Ideología de género. XIII. El mapa ideológico-evolutivo del género

Por José María Arévalo

( Retrato de un matrimonio, h. 1523 – 1524. Óleo de Lorenzo Lotto) (*)

“El mapa ideológico-evolutivo del género: La hidra de las mil cabezas” se titula el capítulo 12 del libro “Cuando nos prohibieron ser mujeres… y os persiguieron por ser hombres. Para entender como nos afecta la ideología de género”, editado en 2016 por la digital Titivillus, que estamos reseñando en esta serie, del que es autora Alicia V. Rubio – titulada en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca y profesora de educación física en un centro público de Madrid durante veinticinco años-.

Cita de entrada un texto de Erin Pizzey: “A lo largo de toda mi lucha me mantuve predicando que la vida familiar era y siempre será los cimientos de cualquier civilización. Destruya la familia y usted destruirá el país.” Y a continuación explica que “La Hidra de Lerna era un despiadado monstruo marino de la mitología griega con aspecto de serpiente y numerosas cabezas. Resultaba imposible matarla porque cuando se le cortaba una de sus cabezas le surgían otras dos. Hércules consiguió vencerla por el procedimiento de cauterizar sus muñones e impedir que le crecieran cabezas nuevas. La ideología de género es comparable a esa hidra de insaciables cabezas que se reproducen.

En este momento sus muchas bocas exigen incontables ofrendas de dinero y de víctimas para seguir alimentándose y ha llegado a ser tan poderosa que va a resultar muy difícil eliminarla. Uno de los problemas más evidentes es que las víctimas de unas y otras cabezas, no se dan cuenta de que el animal que les ataca es el mismo en todos los casos y pierden sus energías en la lucha contra la cabeza que les muerde sin tratar de matar al monstruo.

La silueta de la bestia, el mapa evolutivo del género es tan complicado que, como ya hemos dicho, no sólo las diversas víctimas del género no se ayudan entre sí porque no se reconocen como aliados. Muchas veces, incluso, se ven como enemigos. Valga este capítulo para que cada uno de los grupos entienda que la derrota de los que luchan contra una de las diversas cabezas, fortalece al monstruo.

Es muy posible que la Iglesia Católica sea la única que se ha dado cuenta de la silueta real de la hidra del género y reconozca a ciencia cierta que cada una de las cabezas que van saliendo son parte de un mismo monstruo, por la sencilla razón de que todos ellas atentan de una forma u otra contra una doctrina humanista trabajada durante muchos siglos de debates y conclusiones y que ha dado lugar a la sociedad más justa e igualitaria de la historia de la humanidad con fundamento en unos derechos humanos emanados en última instancia de esos debates ético-morales. Es fácil «colar» a una sociedad carente de conceptos filosóficos, sin costumbre de análisis y síntesis, de causas y consecuencias, cualquier argumento a favor de acciones éticas reprobables, pero no es fácil a personas con un bagaje intelectual y ético-moral elevado. Y en general, la iglesia tiene muchos doctores en ese campo. Por esa razón los siervos del género se esfuerzan en denigrarla y destruirla de una forma tan especial.

El mapa del género no se inició en los primeros movimientos feministas que buscaban la igualdad de la mujer en derechos y dignidad, sino en un proceso posterior de liberación de su biología. Esa lucha irracional ha ido derivando en neoderechos y situaciones que ya nada tienen que ver con la mujer, y sí con una extraña lucha del ser humano contra sí mismo. Esta batalla ha desembocado en una pendiente de consecuencias éticas que choca permanentemente con los derechos humanos, con la dignidad de la persona y con su valor intrínseco originado en conceptos religiosos pero expresado en una sociedad que hasta ahora consideraba a la persona, en cualquier situación, raza, sexo, condición y etapa del proceso vital poseedora siempre de los mismos derechos inviolables… El viaje de la humanidad iba en esa dirección hasta la aparición del género.

