Candidata al premio IRIS de Televisión 2020 como mejor actriz por la serie 'La Valla'

Entrevista a Ángela Molina: «A Luis Buñuel le quise realmente con el corazón»

“UNA DE LAS PRIMERAS COSAS QUE ME DIJO BUÑUEL FUE: 'ÁNGELA, ME TIENE QUE HABLAR ALTO, QUE SOY MUY SORDO'”

Ángela Molina y Luis Buñuel
Ángela Molina y Luis Buñuel

Hace unas semanas recibió en el EVOLUTION MALLORCA INTERNATIONAL FILM FESTIVAL el premio de Honor a su carrera y estos días opta al premio IRIS de Televisión como Mejor actriz por la serie La Valla. Ángela Molina, pura autenticidad, habla con PERIODISTA DIGITAL sobre el director que más le ha marcado: Luis Buñuel.

Rezuma clase y elegancia. Además de guapísima, discreta, y con mucha personalidad, en persona es cariñosa y cercana. Ángela Molina (Madrid, 1955), hija del cantaor Antonio Molina, ha interpretado más de 150 personajes (el último, encarnando a una madre bereber en Lalla Aïcha, del marroquí Mohamed el Badoui, presentada en el Evolution Mallorca International Film Festival). Además, tiene innumerables premios y ha trabajado con reconocidísimos directores: Pedro Almodóvar (Carne Trémula, Los abrazos rotos); Ridley Scott (1492: La conquista del paraíso); Giuseppe Tornatore (La desconocida, Baaría); Lina Wertmüller (Camorra: Contacto en Nápoles); Sergio Castellitto (Nessuno si salva da solo); Manuel Gutiérrez Aragón (Camada negra, El corazón del bosque, Demonios en el jardín y La mitad del cielo); Jaime Chávarri (A un dios desconocido, Bearn o La sala de las muñecas, El río de oro, Las cosas del
querer 1 y 2)…

Sin embargo, ninguno le ha marcado tanto como Luis Buñuel. En el hotel El Llorenç Parc de la Mar de Palma, un sitio deslumbrante por su belleza y horas después de recibir el premio de Honor del Evolution Mallorca International Film Festival, Ángela Molina habla sobre el director que la dirigió en Ese oscuro objeto del deseo (1977), la última película del cineasta. Merece la pena verla. Ya sea por primera vez, o recuperarla.

Enhorabuena por el premio.

Muchas gracias.

Procede de una familia muy artística. En realidad, ¿por qué se convirtió en actriz?

Porque lo sentía desde siempre.

¿Desde siempre quiso serlo?

Sí. Yo ya de niña hablaba en los espejos, y me disfrazaba. Cuando tenía siete u ocho años, recuerdo que venía a casa una maestra de piano rusa a dar clase a mis hermanos, y tenía un hijo que estudiaba teatro. A veces acompañaba a su madre, que era muy anciana, y mientras mis hermanos daban las clases de piano, el hijo de la maestra y yo hacíamos obras de teatro que él escribía, nos subíamos a una estantería como si fuera el Kilimanjaro, me mandaba ser enfermera… Mi casa ya era bastante campo de cultivo para hacer cualquier obra teatral. Era muy, muy abierta. Siempre había gente, y yo mamaba el teatro y el ambiente.
También amaba mucho la música, la danza… Estaba muy abierta a todo, aunque estaba estudiando arte dramático.

Desde muy jovencita, siempre guapísima, ha trabajado con grandes directores. Y ha sido muy respetada desde el principio. Nunca fue una barbie.

Yo siempre he tenido la misma naturalidad. Nunca me ha parecido nada extraordinario. Me ha tocado vivirlo (ríe), y lo he vivido siempre de una manera… como es la vida. ¿Y cuáles son ahora sus mayores inquietudes?

La vida, y todo lo que encierra para que nuestros hijos puedan heredar lo mejor de nosotros. Y está complicado. Hay que dar todo, en todos los sentidos y continuamente. Estando cada uno en su lugar. Mis hijos son muy conscientes de lo que les toca vivir. Veo que asumen su responsabilidad de una manera muy, muy sana, muy humilde, muy noble, son muy buena gente… O sea, que lo único que necesitan para ser felices es dar lo mejor de ellos mismos. Los admiro, y entonces me digo: “Bueno, la gente joven no lo tiene fácil, pero vale la pena”. Vale la pena poner todo en sus manos, porque la juventud de hoy en día merece todo mi respeto. Les está tocando luchar a contracorriente, en muchos sentidos, y, a la larga, yo creo que van a salir fortalecidos. Pero no es fácil para nosotros.

Acaba de recibir un premio a su carrera, y la película que la lanzó de forma internacional fue Ese
oscuro objeto del deseo (1977). ¿Qué recuerdos tiene de Luis Buñuel?

