. Todo cuanto no sea esto será tomado como manifestación de apoyo o de aceptación benevolente de usos sociales calificados de “machistas”: costumbres a veces inveteradas que será preciso erradicar.

Por poner un ejemplo: si nadie lo impidiera, en algún momento podrían declarar “non grata” la presencia de un popular chotis madrileño. Agustín Lara sería, en efecto, descalificado por haber dedicando sus elogios a Madrid como “la cuna del requiebro”. Y no se podría descartar que acabaran descolgando la placa con su nombre – ya existente en una calle de Aravaca – para arrojarla a la pira de la memoria histórica.

Mas no esperen ustedes que recapaciten y se paren en barras sólo aquellas ardorosas “femes» tan propensas a aligerarse de su ropa, pues, por contagio y precaución o por congeniar decididamente con la idea, se las unirían más que probablemente los ediles, dispuestos a aprovechar una vez más cualquier resquicio para acusar a alguien de nazi o de “franquista”. En este caso al inspirado mejicano.

En tal situación estábamos inmersos cuando Hollywood tomó el relevo de nuestras ardorosas activistas. Un impresentable promotor y hombre de cine fue desenmascarado por una de sus víctimas desencadenando un sonoro movimiento de rechazo a los abusos masculinos en el gremio; iniciativa a la que se sumaría una legión de artistas que por lo que se ve también cayeron en las ladinas redes del contumaz abusador. Es decir, se confirmaba algo que desde siempre imaginábamos; esto es, que muchas de las jóvenes muchachas que triunfaron en la meca del cine norteamericano lo hicieron gracias a las malas artes de los productores. Luego, tan considerable sería el eco de estas denuncias que, como justa reacción ante un problema que muchos nos olíamos ya desde hace tiempo, superarían las fronteras y acabaría en “fenómeno viral”.

¿A que a usted tampoco le coge esta noticia por sorpresa? Permítame por tanto suponer que se preguntará por qué estas situaciones no fueron denunciadas en su día y salen a la luz al calor de una primera confesión tomada como punto de partida. Sí; nos preguntamos cómo este hecho tan frecuente y repetido pudo mantenerse en silencio durante tanto tiempo; cómo es que, siendo tantos los casos de abuso y tan evidentes los desmanes, nadie dijera nada durante tantos años; cómo gente que lo sabía o lo intuía desde siempre siguió haciendo la rosca a esas personas.

Pero a lo que voy es a que el feminismo de combate, que sacaría partido de unas situaciones lamentables para extender el rechazo del varón, acabaría por recibir una respuesta fulminante por parte, no ya de un grupo de hombres indignados, sino de un influyente sector femenino encabezado por Catherine Deneuve.

Hablamos – oh sorpresa – de una reacción originada por un grupo independiente de mujeres francesas, algo verdaderamente relevante porque nadie podía imaginarlo. Saben ustedes que la mujer francesa tiene fama de ser muy femenina y también, según el conocido estereotipo, particularmente hábil a la hora de manejar sus atractivos. Así que quien puso freno al excesivo entusiasmo de las demandantes no fue un grupo distinguido de guardianas de la moral sexual, sino gentes que, por el contrario, siempre destacaron por su “progresismo a ultranza” y que se unieron para decir en alta voz que ya está bien; que en el juego de la relación entre los sexos no todo lo que hacen los hombres es machismo, que el hombre puede decir frases de admiración o amor sin que esto sea reprobable, que en el contacto entre ellos y ellas tampoco pasa nada por dejarse llevar del sentimiento; que tampoco tocar una rodilla debiera conducirnos a la horca. Quieren decir, al menos por lo que yo pude entender, que en el juego de la relación entre las mujeres y los hombres no todo exceso debe considerarse penado por decreto; que no se puede romper la magia entre los sexos aplicando un reglamento riguroso.

En suma, que, efectivamente hay cosas que no pueden tolerarse, pero que el hombre no es necesariamente el enemigo. Y, por supuesto, que París quiere seguir siendo París.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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