Por motivos puramente biológicos, las diversas sociedades humanas, como ya vimos, se han organizado, casi unánimemente, de forma similar al darse condicionantes lo suficientemente fuertes como para facilitar un tipo de estructura: los hombres, más fuertes y menos valiosos biológicamente, defendían, protegían, buscaban alimento, y las mujeres y sus crías eran protegidas, guardadas de los peligros en los lugares más seguros. Por ser, en los grupos humanos, los que debían actuar ante situaciones conflictivas, ya fueran guerras u hambrunas, en la inmensa mayoría de las sociedades el varón manejaba la res pública y la mujer el ámbito privado.

Los proporcionalmente ínfimos casos en los que la mujer luchaba, estaban relacionados con situaciones de alta necesidad de defensa, pueblos belicosos o estados totalitarios. La historia conoce también algunas mujeres en los tronos y gobiernos, por motivos políticos o dinásticos, tan brutales en sus funciones como los hombres, que desmienten la relegación completa de la mujer y su esencia bondadosa de bonoba pacifista.

Ese organigrama biológico general y común, dio diversas variantes que podrían ir del paternalismo a la opresión, de la deificación de la mujer a su relegación social extrema. La inmensa mayoría de las variantes respondía a la dicotomía de libertad versus seguridad: el afán de dar seguridad, llevaba a quitar libertad a la mujer, que en una gran parte de los casos no echaba de menos debido a su situación de madre con hijos menores y lactantes y con un trabajo ímprobo dentro del hogar familiar para dar calidad de vida en una sociedad sin tecnologías a esos seres que, siempre se olvida, eran sus seres queridos.

Las sociedades tradicionales, por ello, facilitaban la permanencia en el hogar a las mujeres como protección y forma lógica de afrontar la situación de la reproducción. El matrimonio se establecía socialmente como relación estable, como forma de dar seguridad a la mujer y su prole, para crear un vínculo y una responsabilidad en el varón, esposo y padre. Las variantes más o menos extremas u opresivas de este modelo no impiden que, en esencia, el planteamiento sea el mismo, que se repita de forma continua en todas las sociedades y civilizaciones y que buscara principalmente el bien de la hembra y las crías. El bien de la hembra en unas épocas tan diferentes a la actualidad que juzgarlas con los condicionantes actuales es, no solo injusto, sino pura nesciencia. El papel del varón como protector, tan denostado y envidiado por los colectivos feministas, no era mucho mejor: responsable del grupo familiar, había de buscar sustento y defender con su vida el bienestar de todos. Sin un prototipo perfecto de varón protector, la raza humana jamás hubiera llegado hasta aquí. Hay que valorar que, en los casos de mayor calidad de vida o nivel económico y cultural, la pareja humana mejoraba su situación de forma equilibrada para ambos. Sin embargo, el exceso de protección convirtió a la mujer en una «menor de edad». El feminismo de equidad luchó por esa igualdad en derechos y deberes, en dignidad y libertad.

Los movimientos feministas de equidad nada tienen que ver con estos nuevos movimientos que se llaman de tercera generación, que luchan contra la naturaleza humana del varón y la hembra. Y mucho menos con los que se podrían llamar de cuarta generación, un feminismo desquiciado en el que la lucha es ya una guerra de eliminación física del hombre, de odio hacia cualquier lazo heterosexual y de exaltación del victimismo y de la genitalidad femenina a la que se priva de su utilidad fundamental.

¿Cómo se evolucionó a esto? Ya se vio anteriormente el planteamiento de que la causa de las desigualdades entre sexos es fruto de una sociedad que crea clases en función del sexo biológico: la odiada sociedad patriarcal donde la mujer es la «clase oprimida» sin reconocer en ningún momento que el sexo es biológico y que las diferencias en el plano sexual son consecuencia de las diferencias biológicas. Y que, nos guste o no, la sociedad en esencia se ha configurado respecto a la relación entre sexos conforme a los roles biológicos que nos vienen determinados, estemos de acuerdo o no, en nuestra propia naturaleza.

