Para que lo trabajara y custodiase.10.Trigales

Por Carlos de Bustamante

( Campesino recogiendo la mies. 1982. Óleo de José María García Fernández, “Castilviejo”) (*)

Éstas, son tierras de pan llevar. Aunque desde siempre la Dehesa fue ganadera –ya le llegará el turno-, también desde siempre se dio prioridad al cultivo de trigo. Hubo razones sobradas.

Con una extensión de 350 hectáreas de regadío y por ello de explotación intensiva, el número de obreros fue siempre importante, además de numeroso. Casi todos procedentes de Traspinedo, y en él sólo un cachejo de labranza para los obreros y no todos. Con una “cuarta” de terreno apenas si tenían otro ingreso que el del jornal ganado en la Dehesa con el muy digno sudor de su frente. La mayoría con familia numerosa -¡qué ejemplo para muchas de las modernas generaciones!- el pan era alimento básico e imprescindible para tantos y tan modestos hogares.

Con tan menguada hacienda, imposible que entrara en sus casas otro grano más que el aportado por las heroínas de la casa. Extraordinarias las mujeres castellanas del campo. Espigadoras.

Mantener lo esencial de los alimentos de estas familias, siempre fue prioridad, fuera cual fuese el “amo” de turno. Ésa fue, pues, la principal razón por la que el trigo en las variedades más panificables pasasen a ser cultivo intensivo en la Dehesa. Si los jornales a duras penas alcanzaban para la subsistencia digna que requiere la gran dignidad de los trabajos realizados por tan honorables personas, el pan lo tenían asegurado.

¿Y qué decir de los trigales…? Proceso asombroso hasta llegar al horno la harina que hecha masa y que, tras la cochura, salía de sus adentros el afamado pan de Valladolid. Pan bueno.

«Salió el sembrador a sembrar su semilla” … Cuando el “relator” (brrr…) era aún muy niño, vivió el “proces-o” (brrrr…) del grano de trigo.

Al ser precisa una buena preparación del terreno para que el trigo de sembradura no cayera en caminos, pedregales ni abrojos, las labores previas eran fundamentales. Con los aperos más diversos el cacho debería quedar “como una carta”.

¿No les sugiere esto, mis amigos y probables únicos lectores, que tal debe ser para que las naciones, y España en concreto vuelva a sus raíces cuanto personal vive en ellos? Como a buen entendedor con pocas palabras basta, saben perfectamente de qué ha de estar libre el terreno (España y Europa) y qué semilla se ha de sembrar en él.

Termino por donde debía de haber comenzado: el grano de trigo. Lanzado a voleo por el sembrador, con un somero pase de gradas queda enterrado. Y allí, muere. Muerte prodigiosa, pues como en el hombre, con ella comienza la vida…

Escasa la humedad en el terreno franco-arenoso de la Dehesa, el amo, impaciente, lo recorre preocupado con la vista. Mal contenida la impaciencia, penetra en el “cacho”. Escarba cuidadoso con la punta de un dedo y con la sonrisa de oreja a oreja, ve el prodigio. Como de las cenizas muertas (muertas en apariencia), brota la llama del amor y del Amor: un hilillo de vida se abre paso sin ser notado a través de un terreno que está hecho un “secarral”. El rocío de la noche, venido de “quisió ande” llega al inicio de la nueva vida como una bendición del cielo. El brote que surgió blanco de las cenizas, pronto toma color verde intenso. Se hace yerba. Como la lombriz que horada el terreno tenebroso en busca de alimento, la yerba sale a la luz. Es entonces cuando el hombre, creado “ut operaretur” (para que lo trabajara), abre las bendiciones que caminan raudas por el almorrón principal, y por la regadera que sangra de él, abre y cierra tornas que inundan la yerba recién nacida. En un crescendo bellísimo por causa del agua, el prodigio sigue con un desarrollo espectacular. De entre la yerba ha surgido el tallo. Y de éste, no tardando, la espiga. No se verán a simple vista, pero ahí están: pequeñas flores a la espera de ser fecundadas. El regador, con la misión cumplida, cuelga del hombro el azadón y marcha “ande” el cachicán que le asignará nuevo “corte”.

Es ahora el amo quien sonríe complacido. Una ligera brisa sobre estas tierras de pan llevar, hace las veces de miles, millones de insectos para rematar el milagro. Sin embargo, él sabe bien que no es ésa la forma en que se realiza la fecundación que en flores y en vegetales se denomina polinización. Parce como si Dios estuviera en la brisa. La que, al ondular los trigales, les completase el ciclo, con el que dar el fruto para lo que por Él mismo fueron creados.

Y le vienen a la memoria las palabras del “santo de lo ordinario”, que escuchó de viva voz con la referencia que a la vista del campo en todo su esplendor se le viene a las mientes.

El pan y la siega: comunión con todos los hombres

“Jesús, os decía al comienzo, es el sembrador. Y, por medio de los cristianos, prosigue su siembra divina. Cristo aprieta el trigo en sus manos llagadas, lo empapa con su sangre, lo limpia, lo purifica y lo arroja en el surco, que es el mundo. Echa los granos uno a uno, para que cada cristiano, en su propio ambiente, dé testimonio de la fecundidad de la Muerte y de la Resurrección del Señor”. Dicho lo cual, prosiguió con palabras inolvidables:

“Si estamos en las manos de Cristo, debemos impregnarnos de su Sangre redentora, dejarnos lanzar a voleo, aceptar nuestra vida tal y como Dios la quiere. Y convencernos de que, para fructificar, la semilla ha de enterrarse y morir. Luego se levanta el tallo y surge la espiga. De la espiga, el pan, que será convertido por Dios en Cuerpo de Cristo. De esa forma nos volvemos a reunir en Jesús, que fue nuestro sembrador. Porque el pan es uno, y aunque seamos muchos, somos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan”. Poco más se puede añadir a estas palabras; renuncio, pues, a ello, para tratar de otros cultivos que esperan turno. Los que verán, si Dios es servido, en artículos sucesivos.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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