Para que lo trabajara y custodiase. 2. Aves de corral

Por Carlos de Bustamante

( Gallito negro. Acuarela de Milton Pocasangre en Hispacuarela de Facebook) (*)

Les decía, mis amigos, en el primer artículo de esta serie que el toque de diana, dado por el canto del gallo vibraba como el cornetín de órdenes de una unidad legionaria o aún más vibrante si era de Caballería. Un mundo en miniatura en el corral (ciudad semiamurallada). Actividad inusitada o a veces silencio sonoroso.

Desde el cuchitril que es el pequeño gallinero, y dado el patriarcal toque con que se inicia el día, las aves de corral inician la actividad. Como las moscas al panal de rica miel, gallos y gallinas y acuden presurosas a los montones de basura que el cuadrero madrugador arroja con la garia por las ventanas. Son las camas de paja –oro antes acrisolado por los trillos o la tremenda novedad de la trilladora- hecho inmundicia por las heces de los ganados. En la obra perfecta de la creación todo tiene utilidad.

Entre los excrementos del ganado no rumiante, quedan granos de cebada ingeridos con voracidad por animales insaciables. Con el instinto que la Sabiduría puso en las garras para escarbar, separan de la paja con habilidad el manjar de los granos cuasi fermentados. El patriarca observa. Y cuando el cereal queda al descubierto, lo engulle con la protesta callada de sus compañeras. Los pollos tomateros, picantones (no adultos), acechan a la espera de un descuido o inicio de cortejo del patriarca, para robarle tan preciado alimento proporcionado por la hembra. Siempre fue así en esta especie de aves de corral.

Como en la procreación, diferente en cada especie, humana, animal o vegetal, el Hacedor del universo, puso en los genes de cada una de ellas misiones diferentes. Trastocar este prodigio es, cuando menos, digo, “dar coces contra el aguijón”. Asunto del que aquí y ahora no se trata. No será este foramontano quien embadurne de “perruna” (excremento de perro de olor horripilante) rosas castellanas tan bellas. Es, sencillamente, cómo vio el niño, adolescente o joven la natural reproducción de las especies. Aves de corral en este caso sin asomo siquiera de la perniciosa colonización ideológica.

Hecha esta digresión, tornamos a la faena. Con un extraño movimiento en círculo de una de las patas y una de las alas, el mandamás del gallinero inicia el cortejo comprometedor. Momento de distracción amorosa que aprovechan los jóvenes picantones para devorar los granos descubiertos por la hembra trabajadora. Acto seguido comienza la maratoniana persecución de la hembra que huye (¿). Poderoso el jefe del gallinero toma ventaja. Los más jóvenes, una zanca allí otra allá, le siguen como pueden hasta “caer” rendidos. El instinto grabado en los irracionales cumple su cometido. La reproducción de estas aves está asegurada. Y vuelven al trabajo. Ahora en la tierra sobre la que estuvo la basura. Nuevas escarbaduras vigorosas con garras potentes, y nueva carrera tras el caporal que lleva en el pico la lombriz descubierta por la dama ponedora. Será en otra ocasión cuando los pollos roben el manjar que el poderoso engulle con presteza. Bella y natural, como la vida misma animal. Ley de la selva o el corral. La ley del más fuerte. Es, con el solo instinto una selección natural. Si el aspirante a rey del gallinero logra superar al campeón, se acabó su reinado y comienza el del que fue picantón. Ley del corral. La de de las aves de corral.

En un rincón del cobertizo-cochera de los carros- una observadora silenciosa deja hacer sin rechistar. Es la clueca que, acurrucada en un nicho cuidadosamente acondicionado con paja fresca, incuba con amor de madre la nidada puesta por ella u otras con anterioridad. Cuando perros, gatos o personas se le acercan, todo el plumaje de la clueca se eriza como un puercoespín. Y huyen. Que es mucha madre la que lo será en breve, para que nadie perturbe el calor de hogar que desprende su cuerpo enfebrecido. Lección de maternidad con el solo instinto. Veintiún días de febril y paciente espera. Lección de “humanidad” con el solo instinto. Y el prodigio: Al calor de la madre clueca; calor de amor, eclosionan los huevos siempre arropados haga frío o calor, se alimente o no la madre. Nacen. Viven. Son bolitas amarillas que siguen sumisas las indicaciones de la madre clueca. Escarba para ellos; descubre para ellos los granos entre las basuras; insectos o lombrices para hijos insaciables…

Y al ocaso del sol que dio vida, luz y calor a las aves de corral y su entorno, la clueca acoge con inimaginable ternura a todos los polluelos bajo su cuerpo y alas. Calor de hogar. Entonces, para las aves de corral se hace el silencio. Así, un día tras otro –vida en miniatura cada uno de ellos-, hasta que, desperezado el sol tras el descanso en la panza del páramo donde se adormeció lentamente, vuelva a las andadas dejando abajo, en el planeta azul, una nueva vida -nuevo día- para la que fue creado.

****

Todo esto lo vio, observó y quedó en la mente del que otrora fue niño. Cuando lo recuerdo ahora, al atardecer de mis días, con más luces que sombras, pienso y medito que esas aves de corral pudieron vivir más felices que nosotros, haciendo su vida con el placer de no privarse de nada; sin compromiso alguno ni dolor por lo que un humano puede llamar a bote pronto ataduras de nuestros compromisos que nos privan de la libertad de las tontas aves de corral. Y es ahora cuando con la razón de adulto y la formación recibida, pienso lo que de niño pasó inadvertido o incluso con la obtusa envidia de no haber nacido pollo, gallo o gallina, para no estudiar, para vivir sin comprometerme a ninguna atadura…, que coarta la libertad y obliga a privaciones que producen dolor. Pienso ahora, sin embargo, que su libertad y ausencia de compromisos, puede acabar y tantas veces acabó…¡en la cazuela! Es ésa la triste libertad de los irracionales sin alma y sin libertad para adquirir, ¡libremente! compromisos, ni posibilidad de elección entre el bien y el mal, que es atributo sólo de los humanos.

Cierto – y perdonad mis amigos la moralina-, que con frecuencia el compromiso de una vida racional, de criaturas conscientes del porqué el dolor de la indudable atadura, es la piedra de toque del amor. Del que, inexistente en éstos y demás irracionales, nos pone en camino del fin para el que fuimos creados. Libres somos, sí, para la elección: los granos apetitosos entre la basura; las lombrices de una tierra corrompida, las bellotas o algarrobas de los cerdos, y con ellos la cazuela o el camino citado que nos cuesta renuncias libremente queridas para este fin superior. Dicho el “tronco”, seguiré, si Dios es servido con otras sencillas “vivencias” (brrrrrr…) del corral o del campo. De nuevo, ¿nos vemos…?


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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