Como el sexo y sus diferencias son insoslayables, la batalla ha de librarse contra la biología y contra todos los organigramas sociobiológicos que, determinados por la biología, han ayudado a la supervivencia de la especie: el hombre, la mujer, la familia y la sociedad tal y como las conocemos. La ideología de género, por tanto, niega la biología en un erróneo intento de pensar que las realidades a las que se les niega la existencia acaban dejando de existir. Y, en cierto modo, como veremos con las técnicas de manipulación, está a punto de hacernos creer que lo que no vemos es cierto, que lo que vemos es mentira y que, por tanto, existe esa tela mágica al margen de nuestras percepciones. Groucho Marx podría perfectamente estar pensando en el invento del género cuando dijo: ¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos? Por tanto, género es la defensa de la igualdad biológica de hombres y mujeres negando las diferencias. Para lograrlo se prioriza la hegemonía de esa creación sociocultural llamado «género» sobre cualquier otro condicionante. Lo importante es el género o construcción social de la sexualidad, que significa exactamente «construcción social de la biología». Como naturalmente uno no puede «construir» su biología, porque le viene «construida de fábrica», la construcción del género no evita todos los condicionantes femeninos, en especial la maternidad. Hombres y mujeres no somos iguales, salvo en dignidad y derechos. La imposición de la igualdad de hombres y mujeres en todos los ámbitos y aspectos, es género. La obligatoriedad de ratios y la valoración del sexo frente al mérito en trabajos, cargos, estudios y actividades, es género.

Eludiendo la realidad, el género inventa el patriarcado para explicar esos condicionantes biológicos que se empeñan en existir. El patriarcado es un ente malvado suprasocial y poderosísimo que mantiene a las mujeres relegadas, pese a tener los mismos derechos, esclavizadas, pese a trabajar en lo que quieren y que las mata de vez en cuando, pese a morir en manos de personas particulares. La lucha contra el patriarcado tiene tres ventajas fundamentales: Primero, se le puede echar la culpa de todo, segundo, como no existe, no es peligroso, y tercero, como son condicionantes biológicos, la lucha puede durar eternamente. El patriarcado tiene la culpa de cualquier cosa que incomode, moleste o no guste, desde un fracaso laboral personal (no me contratan por ser mujer), hasta un crimen (la mató el patriarcado). La lucha contra el patriarcado es muy divertida porque no se defiende, en tanto que no existe, y como diferencias entre hombres y mujeres las va a haber siempre porque somos diferentes, es la gallina de los huevos de oro de los colectivos que viven de esto. La invención del patriarcado, es género.

Como el patriarcado, en este momento, permite a las mujeres hacer todo lo que son capaces al igual que los hombres (votar, estudiar, trabajar…) hay que buscar para luchar, los ámbitos donde las mujeres no estén en el mismo número que los hombres y que normalmente es por razones de gustos (empleos que manchan o incómodos) o físicas (bomberos, ferrallistas) y acciones menores que las feministas llaman micromachismos, y que ni se ven ni se notan, pero se pueden detectar con un evidente esfuerzo. Esfuerzo que hacen gustosas las vendedoras de la tela invisible y para lo cual ofrecen «entrenamiento» al resto. Sin entrenamiento pasan desapercibidos, tal es la «gravedad» de los micromachismos.

Puesto que un análisis sencillo demuestra que el mayor condicionante para que la mujer no pueda vivir como un hombre es la maternidad, el ataque ha de ir hacia la maternidad. Las mujeres se ven condicionadas por el embarazo, la lactancia, el cuidado de los niños… y eso les impide acceder al mundo laboral a tiempo completo. Por otro lado, las consecuencias diferentes en los resultados de la sexualidad también les hace enfocar y plantearse las relaciones sexuales de una forma totalmente distinta al varón.

Por tanto, se hacía evidente que, entre otras cosas, la mujer, para dejar de ser oprimida, debía abandonar su condición de mujer y abrir el paso al sexo sin consecuencias directas para ser igual que la casta dominante, los varones. Y la mujer, no sólo ha de tener una sexualidad sin maternidad, sino con un deseo sexual propio en biología del prototipo que ha de esparcir su semilla y no del que ha de invertir esfuerzos y recursos en el desarrollo de la prole, por lógica más selectivo. El deseo sexual de las mujeres ha de potenciarse de forma que se comporten como hombres. La maternidad es la lacra que impide la igualdad. No importa que sea algo biológico: hay que acabar con ella. El rechazo de la mujer biológica y la maternidad, es género.

