Por Javier Pardo de Santayana

(Campo de colza en primavera. Acuarela de Valérie Mafrica en etsy.com) (*)

Camino de Guadalajara subo al altiplano y recorro la distancia con ojos asombrados; eso que no es la primera vez que veo lo que veo a estas alturas del año, cuando la primavera se abre a la belleza.

Ya desde mi pueblo de adopción contemplo los campos amarillos destacando sobre otros verdes o recién arados. Sí, amarillos pero de un amarillo intenso, penetrante, luminoso. Son los campos de colza que por segundo año consecutivo surgen en mi paisaje más cercano. Y me tacharán de impresionable y algo simple, pero no puedo por menos de pensar que esta costumbre que pudiera parecer ociosa a la mayor parte de la gente me lleva a una reflexión inevitable.

Ustedes habrán asistido alguna vez a un espectáculo en el que un mago realiza cosas imposibles: aparece o desaparece él mismo o su compañera de la escena, o incluso se saca de la manga una paloma o el típico conejo de un sombrero. Y uno no puede dar crédito a sus ojos, porque, efectivamente, lo está contemplando pero no llega a saber cómo lo hacen. Indudablemente se trata de unos trucos con los que que nos hurtan sus manipulaciones con tal habilidad que el “cómo” escapa a nuestra inteligencia. Y es que en el fondo se trata de un engaño.

Mas en nuestro caso no es así, porque el asombro proviene de un realidad palpable y evidente: ante nosotros tenemos también un espectáculo – el de la hermosa colza luminosa – que a veces destaca con el color de su vecina, una tierra recientemente arada, marrón oscuro, casi negra. Y el misterio es el siguiente: la diferencia entre ambos colores se produjo gracias a unas simientes diminutas. Una promesa, simplemente. Usted podría tenerlas en sus manos e incluso abrirlas para investigar su contenido, y nada encontrará que pueda siquiera sugerirle algo de lo que en realidad contienen: todo un paisaje de belleza para lo cual bastó con el contacto con la tierra negra y con la humedad de una lluvia siempre posible pero no segura. Así se acabarían convirtiendo en plantas, y en colores, y en formas y volúmenes concretos – en seres vivos – primero sólo verdes y más tarde de un amarillo tan rabioso que casi heriría nuestros ojos.

Pero ¿de dónde sacarían estos seres la nueva realidad que contemplamos? Porque tampoco lo hicieron a costa de la tierra: una tierra que no alteró su color ni su volumen y permanece siempre igual que antes. ¿De dónde sacan – me pregunto – colores tan bellos y tan vivos? Porque éstos no estaban en el interior de la semilla ni en la tierra que ahora los acoge. Por otra parte será de suponer que ésta contenga diversos componentes que justifiquen su existencia y evidencien así la condición que de laboratorio químico complejo y eficaz tiene cada una de ellas.

En el fondo, lo que uno se pregunta es si alguien tiene una explicación para estas cosas, porque los hombres suelen estar acostumbrados a que transformaciones como las que hemos evocado sean sencillamente un fruto de la magia: “Miren ustedes esta pequeña semilla, observen su interior si quieren y díganme ustedes si les parece normal lo que voy a enseñarles” diría nuestro mago. Y luego mostraría una planta verde y sus espectaculares flores amarillas para dejarnos con la boca abierta. ¿Cuál será el truco? nos preguntaríamos. Pero aquí no lo hay; que esto sucede sin que medie siquiera la voluntad de una persona. Es más, nadie podrá impedirlo, de tal forma que el cambio se producirá de forma necesaria: algo que ocurre cada día ante nosotros sin que se nos ocurra planteemos en dónde pueda estar oculto el truco.

Y aún seguirá en el aire la cuestión de por qué éste color amarillo es diferente de otros muchos. O por qué, pasados ya ampliamente por mi parte los ochenta y cinco, aún me queda lugar para el asombro.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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