Pues cada persona de mi vida que me he encontrado, incluida tú, me hace recordarle. Porque quieren saber de él y es la persona que más curiosidad provoca del mundo. Como genio, como cineasta… Y para mí eso es un regalo impresionante porque me hace tenerle siempre presente. Para mi vida fue absolutamente beneficioso y fue un maestro que me hizo sentir mi oficio desde un lugar que, después de trabajar con él, nunca volvió a ser el mismo. En todos los sentidos. Rompió las fronteras y empecé a trabajar en cualquier lugar, porque su cine es amado en cualquier lugar. Y, además de ser un genio, yo lo amé muchísimo. Le quise realmente con el corazón. Y le sigo queriendo. Me generó un amor muy especial y una confianza en mí misma enorme, en unos años en que era muy necesario.

¿Y cómo era? ¿Mandón, dulce…? Lo que sí que sé es que era sordo.

Era muy sordo. Sordísimo. Y una de las primeras cosas que me dijo cuando me vio, que me citó en su casa donde vivía entonces, en Torre España (la Torre de Madrid, en la plaza de España), porque cuando iba a Madrid le gustaba vivir en esa torre, en la parte más alta, fue: “Ángela. Me tiene que hablar alto, que soy muy sordo. Si no, no la oigo”. Y entonces, yo ya le contesté: “Muy bien, Don Luis”. Pero gritando (ríe). Porque yo era como una niña, y ya le empecé a hablar de esa manera, y continué hablándole así todo el tiempo, cuando le preguntaba algo, con lo cual me entendía muy bien. Era un ser muy fuerte, muy misterioso. En muchas ocasiones, como un niño. En cuanto a la forma de celebrar lo que se producía en el trabajo y le hacía feliz, era como un niño. Lo celebraba, o lo sufría, si es que había una escena en la que… Yo recuerdo que (en Ese oscuro objeto del deseo) había una escena en la que Fernando (Rey) pegaba a Conchita (el personaje de Ángela Molina y de la actriz francesa Carole Bouquet), y yo estaba como sangrando por la nariz. Cuando terminó la escena, Buñuel se había emocionado y tenía los ojos de haber llorado. Ya en otro momento, me dijo: “Me ha emocionado ver esta escena. Me ha recordado algo que yo viví”. Como público, era el mejor público que uno pueda tener.

Supongo que eso es lo más reconfortante para una actriz.

Sí. Como maestro y como director, que en esta película era complejo porque, claro, estaba con dos actrices jóvenes haciendo el mismo papel, y él tenía mucho empeño en que nosotras entendiéramos y comprendiéramos todo.

La otra actriz, Carole Bouquet.

Sí. Buñuel quería que no hubiera… No sé cómo lo hizo. Bueno, sí; con su arte. Pero las escenas que nos hizo hacer a cada una, jamás, ninguna de nosotras, tuvimos la sensación de que tendría que haber sido la otra la que la hiciera. Ahora que lo pienso en el tiempo, me digo: “Qué curioso, y qué especial”. Y aun conociendo la parte del personaje entero, porque hasta un día antes de rodar, no sabíamos quién iba a hacer la escena del día siguiente, veo lo curioso que es. Era un juego. Así que las dos conocíamos el papel por entero. Y él sabía lo que tenía que pedirnos y cómo enseñarnos para que se lo diéramos tal cual él lo soñaba. En ese entonces trabajábamos por primera vez con vídeo. Nos sentaba delante del vídeo, y nos decía:”Mirad, en cuanto a los encuadres, esto es como una pintura. Lo más sencillo a veces es lo más complicado. Cuando cojas la taza, ves, cógela un poco más así, para que no salga demasiado y no se meta
delante de tu cara mientras dices eso”. Buñuel, como un pintor, organizaba el espacio. Y es verdad que su cine está como desprovisto de efectos. ES como súper sencillo. Pero para lograr eso… Sencillo, pero luego para comprenderlo…

Bueno, porque es mágico. Porque entras en unas áreas del consciente, del inconsciente, del subconsciente. Él entra en el genio de lo que es la complejidad de un ser humano y sus formas. Entra en la historia de la sociedad que le ha tocado vivir, y lo que te contaba y lo que te tenía que contar, aun siendo lo más sencillo, era lo más alucinógeno. No te lo podías creer.

¿Tenía mal carácter?

No.

No perdía los nervios…

Jamás. Y yo he trabajado con…

Qué curioso. Lo digo porque siendo sordo…

Jamás, jamás, jamás. Él tenía un lugar de relación con todos, y a todos trataba por igual, sabiendo quién era quién en cada momento, pero cuando necesitaba estar aislado, estaba aislado. Y en su lugar. Montando, o donde fuera.

¿Y a usted le imponía?

No.

No le intimidaba.

No. Le deseaba. Deseaba siempre estar con él. Me encantaba. No se imponía jamás. Es que no imponía a nadie. Buñuel no era un ser de imponer, sino que simplemente tenía un karma y algo magnético tan poderoso que en cada uno ya inspiraba el respeto pertinente. Pero él era absolutamente dulce, respetuoso y generoso.

Gracias. Veo que le ha marcado muchísimo.

Sí, como persona y como cineasta. Creo que es un ser absolutamente genial y excepcional y su cine, que es una barbaridad, deja huellas profundas. Gracias a ti.

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