Los métodos anticonceptivos palian, en parte, ese «problema» para el género y esa dificultad de que la mujer tenga sexualidad sin consecuencias reproductivas. Sin embargo, no deja de ser algo artificial, y también fallido en muchas ocasiones puesto que, a la menor ocasión, la naturaleza sigue su curso desconociendo que existe la ideología de género desligando sexo de procreación. Es evidente que la biología se resiste a desaparecer, la muy obstinada. No estamos hablando de que no haya procreación responsable sino de la independencia de dos conceptos unidos hasta este momento: la separación entre sexo y procreación es género.

La solución es ingerir dosis altas de levonorgestrel (píldoras del día después), algo claramente perjudicial para la salud. Esta medicación, que se expide sin cortapisas, en tanto que a compuestos menos perjudiciales se les exige receta médica, no obedece sino a motivos ideológicos: solucionar los problemas de las mentiras del género que ignora la biología. La tela no existe pero hay que hacer que parezca que existe. La expedición libre de medicamentos peligrosos, incluso a menores, por motivos puramente ideológicos y políticos y al margen de los médicos, es género.

El aborto aparece como solución definitiva para las ocasiones en que se producen embarazos, que no pueden ser imprevistos salvo para las personas que están convencidas de que sexo y procreación no tienen relación alguna y han comprado la «falsa tela» de que la mujer es biológicamente como el hombre. Sería mejor hablar de solución final.

Para una sociedad tradicional y racionalmente respetuosa con la vida humana y los niños, la aceptación del aborto ha necesitado un proceso de manipulación extremo y, una vez se ha tomado el control de los organismos mundiales, un proceso de imposición política al margen de la opinión de la sociedad, representada por políticos votados en muchas ocasiones por otras partes del programa con el que se presentaron a las elecciones que en este aspecto traiciona el sentir de sus votantes en aras de extraños neoderechos. Una vez instaurado como ley, viene la transformación en un nuevo derecho y la enorme dificultad de eliminar esas legislaciones exigidas por los colectivos que han comprado la tela y no se pueden permitir el lujo de descubrirse desnudos. La cosificación del nasciturus y el aborto sin cortapisas es la forma de seguir haciendo que funcione la mentira de la igualdad fabricada artificialmente al margen de la biología, por tanto, es una consecuencia de la aplicación de la ideología de género. El aborto es género.

La negativa a reconocer el daño y la violencia extrema que se ejerce contra la mujer abocándola a un aborto, es imprescindible para seguir vendiendo la tela. Pese a la documentación al respecto, los grandes lobbies feministas y abortistas fuerzan a las asociaciones médicas de influencia mundial (APA, AMA) a que no reconozcan de forma oficial este problema. Por ello, la negación de un síndrome post aborto (SPA) que produce desde depresión a tendencias autodestructivas, es género.

La otra forma de solucionar el problema de la procreación a la vez que se mantenía la sexualización bonoba no selectiva de la mujer y se evitaba su relación estable con un varón era el lesbianismo. En este contexto, las relaciones homosexuales eran una solución lógica, máxime afirmando como se afirmaba, que los hombres y las mujeres son una construcción social y que el hecho de que sientan atracción por el otro sexo es causado por su proceso educativo en los roles sociales.

Naturalmente, siendo así, la persona puede construirse su atracción sexual, puesto que está completamente desligada de la biología. Por todo ello, las relaciones sexuales entre mujeres son algo positivo y aceptable, sin consecuencias indeseables y sin los roles de superioridad atribuidos a los varones. Y esas relaciones sexuales perfectas son algo a lo que toda mujer puede acceder puesto que la elección sexual se construye y es variable, de forma que cualquier prevención o rechazo es fruto de la educación heteronormativa o de prejuicios inculcados. Si a esto sumamos que, en no pocos casos, las lesbianas tienen rasgos varoniles en sus comportamientos, la lesbiana es el ejemplo a seguir por la nueva mujer. El lesbianismo como opción sexual preferente es género.

De la misma forma, el hombre homosexual es visto como el varón que ya no intenta dominar sexualmente a una mujer y comprometerla al «penoso y esclavizador» papel de esposa y madre. Y naturalmente, el hombre homosexual es el otro ejemplo a seguir en la deconstrucción de los estereotipos de género. Porque la deconstrucción de los estereotipos de género no es posible sin la deconstrucción biológica de la alteridad sexual de hombres y de mujeres. La homosexualidad como opción preferente, es género.

Ya se había desligado el sexo de la procreación. Ahora se desliga del amor convirtiéndolo en algo mecánico que facilita los contactos homosexuales: no necesitas sentirte enamorado para obtener placer sexual con cualquier compañero sexual al margen de su sexo. Los procesos bioquímicos cerebrales del enamoramiento, que mayoritariamente se desencadenan en relación al otro sexo y que ya mencionamos, deben ser erradicados. La separación entre sexo y amor, es género.

Como el amor tiene base biológica, hay que reforzar las conductas racionales frente a las instintivas, para lo que se ha unido el amor romántico a la violencia contra la mujer. El amor romántico, loco, desinteresado, es la causa del maltrato a la mujer en una pirueta lógica tan demencial como perfectamente ideada que veremos en otro apartado. Hay que conseguir que se creen barreras lógicas y racionales al instinto surgido de procesos bioquímicos y que se domine éste por miedo a consecuencias negativas e imprevisibles, en tanto se anima a no dominar en absoluto el instinto sexual porque es represión. La desconfianza de la mujer hacia el varón y los sentimientos que le produce, es género.

A su vez, el transexual servía como ejemplo de la posibilidad de ser hombre y sentirse mujer o viceversa, lo que demostraba la inexistencia de una biología determinante: era el género, y no el sexo, ni la biología, lo que determinaba la posibilidad de ser hombre o mujer. La transexualidad es el ariete de la ideología de género contra la biología pese a que los casos son escasísimos y obedecen muy probablemente a factores ajenos (en algunos casos congénitos y en otros psicológicos, pero siempre médicos o científicos, no sociales) a la creación social, cultural y personal del propio sexo. La transexualidad, situación conocida por la medicina en la que el sexo cerebral no coincide con el genital y exige una equiparación de uno en otro, pasa a ser una opción como el color de la chaqueta. La aceptación social de la transexualidad como una creación personal y al margen de dictámenes médicos, es género.

Para incluir en la lucha contra el ente opresor a los lobbies LGTB, el patriarcado se transforma en heteropatriarcado y aparece el «pecado», a punto de pasar a delito, de heteronormatividad, el atrevimiento infundado de muchas personas a pensar y suponer que el mundo es heterosexual. La negación de la biología y la aceptación de la tela invisible exige ya reconocer lo manifiestamente falso. El mundo evolucionado en una naturaleza heterosexual, millones de especies exitosas en la supervivencia alterosexual se reducen a algunas especies animales que tienen presuntos casos de homosexualidad y a alguna tribu que la promociona, sucesos que cuentan los defensores del género como prueba de sus teorías y no como lo que realmente es: la excepción que confirma la regla. El heteropatriarcado y el pecado de heteronormatividad es género. Género desquiciado, desligado ya por completo de la realidad.

Naturalmente, la promoción de los comportamientos sexuales homosexuales es una necesidad vital para los vendedores de la tela cada vez más falsa: los compradores han de ver un mundo más homosexual que heterosexual. Las cifras tradicionales, basadas en no sabemos qué encuestas, de una población homosexual del 10% han pasado a ser del 20% y van creciendo, eso nos dicen. De dónde se sacan los datos es un misterio, pero es de temer que adolezcan de veracidad y que pequen de manipulación, como todas las encuestas, datos y trabajos sobre género que he tenido la posibilidad de analizar. Sin embargo, es innegable que la promoción de la homosexualidad se hace desde todos los ámbitos: ser lesbiana u homosexual tiene todo tipo de prebendas, ventajas y ayudas. Las legislaciones priorizan el empleo de estos colectivos, hay subvenciones a sus asociaciones, a series y películas que los promocionen, y lo peor es que tienen acceso libre a los menores a través de unos capítulos educativos de las leyes de desigualdad que consagran una clase privilegiada por sus gustos sexuales. Sorprendentemente, el heteropatriarcado opresor ha impuesto a la población presuntamente heteropatriarcal, los heterosexuales con familia natural o ecológica, unas leyes que los convierten en ciudadanos de segunda. Hace pocos días se publicaba una encuesta, ridículamente acientífica y sesgada, como todas, en la que se comprobaba que no existe la mujer heterosexual, que todas tenemos un mayor o menor grado de lesbianismo. El 13 de enero es el día de las lesbianas conversas. La promoción de la homosexualidad y el lesbianismo es género.

La entrada de los colectivos homosexualistas y sus lobbies en la venta de la tela del género trae como consecuencia nuevas cabezas de la hidra, tan descabelladas, éticamente discutibles y gravosas económica y moralmente para la sociedad como los planteamientos que las han originado. Veamos por encima esas nuevas cabezas.

Las parejas homosexuales de ambos sexos exigen los mismos derechos que las biológicamente reproductivas. El matrimonio como unión biológica natural que da como consecuencia nuevos seres con caracteres de ambos progenitores y merecedora de especial protección por las consecuencias socioeconómicas de su capacidad procreadora, es equiparada a otras uniones. La disgregación de amor, sexo y procreación hace que con una o dos de las variables se equiparen uniones. Las distintas uniones entre personas equiparadas al matrimonio, es género.

Una vez las parejas homosexuales son matrimonios, tienen el «derecho» a tener hijos. Y si la biología se los niega, la ciencia se los consigue. El menor se convierte en un objeto de posesión de los adultos al margen de ese «interés superior del menor» que queda supeditado al «derecho a tener hijos» de uniones naturalmente infértiles por la igualdad de lo que no lo es. Como hombres y mujeres son iguales completamente, es indiferente que a los menores los críen dos hombres o dos mujeres. El amor es ensalzado como razón última, el amor y el derecho a ser fértiles de las parejas estériles por naturaleza. Porque la biología siempre está fastidiando la igualdad. Adopciones, inseminación artificial de lesbianas sanas a costa del contribuyente y finalmente el alquiler de mujeres en situaciones de pobreza para ser utilizadas como vasijas de fabricación de niños a la carta son las consecuencias de un derecho inexistente: el derecho a la paternidad y la maternidad. Las implicaciones éticas de convertir a los niños en un producto de consumo de colectivos privilegiados, del alquiler de mujeres desfavorecidas, de la manipulación y congelación de seres humanos con su código genético único, es género.

El colectivo discriminado por un heteropatriarcado que lo cubre de dinero y de privilegios, se salta los derechos y los valores éticos, compra personas y voluntades. Todo vale «si no se hace daño», todo vale «si se desea», todo vale «si hace feliz» al colectivo «aplastado y discriminado» por el heteropatricado. El amor, que en el caso heterosexual solo es causa de violencia, es ensalzado como razón última de todo tipo de acciones discutibles moralmente. La ratificación legal con castigos para el que ose criticarlo es la última barrera de la imposición del pensamiento único y la eliminación de la disidencia. El relativismo moral y la incoherencia en los juicios éticos, es género.

Vayamos a los menores, ese oscuro objeto de deseo. El adoctrinamiento ha de comenzar cuanto antes para que carezcan de conceptos morales y de barreras éticas, para que estén inermes ante la ideología y sean manipulables y tiernos como el tallo de un árbol joven. Siempre desde el buenismo de la igualdad, el respeto al diferente y la no violencia, el niño es adiestrado en un mundo neutro, sin hombres y mujeres, sin referentes ni identidad sexual. Su identidad ha de ser el género. Se prohíben juegos considerados sexistas o se obliga a jugar a lo que no se quiere para eliminar diferencias bioconductuales por el método de la opresión. Se eliminan modelos heterosexuales pero se promocionan los homosexuales en cuentos y libros. La imposición en los ocios de los menores es género.

En ese mundo sin sexos, el niño, paradójicamente es hipersexualizado porque sólo hay suciedad en los que ven sucio el sexo, dicen. Se les presupone un derecho a la sexualidad que, afirman, les hará más libres y sanos. Las guías sobre sexualidad basadas en la guía de la UNESCO recomiendan que el niño sea iniciado en la masturbación desde los cinco años, pero se le enseñe a no practicarla en público, no sea que lo vean sus horrorizados padres. A partir de los nueve años, recomiendan que sean informados de los afrodisíacos y, a partir de los doce, de los pros y los contras del aborto. El adoctrinamiento de los menores en la disolución de la heterosexualidad y el sexo prematuro así como la pérdida de referentes e inocencia, es género.

La disolución de la identidad sexual se ve ayudada por la existencia de personas que no sólo construyen socialmente su sexo, pues tal cosa es el género, sino que también construyen su sexo físico al dictado de su voluntad. La separación de la «disforia de género» y la medicina hasta ahora aunados en un conocido y estudiado síndrome de Harry-Benjamin, la prohibición acientífica, mediante leyes puramente ideológicas, de la intervención psicológica, psiquiátrica y médica en los casos de personas que afirman que su sexo biológico no coincide con el percibido por su mente, es género.

La ocultación de datos de reconciliación de sexo biológico y mental tras la pubertad, la administración a menores de bloqueadores de esa pubertad y la administración de hormonas al margen de la opinión de los padres, es género. La ocultación de los datos estadísticos de suicidios tras las operaciones de cambio de sexo, es género. La ocultación de afectados de síndrome de Harry-Benjamin, que exigen diagnóstico médico y reconocimiento de su situación de pacientes, y la transformación de un síndrome médico en una circunstancia normal y fruto de un acto de voluntad del interesado para aumentar las ratios de transexualidad, es género.

La hipersexualización y el hedonismo junto con la disgregación de sexo, amor y procreación, generan relaciones sexuales prematuras e inestables cuyas necesidades (medios anticonceptivos, píldora, abortos…) surgidas de la extrema juventud, la inestabilidad sentimental y la ausencia de un proyecto vital, dan como consecuencia un negocio que mueve una gran cantidad de dinero. Se llama ampliación de la cartera de clientes. Es muy recomendable que los posibles clientes se incorporen al mercado cuanto antes. Por ello, los púberes y adolescentes reciben unas clases de educación sexual perfectamente ideadas para que generen una presión social que los empuja a un sexo temprano. Sexo prematuro que, para muchos, supone abortos y enfermedades de transmisión sexual (ETS) por su irresponsabilidad, fruto de la edad y la sensación de impunidad y ausencia de riesgo que implica la idea de que siempre haya solución: sea la que sea incluido el aborto. No pasa nada, todo vale. Las clases de educación sexual ideológicas basadas en el ejercicio del sexo sin responsabilidad ni madurez, al margen del amor, el compromiso y el proyecto vital, es género.

Cuando no consiguen acceder a las aulas de niños y adolescentes mediante la educación sexual ideológica vendida como sexo saludable y feliz todo lo que quisieran, los lobbies del género lo hacen con un truco tan antiguo y conocido como el caballo de Troya. El caballo de Troya feminista es la «prevención de la violencia de género» en un país con una de las tasas más bajas del mundo en esa lacra. Esa prevención de un único tipo de violencia negando la existencia de otras, en el caso de los adolescentes se ha asociado de forma especial a otro concepto ya mencionado: el amor romántico. Ese amor romántico, cantado desde los albores de la humanidad, es la causa última de que los hombres maltraten a las mujeres. El objetivo es claro: crear la desconfianza de las adolescentes respecto a sus compañeros varones, que los vean como embaucadores, maltratadores genéticos, que interpreten cualquier cosa como violencia y que anide en ellas el pernicioso germen del victimismo. Por parte de los varones, la sensación de injusticia al verse acusados, sin merecerlo y sin posibilidad de inocencia, de ser maltratadores, les hace albergar la venganza de despreciar y utilizar a las mujeres que le culpan de algo que no ha cometido, ni pensaba cometer. El fomento de la incomprensión de ambos sexos y la presentación del amor romántico como origen de la violencia contra las mujeres, es género.

En un nuevo paso hacia la incomprensión de los sexos y obtención de un caladero de nuevos fondos, se han empezado a hacer campañas sobre la violencia de género en la pareja adolescente eliminado todos los datos incuestionables sobre la bidireccionalidad, y transformando en violencia los problemas habituales de un aprendizaje relacional. Se busca la judicialización y criminalización de comportamientos no delictivos que implicarán destruir en proceso madurativo, generar injusticias y erradicar la familia antes incluso de que se geste por exacerbación de los comportamientos anteriormente descritos. La magnificación de la violencia de género en parejas sin lazos estables y de corta duración como las adolescentes y la judicialización de sus relaciones, es género.

La tergiversación de las relaciones heterosexuales que supone semejante enfoque y exageración de la violencia, se ve reforzada con los lobbies homosexualistas que acceden a los menores a través del otro caballo de Troya del género: el acoso homofóbico y los presuntamente bienintencionados cursillos de respeto al diferente y a la diversidad sexual. Para estos lobbies hay que respetar sólo a un tipo de diferentes, los sexuales, y la mejor forma de entenderlos y empatizar con ellos es probando ese mundo de sexualidad diferente para confirmar que no es malo ni reprobable. La promoción de la homosexualidad en las aulas, es género. […]

Los hombres, desorientados y perseguidos, criminalizados por leyes de culpabilidad genética rechazan las relaciones estables y la paternidad por los numerosos problemas que acarrean y buscan relaciones esporádicas cosificando y utilizando a la mujer. Los jóvenes huyen de la creación de familias, entretenidos con «bonobas» de sexualidad no selectiva a las que desprecian e instrumentalizan. Exactamente lo que, visto el mapa del género, parecía perseguirse. La propiciación del caldo de cultivo de un nuevo neomachismo, es género.

La eugenesia es consecuencia directa de la cosificación del ser humano y su valoración utilitaria: el ser humano imperfecto despojado de su dignidad aparece como una carga que nadie quiere acarrear. La concepción de la vida con base en el egoísmo y el individualismo implantada por el género, ese afán de obtener la felicidad, el placer y lo que se desea por encima de cualquier consideración, hacen el resto.

La eutanasia aparece como la única forma de mantener un sistema basado en la sostenibilidad del anciano improductivo gracias a una población joven amplia y dinámica que el aborto y la anticoncepción ha reducido hasta cotas impensables. Sólo reduciendo la población improductiva, y que además genera gastos sociales adicionales, puede mantenerse la sociedad del bienestar. Al camelo de la elección de la propia muerte y el «derecho a decidir», le sigue la presión social de terminar con una situación que causa molestias a otros y, finalmente, la aceptación de que ese tipo de situaciones deben ser finalizadas «de oficio» por el bien de todos. De la elección, a la «ejecución benéfica», como está sucediendo en los países que ya llevan años con leyes de eutanasia en vigencia. Por ello, eugenesia y eutanasia son consecuencias directas del género.

Finalmente, la pederastia basada en el presunto derecho sexual del niño y el infanticidio como forma de deshumanizar definitivamente a la mujer y al ser humano indefenso, aparecen en el horizonte como el siguiente tramo de la pendiente ética del género iniciada en el derecho a la sexualidad y en la cosificación del menor, últimas aberraciones que van a dar definitivamente al traste con las barreras ético-morales de una sociedad basada en el humanismo cristiano, el derecho natural, el respeto por la vida y la naturaleza. Por estar en proceso de aceptación ética los veremos más pormenorizadamente como ejemplo en las técnicas de manipulación.

Una vez vislumbrada la silueta, temible y espantosa, de la hidra, si se mira en torno a su territorio y se calibran las consecuencias de su existencia, la devastación es absoluta, el panorama no puede ser más desolador. […]

Vamos a tratar de entender cómo un animal mitológico, un monstruo de ficción al fin y al cabo, puesto que la ideología de género es pura ficción, ha podido llegar a tener tanta fuerza y crear tanta desolación. Cómo se ha ido introduciendo en la sociedad y cómo se establece definitivamente mediante la manipulación comunicativa, el falseamiento de datos y estadísticas para crear una realidad «adecuada», la presión social a la disidencia, las legislaciones y las acciones punitivas legales y el adoctrinamiento de los menores: exactamente igual que lo hacen los gobiernos totalitarios de los que ha copiado técnicas, estrategias y medios. Y todo ello engrasado y regado con el dinero público que aportan las propias víctimas.


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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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